He aqui nuestros cuerpos, amándonos en esa misma cama, en la que horas antes y con lágrimas había jurado dejarle. Aquella entrega de su pasión me daban a entender que aquí no terminaría. Había ese ardiente fuego en cada uno de sus besos, sus manos me acariciaban con toda fuerza. Yo me aferraba a él con la misma entrega. Había tanto amor en aquel momento, pero también había miedo, ese que envuelve a los amantes quienes saben que el temido adiós puede estar cerca.
Cuando conocí a Marko Werhlein, supe bien que ya no volvería a ser la misma. Fue el día de mi graduación, Julio de 1994.Habíamos coincidido en el portón principal, cuando entraba yo al lado de mis padres, me atrajo su porte, alto y delgado como se ha mantenido con el paso de los años. Nunca me había sentido atraída por un hombre hasta este día.
Recuerdo nuestro estrechón de manos. No era yo la chica más atractiva de la clase, sin embargo, tenía el candor que pocas chicas de la escuela mostraban. – ¿Alguien me presenta a la señorita? – Preguntó con un tono de curiosidad y dirigiendo la mirada hacia mi padre quien hablaba de negocios con el alcalde. No supe si agradecerle por rescatarme o aniquilarle ante la falta de tacto. El alcalde rompió el protocolo y en acto amistoso le dice: ¿acaso necesitas presentación formal? El alcalde, Marko y mi padre se conocían desde hacía tiempo y en aquel momento pasé a ser ignorada por completo. Me hervía la sangre por ser ignorada nuevamente para que ellos volvieran a sus asuntos de negocios. Después de 15 minutos y dejando de fingir la sonrisa pedí permiso para retirarme. Buscaba con la vista a mi madre, pero no la conseguí. Sin embargo, me encontré con un ángel. Mi amiga Elena. Había venido este día para estar conmigo y nos escabullimos hacia la cafetería. El olor a café solía relajarme y bien me venía un café en aquella mañana donde el ruido a murmullos no cesaban.
Finalmente, llegaba la hora para iniciar el acto, todos estábamos dispersos. Yo no quería formar parte del evento, pero mi profesora Myriam me incluyó como oradora y debía dar un discurso. Para ser honesta, yo Marina Franmeier no habría asistido este día pero mi papel de hija única no iba a salvarme jamás de estar en ese lugar. Mi compañero Alí, quien debía inaugurar el acto no aparecía en la escena. Myriam no quiso correr riesgo y obligó al coro a entonar el himno nacional y a mí, subir al atril para inaugurar el acto. Desde lo alto le vi y le sonreí con un dejo de picardía. Me guiñó el ojo y sonrió mientras yo tratando de contener los nervios de adolescente sonrojada, me doy cuenta que tengo a mi madre como espectadora número uno de la escena.
Se terminaba aquel largo protocolar acto donde las manos dolían de aplaudir uno a uno de los 300 ahora ex-alumnos de la escuela. Llegaba la hora de los últimos abrazos y decir adiós a los que pensamos iban a ser nuestros amigos eternos. Aquello de las miradas cómplices, las travesuras, la última infancia cerraban allí mismo sus puertas para empezar a vivir lo que definiría nuestro futuro. Muestra de amor entre padres e hijos, compañeros que se abrazaban, lágrimas en sus rostros prometiéndose mantener fiel a la amistad. ¡Que ingenuos! pensaba yo. Impenetrable y alejada de las lágrimas volvía a buscar a Elena. No he sido hasta ahora una persona de llorar en público nunca pero aquel momento fue difícil controlar y corrí a abrazar a mis 2 compañeras de estudios Laura y Jessica. Nuestros 5 años de sólida empatía, aventuras, consejos y creciendo en compañía, no merecían menos que un abrazo. Detrás de ella, mi adorada Elena con su sonrisa y yo feliz de saberla mi amiga.
¿Nos tomamos una foto Marina? Pregunta Elena con su angelical voz. Me miré a mí misma, de los pies a hombros, y pensé, será mi última foto luciendo este uniforme horroroso. El beige nunca me favoreció, soñé tanto con la hora de dejar aquel disfraz, y ya que me encontraba viviendo el último día, accedí. Posamos para una primera foto, quedamos retratadas con cara de tragedia. Llamé a mis padres, sonrisas fingidas para la lente de Peter quien ejercía como único fotógrafo del lugar y en cuestión de 1 segundo quedamos plasmados los 3 en una imagen que hasta ahora conservo. Cuando Peter se alejaba de nosotros en dirección a otra presa para capturar en una instantánea, la firmeza en la voz de Marko, casi exigiendo que se detuviera, hizo girar inmediatamente a nuestro estimado fotógrafo. – Peter, creo que se te ha olvidado la foto de las bellas chicas con el padrino más importante-. Elena y yo nos miramos con la complicidad de 2 chiquillas quienes por dentro reían a carcajadas por el ridículo comentario. Parados como estatuas quedamos plasmados en otra imagen que fue a para al cementerio de fotos. Yo mostraba el diploma como quien exhibe su matrícula criminal. Elena, nada fotogénica salió con los ojos entreabiertos y Marko, como coyote frente al correcaminos. Esponjado y con la lengua afuera.
Segundos después de ser asesinados por aquella luz del flash, Marko me tomó por la muñeca impidiendo que me moviera. ¿Tienes un minuto? pero en medio de aquel bullicioso ambiente de despedida y júbilo era imposible.
Cuando se calmó la euforia, la multitud iban desapareciendo, mis padres y yo decidimos marcharnos con la intención de ir a comer para celebrar como era debido a su única hija. Esperábamos por nuestro conductor, cuando se detiene una camioneta frente a nosotros. Era Marko, acompañado por algunos de mis ex compañeros. Se dirige a mi padre. – George, ¿Permites que tu hija nos acompañe al Club?
Disculpe joven pero vamos en este momento a celebrarlo en familia –respondió mi madre- con aquella mirada que habla por sí sola y que pocos se atreven a desafiar. Marko, con sus ojos puesto en mi padre insiste. Vamos George, es el último día de la chica con sus amigos, no le viene mal una última reunión con ellos.Mi padre, se vuelve a mi madre y le dice: el joven tiene razón, deja que la niña se divierta con ellos, ya nosotros tendremos muchas ocasiones para comidas familiares. Le miré a ambos esperando la respuesta contradictoria de Carmen Teresa (mi madre) pero me dijo, te quiero en casa a las 18 horas.
Me uní al grupo que estaba en el coche de Marko con 2 pensamientos en mente. El primero, la bronca que le esperaba a mi padre por haber cancelado la comida, y el otro pensamiento era ¿si estaba tan bien acompañado porque rayos quería que me uniera a su fiesta?
Matilde, Jennifer y Johan estaban en el coche. He de admitir sentí celos al ver a Jennifer en el coche junto a él. Ella Jennifer Schett, era ella la chica más sensual de toda la escuela. Tenía todo a juego en su persona, una piel tan blanca como la leche, el cabello negro azabache en abundante melena de rizos largos, alta y en su boca siempre usaba un color vino tinto que destacaban la profundidad de sus ojos color miel, y su perfecta piel que a simple vista parecía muy sedosa. Aunque perdía mucho brillo y encanto cuando hablaba, era un tanto tosca y con poco tema de conversación. En medio de mis celos, también me sentía un poco confundida, pues ¿Cómo era posible que en 5 años viviendo en aquel lugar, todos me eran casi desconocidos?
Llegamos al club, y todo estaba dispuesto para esperar al grupo de graduandos, había sido transformado para nosotros. Lo que siempre había sido un lugar lúgubre hoy gozaba de luz natural. Las cortinas abiertas le daban mejor toque y disimulaba un poco aquel mal gusto en la decoración. Casi todas las personas que conocía de mi escuela estaban aquí reunidas, lo cual me hizo sentir menos incomoda, dado que el grupo con el que había llegado no eran ninguno muy cercano a mí.Me empecé a interesar en porque Jennifer estaba a su lado. ¿Tenían estos dos algún tipo de relación? Ella era atractiva y yo tan diminuta, mi complejo de inseguridad crecía.
Fui por algo de beber, me volvía a la mesa donde estaban ellos y reían al unísono. Imaginé que era Matilde, quien solía tener el don de mantener a la gente entretenida con sus chistes. Mi sorpresa fue encontrar que era Marko, contaba la anécdota de cómo se había librado de las garras de un pequeño cocodrilo y mostraba además las marcas que el animal le había dejado en su mano.Al verme en la mesa y terminar su historia se dirigió a mi sin disimulo. ¿El misterio de hija de George Franmeier? Qué curioso, conozco a tu padre desde hace mucho tiempo y no sabía que tenía hijos.Levante mi ceja, mirándole como quien quiere hacerle saber que si no tenías nada mejor que decir, quédate callado, pero respondí. Quizás George Franmeier también quiere salvar a su hija de pequeños cocodrilos, con malévola sonrisa.
Al cabo de 2 horas el ambiente en el club ya estaba bastante aburrido y sin tanta organización Marko propone irnos hasta su hacienda y continuar la fiesta allá. Yo un poco indecisa sobre si ir o no, pues no tenía consentimiento de mis padres de irme a otro lugar. Myriam, mi profesora aseguraba que ella corría con toda la responsabilidad y que se encargaba de devolverme a casa a tiempo. Accedí ir. Y con todo descaro Marko dice: “hija de George, tú te vienes conmigo”.Aquella orden lejos de sonrojarme de vergüenza, me hizo sentir un aire triunfal ya que Jennifer había invertido aquellas horas usando sus encantos para tener la completa atención de Marko, y al parecer él no ponía objeción.
Al llegar a su casa el ambiente definitivamente fue mucho más ameno, aunque notoriamente el grupo era mucho menor que el del club, no por ello era menos bullicioso.El anfitrión al igual que yo no probaba una gota de alcohol, el acuerdo con Myriam me hacía estar mucho más tranquila y me fui sintiendo menos incomoda. Jennifer, Matilde, Johan y otros varios chicos no eran ajenos al lugar. Pude apreciar que no era su primera vez en esta casa, se movían con mucha familiaridad. Otra vez sentí celos. Johan estaba a cargo de la música. Los empleados se encargaban de repartir bebidas y atendernos dando la impresión de que reciben invitados con frecuencia.
Aquel lar era bonito y moderno para ser una casa de campo, estaba además muy bien cuidada y decorada. Era espaciosa, bastante acogedora pese que era el refugio de las fiestas de la familia. En aquel momento me enteré que Don Marco Werhlein (padre) había comprado esta propiedad para poner a prueba la madurez de sus hijos, especialmente la de su primogénito. También supe que la hacienda la había comprado a pesar de las rotundas oposiciones de su mujer Doña Diana. Pero esta se encariñó con sitio una vez puso su pie en ella. Se encargó personalmente de cuidar los detalles de su restauración.
Marko Andreas Werhlein, era el primogénito de aquella familia. El mayor de los 4 hermanos Werhlein. Era hijo de Don Marco Werhlein y Doña Diana. Su padre confiaba plenamente en él. desde niño mostró el mismo espíritu patriarcal y responsable que su papá. Don Marco, decía que parecía que volvió a nacer en aquel joven y esto le hacía sentir muy tranquilo. A sus 26 años Marko Andreas era capaz de inspirar la confianza de ser el líder de los negocios familiares. Aunque su padre aun era la figura legal, su hijo tenía la potestad en lo económico y otras decisiones gerenciales. Don Marco sabía que ya estaba preparado. Al igual que sabía que pronto lo estaría su segundo hijo Franz, pese a que este aún se encontraba en sus años de universidad.
La música sonaba y la alegría de los jóvenes se lograba sentir hasta la sala donde yo junto a los profesores debatíamos sobre el impulso económico que el país comenzaba a vivir en aquel momento, y de toda la transformación en infraestructura que hasta en aquel olvidado pueblo se lograba ver. Con el efecto del alcohol y la música el ruido se hacía cada vez más fuerte, veía a Marko que se comportaba como muy buen anfitrión. Aquel ambiente atípico para mí, me hizo sentir un poco aturdida. Pregunté al anfitrión si podía dar una vuelta por la casa, él asintió sin perder el hilo de la conversación con los profesores.
Me interesaba la arquitectura y era este el siguiente paso que daría terminada mi colegiatura. Recorrí los alrededores de la casa. Me deleitaba observando todo lo que había en ella. Se notaba que había sido decorada por alguien que sabía lo que quería para el lugar. En uno de los salones me encontré una biblioteca y una sala de lectura. Creo que me olvidé del tiempo sumergida por completo en aquel paraíso literario cuando la voz de Marko interrumpió mi recorrido.
¿Aburrida? Preguntó. Di media vuelta respondiendo. ¿Estás loco? Aquí ha comenzado mi fiesta, respondí sonriendo.
Acercándose comenta, me da la impresión de que te gustan los libros, y discutir con adultos. ¿pero qué hay de estar con los chicos de tu edad? No te he visto con ellos divirtiéndote.
Te acepto un café y me das el placer de conocer la cocina. Asintió una vez más, y rumbo a la cocina le dije, no estoy aburrida. Solo que no soy amante de multitudes. Sonriendo responde: –eres una vieja. Café, hablar con adultos, economía, política, libros–. ¿Pero qué hay de estar con los chicos de tu edad?
En mi defensa debo decir, soy hija de latina y un banquero. Los libros no le hacen mal a nadie a menos que traten sobre comunismo, y no tengo nada que hablar en estos momentos con un montón de adolescentes embriagados. -–Es decir, que hablar de shopping, peluquería o el noviecito de turno no son de tu interés–. Añade.
Y por lo visto tampoco es el tuyo, que te encuentras aquí con la adolescente acomplejada, preparándome ese café cuando tienes 4 personas a tu servicio. Exclamé.
La cocina era amplia y muy moderna para una granja. Él se manejaba con destreza. Me ofreció algo de comer pero no acepté. Él decidió prepararse algo, aunque fue más una excusa para no volver donde estaba el resto de los invitados.
Al terminar de comer levantó la mesa y limpiaba todo, se le veía pensativo. Me miraba como quien intenta decir algo, y no consigue las palabras. Finalmente dijo: -No te vi antes por aquí-.Y tras otra pausa. – Tampoco encajas con este lugar-. Sonreí sin saber que decir.
Volvimos a integrarnos a la sala de festejo donde encontré a Myriam ebria. Marko debió notar mi cara de preocupación. Se volvió hacia mí susurrando «llegarás a tiempo». Cogió las llaves de su camioneta y recorrimos juntos el trayecto hasta el estacionamiento. Le agradecí el acto de comprensión y le ofrecí disculpas por tener que dejar solos a sus invitados. Jennifer nos abordó ofreciéndose para acompañarnos. Él se opuso con un rotundo no.
Partimos a mi casa; la que estaba ubicada en las afueras. A solas con él, se podía observar tensión entre ambos. –Es la primera vez que recorro esta zona– dije para romper el hielo de aquel silencio. Su respuesta no tuvo nada que ver con lo que yo acababa de decir. – ¿Cómo es posible no habernos visto antes? – Es imposible negar que conocerte me ha impactado. Y deteniendo su coche, me mira muy fijamente, toca mi barbilla dice nuevamente: perdóname, no debo.
Después del largo trayecto pensativos y enmudecidos, se vislumbraba el portón casa, el guardia nos abría paso. Marko se bajó abrirme la puerta del coche, caminaba para volverse y de repente exclama ¡Marina! y tocando mi espalda me dice; debo volver a despedir a los invitados, pero hay algo que quiero decirte y quisiera hablar contigo. ¿te importa si vuelvo esta noche? Permíteme venir esta noche.
Me inquietó su insistencia y prometí que le esperaría. Me recuerdo aquella caliente noche de verano esperándole durante 3 horas en el balcón. Eran las 23:30 cuando mi madre daba la orden de cerrar el portón. Me resignaba a entrar a mi casa, cuando vi que hacía cambios de luces desde su camioneta como señales desesperadas haciendo saber que se encontraba allí. Mi madre replicó; ni se te ocurra salir Marina. Se desbordaba mi corazón cuando veía cerrar aquel portón, mientras al unísono mi mente decía, si dejas cerrar el portón pierdes la oportunidad de saber que quiere decir con esta insistencia. Decidí retar a mi madre y sin dar marcha atrás corrí lo más rápido que pude hacia aquel portón…
Resumen
A menudo recordamos anécdotas y pensamos, ¿cuantas estupideces hice por amor? Y quizás justificando acciones nos negamos aceptar errores.
Esta historia habla de una mujer profesionalmente exitosa que tras la pérdida de sus padres se refugia en los brazos del hombre que le recuerda una de las mejores épocas de su vida. ¿Amor o capricho? ¿Miedo o confort? ¿Como librarse de la sombra de ser la otra? Es parte de la moraleja que Marina Franmeier quiere enseñar en el relato de su vía crucis.
Aunque muchas veces no sabemos que batallas puede estar librando cada persona, vivir en la piel de una amante, sin duda, no ha de ser la cruz mas fácil de llevar.
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