Joseph S. Una cara triste.

Joseph S. Una cara triste.

Juanma Ferro

30/03/2018

No sé cuanto tiempo tardé en reaccionar. Aquel hombre estaba muerto, me quedé sentado a su lado sin saber que hacer.

Tras el accidente John, que es como se llamaba el piloto, estuvo cerca de un día agonizando. En las últimas horas había perdido la consciencia, cada vez le costaba más respirar. Intenté sacarlo de su asiento, pero los gritos de dolor me indicaban lo contrario. Lo tapé con una manta que encontré en la avioneta y le di agua en pequeños sorbos. De vez en cuando salía para echar un vistazo por si pasaba algún equipo de rescate. Pero el cielo permanecía oculto tras las grandes copas de los árboles. Había dejado de llover y entre las hojas se filtraban los rayos de sol. El olor a pino mezclado con él de la tierra mojada y el silencio del bosque me transportaba muy lejos de allí. Solo los gritos de dolor de John, me hacían volver a la realidad.
Todo sucedió muy deprisa, estaba sentado en el asiento del copiloto y sobre el cristal aparecieron las primeras gotas de lluvia. John golpeaba con cuidado los controles, como si algo no funcionara bien, cogió la emisora e intentó contactar con tierra.
─¡WQ307 para base de control! ¿Me reciben? ─Pero no recibimos contestación alguna─. Eso no debería de estar ahí.
Dijo señalando la tormenta que teníamos delante. Era una enorme mancha negra que se iluminaba acompañada de un gran estruendo. El viento movía la avioneta como si fuera una cometa.
─¡Base de control, aquí WQ307! ¿Me reciben? Mi ruta es errónea, me encuentro justo enfrente de la tormenta, nos hemos desviado hacia el norte. ¿Me reciben?
John soltó la emisora y se aferró a los controles, intentando gobernar la avioneta.
─¡Joseph! Siéntate atrás y abróchate el cinturón. ¡Vamos, muévete muchacho!
Las sacudidas eran cada vez más violentas, el pequeño pasillo parecía eterno, no podía llegar al último asiento, me agarraba a todo lo que podía para conseguir llegar. Empezamos a descender bruscamente, caí en el asiento de golpe. Luchaba con todas mis fuerzas para conseguir abrocharme el cinturón, no era capaz de encajar la hebilla. Las sacudidas eran más frecuentes. Fuertes relámpagos iluminaban el interior de la avioneta. Un ruido atronador, seguido de un impacto seco, fue el desencadenante del accidente. El motor estaba ardiendo. John sabía que no nos quedaba mucho, el accidente era inminente.
─¡Mayday, mayday, mayday! ¡Perdemos potencia, nos caemos!
La copa de un abeto apareció de repente delante de nosotros. John levantó el morro de la avioneta y eso posiblemente fue lo que hizo que el impacto fuera mucho menor. Fuimos golpeando copa tras copa, perdiendo lentamente la altura, hasta que la avioneta se introdujo entre los árboles, chocando contra las grandes ramas. Seguimos cayendo, cada vez los golpes eran más violentos. Pensé que la avioneta se iba a partir en dos en cualquier momento. Un golpe seco paró definitivamente la avioneta.
La oscuridad se hizo. Me encontraba aturdido, por un momento no sabía donde me encontraba. La lluvia golpeando la chapa de la avioneta, era el único sonido que escuchaba. Aquel sonido se fusionó con mis recuerdos, con el jazz del viejo bar de Bob, con Fran y sus historias de los grandes del jazz, con las cervezas frías, con las partidas de billar, con el furtivo hogar en el que se convirtió aquel viejo garito donde Fran y yo nos refugiábamos. Y ahora, tras perder la consciencia volvía a refugiarme en él.
Una luz intermitente me trajo de nuevo a la realidad, aunque el interior de la avioneta me parecía una pesadilla. La luz dejó de parpadear quedándose por fin encendida y fue cuando pude ver a John sin sentido en su asiento. Lo llamé, pero no obtuve respuesta, en ese momento creí que estaba muerto. Me levanté a trompicones, mareado y dolorido. Me dirigí hacia John y comprobé aliviado que aún respiraba. La lluvia se colaba por la luna rota y mojaba a John, fue en ese momento cuando intenté moverlo. Él era mucho más grande que yo, pero pensé que por lo menos podía arrastrarlo hacia la parte de atrás. Lo cogí por los hombros y al levantarlo gritó de dolor. Un grito fuerte y sordo que me hizo renunciar de inmediato. John volvió a desmayarse. No podía hacer otra cosa que dejarlo en su asiento. Con mucho cuidado fui bajando poco a poco el respaldo de su asiento, hasta que su cabeza se apoyó en él. Lo tape con una manta que encontré en uno de los asientos.
Ahora debía tapar la luna para impedir que el agua y el frío siguieran entrando. La luz volvió a parpadear, nos volveríamos a quedar a oscuras si fallaba de nuevo. La golpeé con cuidado y se volvió a quedar encendida. La intensidad era menor, no sé cuanto tiempo tendríamos luz. Allí, de pie, en el centro del pasillo, no podía creer que aquello fuera real. Observaba la situación sin saber muy bien que tenía que hacer. Tras unos segundos o quizás minutos, me dirigí hacia la radio. Apreté el botón y pedí auxilio, pero no hubo respuesta, ni esa, ni ninguna de las siguientes veces. Trasteé los controles intentando encontrar alguna voz al otro lado, pero solo encontré silencio. Una imagen vino a mi cabeza, John hablando con su teléfono móvil minutos antes de despegar. Nervioso busque el teléfono en sus bolsillos. Por fin lo encontré, desbloqueé el teclado para descubrir que no tenía cobertura. Marqué el número de emergencias y me derrumbé al escuchar aquel sonido que delataba la falta de ningún operador.
Permanecí un tiempo sentado junto a John con las manos apoyando mi cabeza y la mirada perdida. John tosió y observé como el agua mojaba la manta. Me levanté y busqué sin saber qué, cualquier cosa que me pudiera servir. Debajo de los asientos encontré unos chalecos salvavidas, unos paracaídas, también una loneta. No le di demasiada importancia a los chalecos, me centré más en la loneta y en los paracaídas que podría utilizar para tapar la luna. Pero al tirar los chalecos sobre los asientos vi que llevaban asidos unas pequeñas linternas. Eso me tranquilizó, cogí una de ellas y pude comprobar que funcionaban, por lo menos esa noche no me quedaría a oscuras. Abrí uno de los paracaídas y lo extendí sobre John. Eso me daría algo de tiempo, por lo menos, evitaría que se empapara la manta. Ahora tenia que tapar la luna para impedir que siguiera entrando el agua. Cogí la loneta con la intención de salir fuera y cubrir la luna, pero no conseguía abrir la puerta. Estaba encajada, pensé en romper una ventanilla. La lluvia golpeaba con fuerza sobre el cristal. Necesitaba algo con que taparme antes de salir. No tenía más ropa que la que llevaba puesta. Podía utilizar el otro paracaídas para resguardarme de la lluvia. Pero todavía quedaba solucionar como salir de la avioneta, abrir la puerta encajada o romper una de las ventanillas para tener un problema más de agua y frío, entrando en la ya de por sí helada avioneta. Empujé con fuerza la puerta y esta no cedió, le di varias patadas y al final golpeé con mi hombro contra el frió metal de la puerta, lo único que conseguí fue hacerme daño. La puerta permanecía cerrada. Embestí una y otra vez, pero no hacían efecto alguno. El agua seguía filtrándose, muy pronto todo estaría empapado. No quería desistir de mi empeño, no podía permitir que aquella puerta impidiera conseguir mi objetivo. Seguí empujando una y otra vez sin rendirme y cuando ya estaba agotado, de repente la puerta cedió. Me vi en el suelo lleno de barro. La lluvia caía sin cesar, en pocos segundos ya estaba calado hasta los huesos y aún no había conseguido tapar la luna. El viento movía la lona de un lado a otro, me ayude con todo lo que tenía a mi alrededor, trozos de la avioneta, ramas partidas y piedras que fui colocando encima de la lona para que no se la llevara el viento, poco a poco la lona dejó de moverse. La luz de la linterna no me permitía ver más allá de un metro, estábamos en mitad de ningún lado. Tenia la esperanza que cuando amaneciera pudiera ver algún signo de civilización cercana. Ahora solo podía pensar en secarme. Corrí hacia el interior, estaba helado y el barro me llegaba a los tobillos. No pude encontrar nada para secarme y la única opción que me quedaba era quitarme esa ropa mojada. El frió me había dejado las manos entumecidas, no era capaz de desvestirme y como pude me saqué la ropa y las zapatillas. Por mi cabeza pasó la idea de quitarle la manta a John. Pero solo estuvo en mi cabeza el tiempo necesario para entender que ése era un acto de cobardes. Anduve de arriba a bajo sin saber muy bien que buscaba, era una forma de entrar en calor. Abrí el otro paracaídas y me envolví con él, me acurruqué en los asientos tiritando de frío. Fue la peor noche de mi vida, pensé que iba a morir. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza, aquello no podía estar sucediendo. Escuchaba el agua golpeando sobre la avioneta y la respiración forzada de John. Cerré los ojos con la esperanza de despertar de aquella pesadilla. Tiritaba de frío, recordé que cuando una persona muere de hipotermia deja de tiritar, ya no siente el frió porque su cuerpo ha perdido todo el calor. Yo tenía frió, mucho frió. Las manos me dolían, seguían entumecidas y me restregaba el cuerpo con ellas, con la esperanza de entrar en calor. La tela de nylon del paracaídas me ayudo para entrar poco a poco en calor y al final el cansancio hizo que me quedara dormido.
Los rayos de luz sobre mis ojos me despertaron, todo era silencio en ese momento. Permanecí unos minutos sentado mirando a mi rededor, observé a John hasta que escuche uno de sus quejidos. Me levanté enrollado en el paracaídas y arrastrando tras de mí la mochila de este. Me acerqué a John y coloqué mi mano en su frente, estaba ardiendo. Incorporé el asiento y le di un poco de agua, instintivamente bebió, pero permaneció inconsciente.
Recogí mi ropa mojada, me coloqué las zapatillas aún empapadas y salí para tender la ropa al sol. No podía casi moverme con el paracaídas, pero tampoco podía dejarlo pues aunque había dejado de llover, la mañana era fría. Estrujé la ropa y la tendí sobre las ramas de un abeto y regresé al interior de lo que quedaba de la avioneta. Me senté junto a John y volví a pedir auxilio por radio, pero tampoco en esta ocasión hubo respuesta. Ya no se escuchaba el ruido de la emisora y pude observar que la luz del pasillo se había apagado para siempre. John recobró la consciencia e intentó moverse, el dolor le hizo dar un grito. Yo le sujeté la mano y él me pronunció sus últimas palabras. Tuve que acercar mi oído a sus labios para poder entenderlo.
-Joseph, debes salir de aquí. Viaja hacia la puesta de sol, nos hemos desviado mucho de nuestra ruta y nunca nos encontrarán. Vete antes que empiecen las nieves o morirás aquí conmigo.
Después me dijo unas palabras para su mujer y sus hijas, que reservo para ellas, escritas en una hoja de papel que guardo en uno de los bolsillos de la que era su cazadora. Se desmayó de nuevo y ya no volvería en sí. En sus últimas horas de vida, John, se quejaba como en sueños, con un leve llanto mezclado con la respiración entrecortada. No era capaz de escuchar aquel gemido y salí fuera.
Me senté al sol de septiembre para calentarme. Me quedé dormido durante unos minutos, tal vez horas, como en un sueño. Al despertar ya no escuchaba a John. Me levanté y entré en la avioneta, al acercarme me temí lo peor. Me senté a su lado y permanecí unos minutos sin saber que hacer. No escuchaba su respiración, permanecía inmóvil, en silencio. Cuando reuní las suficientes fuerzas, toqué a John, primero en el hombro, lo moví. Al no ver ninguna reacción, acerqué mi mano a su cara que estaba fría e intenté tomarle el pulso en la garganta. No encontré nada, solo esa carne fría y blanca. Lo llamé varias veces esperando una respuesta que no llegaría nunca y me quedé callado e inmóvil contemplando el cuerpo inerte de John. La respiración se me entrecortó y de mis ojos comenzaron a brotar lágrimas. No sé cuanto tiempo pasó hasta que me levanté del asiento.

SINOPSIS:
Joseph S. es un prometedor joven de 16 años, que tras la repentina muerte de su madre, caerá en una profunda crisis de identidad que le llevará a buscar refugio en el viejo bar de Bob, un garito que está abierto hasta altas horas de la mañana y donde puede pasar las horas jugando al billar y escuchando jazz mientras bebe unas cervezas.
Allí conocerá a Fran, un chico un par de años mayor y un enamorado del jazz, que como Joseph necesita encontrar un significado a su vida. Irá surgiendo una amistad entre ellos y un apoyo mutuo. Un día Fran, le cuenta a Joseph su intención de enviar una solicitud para una oferta de trabajo. Aunque carece de experiencia, tiene la certeza que este, es el trabajo de su vida. Días más tarde, Fran consigue el trabajo por el que ha estado soñando y ambos deciden celebrarlo.
Pero esa noche se torcerá y tras pasarse con el alcohol se meterán en problemas con la ley, serán detenidos y llevados ante el juez. Joseph asumirá la culpa para salvar a Fran y que este pueda cumplir su sueño. Joseph será condenado y enviado a un correccional de menores en las montañas para cumplir su pena y terminar sus estudios, pero la avioneta en la que viaja sufrirá un accidente. Joseph, tras la muerte del piloto, se quedara solo y perdido en el bosque. En su intento de salir vivo del bosque, comenzará un viaje iniciático que le llevará a comprender los pasos del pasado y a entender como los pensamientos pueden llegar a marcar y a condicionar nuestras vidas. Para poder escapar del bosque tendrá que buscar en su interior para hallar el camino de vuelta a casa.

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