Capítulo uno

El rayo verde

Al entrar a la cocina Marina encontró el cuerpo de la Sra. Rosita en el suelo. Lo primero que vio de ella fueron las zapatillas cafés de tela que acostumbraba a usar y el borde de los pantalones blancos.

Marina le dio la vuelta al mostrador del centro de la estancia y vio a la que había sido su niñera, amiga y, sobre todo, remplazo de madre, tumbada en el piso. La sangre brotaba por varias heridas en su pecho. Cerca del corazón sobresalía la empuñadura de un cuchillo de caza. La joven lo reconoció enseguida, era parte de una colección que su abuelo le regaló antes de morir. Marina trató de sacarlo, pero algo duro parecía estar sujetándolo. La cabeza le daba vueltas, su corazón latía con mucha velocidad. Era necesario hacer algo, pero no sabía qué.

Se arrodilló junto al cadáver y le tomó el pulso. Muerta. Un par de lágrimas le empañaron la visión. ¿Quién le haría algo así a una mujer tan dulce? ¿Por qué alguien querría matarla? “¿Y si alguien se metió en la casa a robar y como dieron con ella primero, la mataron para que no dijera nada?” se preguntó. Temió por su padre.

Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta, pero perdió el equilibrio al pisar la sangre que se extendía por el suelo y resbaló. Logró sujetarse del fregadero, pero se torció un tobillo al tratar de incorporarse de nuevo.

Cojeando se detuvo en el marco de la puerta. Se quedó quieta y prestó atención a los ruidos, por si alguno le indicaba que los ladrones seguían en la casa. El silencio era profundo, sólo se escuchaba el rumor del mar a lo lejos. El único ruido era la mente de Marina, que le decía que algo no estaba bien. “¿Pero de dónde sacaron uno de mis cuchillos los ladrones?” Se preguntó de repente.

La colección de cuchillos de caza de varias épocas y países se encontraba guardada bajo llave en un cofre en la habitación de Marina y nadie tenía la llave para entrar excepto ella y la Sra. Rosita.

La mente de Marina comenzó a trabajar, tratando de olvidar por un momento el shock. Pensaba con rapidez buscando explicaciones. Repasó con cuidado los acontecimientos del día. Quizá en algún momento abrió el cofre con los cuchillos para sacar algo más y lo dejó abierto…

No. Esa misma mañana salió como a las 12 del mediodía a buscar a Leonardo a su trabajo en los muelles del puerto de Valencia. La joven se subió a su coche y condujo poco más de una hora hacia la ciudad desde donde vivía. Llegó al puerto y se dirigió a la zona de descarga de los contenedores, en especial la parte donde llegaban los cargueros de la familia Villagarcía. Nadie le impidió el paso, la identificación como la nieta del fallecido dueño era más que suficiente. Muchos hombres la saludaron.

Cuando vio a Leonardo lo sonsacó para que dejara el trabajo y la acompañara a comprar unas cosas. Él estaba un poco reticente, no quería quedar mal con el padre de Marina quien le dio ese empleo, dejando sus obligaciones a la mitad. La chica habló con el superior de su amigo y a pesar de la amenaza de decirle a su padre, que a ella no le importó, tomó a Leo de la muñeca y salieron de ahí.

Marina lo llevó a una tienda de buceo y a una librería de libros viejos, en donde la joven recogió un libro que pidió un mes atrás y que trataba sobre piratas. Después fueron a comer.

—He encontrado más papeles sobre Bárbara en el archivo de la casa. Sé en qué año nació y sé sobre su compromiso, pero no encuentro nada después de ese día. Parece que desapareció. Pero estoy segura de que es ella la pirata de la que leí en México, la mujer pirata más temida, la que a lado de Felón Skull fue el azote del Caribe. Incluso el mismo Barbanegra le temía. ¡Y ella era española, no inglesa, ni holandesa!

—Insisto en que creo que encontraste un libro de ficción, Marina. Que existiera alguien que hiciera a Barbanegra temblar, me parece muy fantasioso. Y no te enojes conmigo, es la verdad —dijo Leonardo mirando con fuerza a Marina.

—Yo también lo pensé al principio, Leo, pero Bárbara es real y vivió donde vivo ahora, en la casa de la familia Villagarcía, además se apellida como yo. No creo que sea una coincidencia.

—Si tú lo dices.

—Extraño México —exclamó Marina con un suspiro.

—Pero ahora vives a lado del mar, justo como querías.

—No quería cambiarme de país, sólo de estado. Extraño la casa de San Ángel. Extraño estudiar.

—Pero venir a España fue bueno, pudiste averiguar algo sobre Bárbara.

—Sí, pese a eso ya quiero regresar y terminar las dos carreras. Odio tener todo detenido.

—Pero estás descansando junto al mar. ¿No dabas todo por eso?

—¿Sabes decir otra palabra además de pero?

—Sin embargo, mas, no obstante.

Leonardo sonrió entrecerrando los ojos. Marina detestaba que el chico usara su propia arma contra ella.

—¿Ya te dijo tu padre cuándo podrás volver para terminar? —preguntó el chico.

—Le sigue dando largas a nuestra plática, ahora nunca tiene tiempo. Debe hacer tantas cosas de la empresa que no sabe dónde está su cabeza. Eso es lo que pasa cuando le dejas una responsabilidad de ese tamaño a un escritor de novelas históricas. La única que parece tener tiempo de sobra para joderme es Claudia.

—Eso no es raro.

—Hoy me dijo algo que me sacó de onda. Hizo un tono medio lloriqueante y dijo “tu padre está muy triste por la muerte de tu abuelo —Marina cambió el tono de voz para hacerlo más agudo y lastimero—, ¿podrías dejar de pensar tanto en ti y darle un poco más de apoyo? Él te necesita a su lado.” Yo le respondí que yo lo veía muy tranquilo al estar con ella, que no entendía por qué me necesitaba a mí. Total, lleva once años sin necesitarme.

—¿Y qué te dijo? —preguntó Leonardo.

—Dijo que si yo seguía siendo así de egoísta, el mundo se iba a voltear contra mí —Marina volvió a cambiar el tono de voz esta vez habló como si fuera una anciana malvada—. Yo me aseguraré de que no lo dejes, de que no regreses a México.

—Creo que exageras.

—Conoces a Claudia tanto como yo. El tono en que lo dijo no me gustó. No entiendo, no me aprecia, menos me quiere. Soy un estorbo para su hijito diabólico. ¿No es mejor que me deje ir a México? Ahí no la molestaría mi presencia.

—Mantén a tus enemigos cerca y tus amigos del corredor no pasan.

Marina soltó una carcajada interrumpida por un gran eructo.

—¿Qué no es, mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca?

¡Claudia!

Todos los músculos del cuerpo de Marina se tensaron, el tobillo le dolió más. Miró a su alrededor temiendo que la abogada se materializara frente a ella. Los pensamientos de la chica volvieron al presente. Miró el cuerpo demasiado pálido de la Sra. Rosita.

Marina olvidó a los ladrones y comenzó a dudar de Claudia. ¿Habría sido ella la asesina? Pero ¿para qué? Trató de olvidar esa idea, sabía que la abogada era insoportable, controladora, chantajista, manipuladora, arrogante, criticaba a Marina a cada momento, pero no creía que Claudia fuera capaz de asesinar.

Observó el cuchillo mientras su mente repetía las palabras que Claudia le dijo esa mañana: “Yo me aseguraré de que no regreses a México.”

—¡Trata de inculparme! —exclamó Marina aterrada.

“¿Por qué? ¿Qué gana con ello?

La mente de Marina trabajaba al cien tratando de explicarse la forma de actuar de Claudia, cuando la puerta trasera de la cocina, la que daba al jardín, se abrió. En el marco se dibujó la silueta de Leonardo. Estaba sudoroso y jadeaba, parecía que había corrido.

—Tu papá me mandó un mensaje, me pidió que te sacara de la casa lo más rápido posible y que te llevara a un lugar seguro.

—¿Qué? ¿Por qué? —Marina miró asustada a su amigo.

—No hay tiempo de explicar. Vamos a tu habitación por algunas cosas y salgamos de aquí.

—Pero ¿y todos los sirvientes? —antes de terminar de hablar Marina recordó el silencio en la casa.

Leonardo dio unos pasos al frente sin contestar y vio el cuerpo de la Sra. Rosita, se puso lívido, las lágrimas cayeron por sus ojos. Bajó la cabeza en señal de respeto, tomó a Marina de la mano y la llevó a rastras fuera de la cocina.

—Claudia mató a la Sra. Rosita —dijo ella, dejándose llevar.

—Lo sé, por lo menos, lo sospecho —contestó él.

—Creo que quiere culparme —exclamó ella.

—No me extrañaría —respondió él—. Pero ahora no tenemos tiempo de probarlo. Es una muy buena abogada, sabe cómo manejar las leyes a su favor, si lo que quiere es encerrarte, puede hacerlo por un buen tiempo.

—Tú también eres abogado.

—Marina, ¿recuerdas que dejé la carrera inconclusa igual que tú para venirme a España contigo? Sé de leyes, pero lo único que puedo hacer ahorita para ayudarte, es esconderte —Leonardo sonaba muy serio y cortante, estaba tan asustado como Marina, así que la tomó de los hombros y le dijo—: ¡Vamos, Marina, pon algo de tu parte! ¿Dónde está mi amiga fuerte, valiente, inteligente y a la que le vale madre todo? Pareces una niña asustada.

Marina se soltó, respiró hondo, asintió y tomó la delantera. Guio a Leonardo por un muro falso que llevaba a una escalera oculta y de ahí a una salita de estar que cruzaron para llegar a las escaleras que subían a la torrecilla donde se encontraba la habitación de Marina. Hasta el dolor del tobillo disminuyó un poco.

La casa era bastante antigua, fue construida a principios del siglo XVII cuando un importante Señor que vivió en Madrid eligió esas tierras para construir su casa de verano –desde entonces le pertenecía a la familia Villagarcía–. El Señor quiso que la casa tuviera algunas paredes falsas, cuartos, pasadizos y escaleras ocultas para atender mejor sus diversos negocios.

Desde que llegaron de México, Marina se encargó de investigar toda la construcción. Por lo que conocía perfectamente dónde estaban todas las puertas y escaleras secretas. De esta forma se ocultaba con facilidad de la mirada desaprobatoria de la esposa de su padre, quien parecía pensar que Marina en lugar de tener veintidós años, tuviera tres. La joven trató de no pensar en Claudia.

Ya en su habitación, Marina sacó una maleta del clóset, aventó ropa y libros dentro. Leonardo se puso a acomodarlos para que hubiera más espacio. La chica sacó una llave con forma de calavera, abrió el cofre y sacó la caja de los cuchillos, hacían falta tres. La joven estaba segura de que si los buscaba encontraría por lo menos uno, lleno de sangre de la Sra. Rosita, en alguna parte del cuarto. Sacó otros dos de la caja, eran ligeros, fáciles de ocultar e iguales, el mango de marfil tenía tallado un lado el emblema de la familia, del otro el dibujo de unas calaveras. Eran los favoritos de su abuelo y de ella. Sacó dos porta cuchillos del cofre, se ató uno a cada muslo y guardó ahí las hojas. Los cubrió con las bermudas holgadas. Tomó su pasaporte, las cartas de su madre, que echó sin mucho cuidado en la mochila, y miró a su alrededor.

Las reproducciones de barcos que adornaban las paredes parecían rogar que nos los dejara. Eran como sus hijos, algunos tenían veinte años con ella. Se acercó a uno en especial, lo tomó con cuidado, como si fuera un cachorrito, lo colocó en su brazo izquierdo mientras con el derecho abría la trampilla que daba a las bodegas, sacó un colguije con forma de la silueta del barco que sostenía.

—Sombra Siniestra, tú debes cuidar a tus hermanos, dependen de ti —lo colocó en su lugar y exclamó— ¡volveré por ustedes!

—¿Con quién hablas? —preguntó Leonardo asomándose a la habitación, ya se había adelantado con la maleta en la mano.

—Con mis barcos —respondió con naturalidad Marina.

Leonardo se encogió de hombros acostumbrado a las peculiaridades de ella.

—¿Por dónde salimos? ¿Vamos por la cocina?

En ese momento se escuchó el motor de un coche que se acercaba a la casa.

—Deben ser mi padre, Claudia y Emiliano. No podemos pasar por la estancia principal, en lo que bajamos ellos ya habrán entrado. Tendremos que salir por la Roca del Sol.

—¿La qué?

—Sígueme y no preguntes.

Marina bajó por las escaleras a la salita de estar, pero en lugar de dirigirse a las escaleras ocultas, fue hacia el cuarto que su padre compartía con Claudia. Entró, dejó pasar a Leo y cerró la puerta. Caminó hacia el armario, una pequeña habitación que estaba a lado del baño. La joven se metió y seguida de Leonardo caminaron hacia el fondo, un mueble estrecho con varias repisas cargaba las bolsas y zapatos de Claudia, todos acomodados por orden de colores y tonos. Marina sujetó con fuerza un entrepaño y lo jaló hacia sí. El mueble que parecía empotrado en la pared se movió hacia adelante, detrás apareció un pasadizo que llevaba a otras escaleras. Ambos chicos se colaron por la rendija y volvieron a colocar la pared en su lugar.

Bajaron con rapidez, las escaleras eran de caracol y hechas de piedra. Después de un par de minutos el ambiente cambió, se sentía más fresco y encerrado. Llegaron a una pared que Marina empujó saliendo a un pasillo largo, la puerta se colocó sola en su lugar de nuevo. El túnel se abría hacia ambos lados, del lado izquierdo se veía una tenue luz, era la bodega que quedaba bajo la cocina. A la derecha el pasillo no tenía luz. Marina sacó su celular y encendió la linterna, al tiempo que caminaba en esa dirección, contando los pasos. Leonardo la seguía muy de cerca, tanto que cuando ella se detuvo, él casi la hace caer.

La joven no dijo nada, sólo se apoyó contra la pared de su derecha y empujó. Leonardo hizo lo mismo y una puerta oculta apareció, detrás había otro túnel. Entraron, la pared se colocó en su lugar en silencio. El pasillo era más burdo, no estaba tallado en la roca, sólo excavado y tenía una ligera pendiente ascendente.

Caminaron como cinco minutos hasta que escucharon el rumor del mar muy cerca. Se habían acercado al acantilado sobre el que se encontraba la casa. Marina se detuvo, tanteó algo sobre su cabeza, apagó la linterna y el celular para que no pudieran localizarla y presionó una pequeña roca que sobresalía del techo. Una trampilla se abrió sobre ellos, salieron al aire libre. El atardecer llegaba a su fin. Frente a ellos el sol se hundía en el mar, en el momento en que ambos salieron y colocaron la roca en su lugar, el astro terminó por ocultarse, lanzando los últimos rayos antes de desaparecer. Un rayo de color verde hizo su aparición por un fragmento de segundo.

Marina se quedó petrificada, llevaba toda su vida esperando ver ese rayo y en ese momento. Justo cuando estaba enredada en un problema tan grande, aparecía.

SINOPSIS

Marina se encuentra en un país extraño para ella, en un continente del que no conoce nada y está siendo perseguida por un crimen que no cometió. Su mejor amigo y el padre de la chica tratarán de ayudarla, sin embargo, el caso es complicado, todo apunta a que ella asesinó a la mujer que la cuidó desde niña.

El padre de Marina le consigue un pasaje a México, pero ella debe hacerse pasar por chico para que no la atrapen. Llegando a Veracruz deberá buscar a su madre quien la podrá esconder por un tiempo y que al parecer tiene en su poder un anillo que le perteneció a Bárbara, la joven de casi catorce años con la que está obsesionada Marina, y que también huyó de España.

El día en que Bárbara cumple catorce años será también el día en que su padre la comprometa con un importante Señor de Cádiz. Ese día su madre le confiesa que al que siempre llamó padre, no es tal, mientras que el que sí lo es viaja en un barco conocido como Sombra Siniestra, el barco insignia de un pirata muy temido en El Caribe. La mujer le entrega un anillo con el que su padre podrá reconocerla.

Con la ayuda de su amigo Alonso, Bárbara huye de España hacia Las Bermudas con la esperanza de encontrar su libertad y de paso, a su padre.

La historia de ambas chicas se va entretejiendo por eventos y lugares que ambas visitan como si un hilo las uniera. Los piratas son figuras muy importantes para las dos y serán los que al final las juntarán. Un anillo será el que dicte el destino de estas dos jóvenes.

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