LA SINGULARIDAD GESTADA
Es un diagnóstico preliminar. Sin embargo, los indicios son demasiado fuertes. El hijo que lleva en su vientre, seguramente será un genio o, por lo menos, entrará a la vida con el síndrome del sabio, conocido como savant. Lo digo debido, principalmente, al hecho de que, aún en su útero, ya se comunica con usted valiéndose del código morse. Le aconsejo realizar exámenes posteriores a fin de determinar cuan superdotado esta criatura descomunal vendrá a ser. Los especialistas le mostrarán con seguridad la profundidad y la magnitud de este acontecimiento increíble – le comunicó el obstetra en una miscelánea de espanto, consternación e histeria. Nada similar se encontraba en los anales de la medicina de todos los tiempos, ni en la medicina popular de cualquier pueblo del mundo. Y el obstetra, personalmente, se entregó a la búsqueda de casos semejantes, porque la incredulidad aun revoloteaba en su mente. Sucumbió cuando fue testigo, en más de una ocasión, de los recados enviados por el párvulo a su madre. Específicamente, consta en su archivo, que “desde los tres meses hasta su parto la comunicación fue ininterrumpida, aunque nunca se desvió para asuntos intrascendentes como el nombre que le sería otorgado o la época del año en que nacería. Entre puntos y rayas, describía magistralmente sus deseos y necesidades. Ni una coma más, ni una coma menos”. Sin alternativa, su opción fue aprender el código en cuestión para obtener informaciones exactas de su proceso de acreción y de la peculiar vida intrauterina. Claro está que esa singular situación no sólo le proporcionó la oportunidad de descubrir los misterios del embarazo, desde el punto de vista del feto, como también de inscribir su nombre en la historia de la medicina, que lo registró bajo la designación de alguna sintomatología titulada con su apellido para volverse una referencia académica mundial sin precedentes.
¿Cómo lo llamaremos? – preguntó su madre a su padre
No me suena bien Albert, o Niels. Tampoco Lao o Confucio. Pienso que debe ser transversal, tanto para el oriente como para el occidente – respondió el patriarca lleno de orgullo, con la intención oculta de inducir a su esposa a las culturas primordiales de la humanidad, como la griega o la romana.
En ese caso, parece apropiado y sensato que lleve el nombre de uno de los grandes pensadores antiguos, como Sócrates, Platón o Sófocles, aunque ninguno de ellos es melódico a mis oídos. ¿Y Aristóteles? ¿Te suena bien, como una melodía afinada? – ponderó la dichosa madre del ya nacido genio. Su padre se limitó a consentir con la cabeza, aunque no disimulaba una sonrisa sardónica ante el éxito de su estrategia.
En consecuencia del auspicio de la sapiencia que acompañaría al cuerpo del recién nacido, consensuaron en llamarlo Aristóteles. Un poco por vanidad de sus padres, un poco obedeciendo a una premonición, como dirían los más holísticos. El hecho es que el destino entrelazaría su nombre con su futuro en una conjunción de sucesos inexplicables. Su nacimiento e inicio de infancia no fueron comunes, como se esperaba dentro de ciertos límites concebidos como aceptables o imaginables. Los límites previstos se tornaron ilimitados ante las facultades demostradas con tanta facilidad por el infante. Era privilegiado, según detectaron los estudiosos del ingenio y de la inteligencia en la alborada de su infancia:
“Esta criatura precoz, es un genio en todas las áreas del conocimiento. No hesitamos en reconocerlo y admitirlo. Si fuésemos religiosos, diríamos que es omnisciente”- concluyó entusiasta y jubilosamente el colegiado convocado especialmente para identificar el cociente intelectual del niño prodigio.
En sus primeros años ya dominaba la física clásica, la trigonometría, la medicina alópata y la homeópata, bien como la cosmología básica, las ciencias sociales y la ciencia de la computación de un modo general. Merece destacado especial mencionar que, a la edad de nueve años, descifró el legendario y misterioso manuscrito Voynich1 sin esfuerzo, ni dificultad. Los primeros síntomas de asumir su condición de omnisciente datan de esa época, aunque, paradojalmente, todavía no lo comprendía del todo. No tuvo amigos, porque los consideraba despectivamente: “muy infantiles e ingenuos, además de llorones y dependientes. Un desperdicio de tiempo y energía”. Cuando alcanzó la adolescencia, el mundo era un tedio, un fastidio diario en virtud de que los progresos efectuados por la ciencia eran lentos para su capacidad astronómica de avanzar por los misterios de lo desconocido. Con la edad de catorce años dominó todos los aspectos de la alquimia, era multilingüe, especialmente en las lenguas en extinción, y comprendió la amplitud de la filosofía e inclusive, la amplió. Sin embargo, las artes – excluyendo la música erudita, que al oírla la traducía automáticamente en armónicas operaciones matemáticas – representaban un campo inmaculado para su sapiencia, lo que cobraría su precio en los años venideros.
Con relación a la ciencia se percibía como el ágil y veloz guepardo, mientras que ésta era fielmente representada por el lento y torpe perezoso, de acuerdo con su punto de vista. Sin mencionar que para aumentar su hastío, sus conocidos insistían en la cargante idea de las delicias carnales y la asiduidad con que se deleitaban degustándola. “Otra pérdida de tiempo y energía. Además, de tener que hacer concesiones absurdas o promesas inválidas que no tienen sentido o aplicabilidad en la dinámica del universo. Los átomos no consienten para fusionarse a fin de generar un nuevo elemento. Simplemente, siguen el orden sideral para realizar su propósito. Me identifico con esta realidad” – emitía como respuesta cada vez que era instado a participar de las peripecias de sus conocidos, porque llamarlos de amigos era una ofensa ya que, tanto no pertenecían a su alcurnia, como eran vacíos intelectualmente, de acuerdo con el dios que se apoderaba sin conmiseración de su ser. A esa altura, la sensación de omnisciencia se había instalado confortablemente en su razón, nublándole la consciencia que, supuestamente, también hacía parte de su sabiduría inigualable. Ningún círculo de amistades, o de cualquier otro tipo, lo rodeaba, mucho menos frecuentó un círculo vicioso: “un ultraje para quien es virtuoso en los campos del saber. Sería equivalente a llamar de virtuosa la ortorexia2, que es hábil en disfrazarse como tal”- se decía a sí mismo para auto convencerse de la eficacia de su asumida austeridad social. Por esta y otras razones – no todas referentes al ámbito de la razón, quizás la mayoría se encuadraba en el ámbito de la emoción – comenzó un contundente proceso de soslayo hacia su persona del cual no se percató hasta el instante en que se vio solitario, abandonado, impotente y desvalido ante las otras experiencias de la vida que prescindían de las ciencias, sus postulados y sus teoremas, todas inservibles para atravesarlas con buenas posibilidades de éxito, o por lo menos, de no naufragar en el intento.
1 Es un libro ilustrado, de contenidos desconocidos, escrito por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el denominado voynichés. Aunque no se sabe cuándo fue escrito, según pruebas del carbono 14, el pergamino en el cual está escrito fue fabricado entre 1404 y 1438.
2 Trastorno alimentario. Obsesión patológica por comer comida considerada saludable por la persona que puede llevar a la desnutrición e incluso a la muerte.
OPINIONES Y COMENTARIOS