Sinopsis
Devon Moore siempre había sido el amor irreparable de Roxanne. Desde que lo vio por primera vez en aquella estación del metro, supo que sus vidas estarían destinadas a encontrarse. ¿Qué hubiera pensado Devon unos años después al verse enredado en una espiral de fracasos y desilusión al lado de su compañera? Solo cuando descubre la enfermedad de Roxanne y su irreparable estado clínico, se da cuenta del terrible daño que ha causado no solo en su mísero amor, sino también en su pobre alma. Es hora de confesar y escuchar el veredicto definitivo de un amor impío y tóxico, al que se aferró durante tantos años en aquel café Noval. Un viaje no solo a su pasado familiar, sino también a aquellos amores tardíos que oculto en su mente avergonzada. ¿Es demasiado tarde para el amor? ¿Es hora de irse? ¿Es el final de todo? Acompañado de sus recuerdos e inmiscuyendo a sus amigos de alguna manera, descubrirá que su vida imperfecta llevaba tiempo acabándose: la rana en la olla. Una lucha en su interior ha comenzado.
– Capítulo 1 –
Era temprano cuando entre a la tienda de King’s Rock un Jueves camino al trabajo. La tienda de préstamos de libros se encontraba cerca de los límites de la ciudad, alejada un poco del centro entre un urbanismo no muy concurrente y la academia de informática. Su clausura debió haber sido hace meses, si no se hubieran topado con las interminables huelgas de los dependientes y, a lo mejor, por la ayuda prestada de los estudiantes locales; los cuales pedían a gritos un alto a los abusos de las grandes compañías por inútilmente acabar con la antigua cultura y dar pie al progreso.
Nunca me había interesado mucho la lectura, soy un hombre de pocas palabras. Pero desde hace unos meses atrás, había conseguido a alguien interesante con quien hablar en aquel sitio. Miento. Se debía, más que todo, a que la soledad del recinto me permitía ahondar un poco en mis pensamientos. Atravesar, quizás un poco, aquella oscuridad de mi alma y entender… O quizás sea solo el hecho de no tener compañía y me ofendía a mí mismo en admitirlo.
Me dirigí a la estantería de los libros de cocina, sin menoscabar mucho en asuntos de etiqueta ante el joven detrás de la registradora. Hacía tiempo que deseaba cocinar algo decente, tal vez, para probarme a mí mismo qué podía hacer algo por mi propia cuenta. Nada más épico que la cocina. Sus medidas exactas y sus procedimientos complejos eran, sin duda, un desafío de años. Tome un libro para principiantes y me senté cerca de la entrada en un banquillo tosco, frente a un amplio ventanal dividido por dos grandes sectores de vidrio; la luz del sol apenas alcanzaban a pasar por medio de la capa de polvo. Parecía un scriptorium antiguo de los monjes copistas en la edad media. Me fascinaba imaginar que formaba parte de aquella época.
Aún faltaban unos minutos para entrar al trabajo, este quedaba cerca y las calles aún estaban vacías. Hubiera parecido el amanecer después del Apocalipsis, si no hubiera sido por las inagotables tiendas suburbanas que abrían al otro lado de la calle.
Sentado en aquel taburete solo llegue a pensar en Roxanne. Como muchas otras veces, ella había sido el centro de mis pensamientos. Por desgracia, no recuerdo como el amor fue dejando nuestros corazones poco a poco. Quizás hubiera podido evitarlo, no lo sé. No me merecía, ella necesitaba algo mejor y lo sabía; sus padres muy bien se lo habían reclamado incluso en mi presencia. No sé qué vio en mí y que vi yo en ella, pero nos enamoramos. Tal vez, un grave error.
Me pedía a gritos que terminara con ella, que la dejara en paz de una vez por todas; sabíamos muy bien que me necesitaba mucho más que yo a ella. No pretendo ser arrogante, ya hay mucho de ellos en Launceston, Cornwall. Era quizás porque jamás tendría otro amor en su vida. No era fea, desgraciadamente tampoco era de esas chicas de revista. Sus curvas, si alguna vez tuvo, habían desaparecido hace años. Su rostro sin maquillaje, daba la expresión de un abandono de sí misma. Y he de decir que, a pesar de todo, lograba encajar su estilo propio casual a algo más deportivo. Esto quizás era para rejuvenecer aquella pasión por el tenis que había dejado en la secundaria junto con sus duros fracasos de amor platónico. Nada más tóxico que aferrarse a un pasado lleno de ilusiones.
No la odiaba y esperaba que ella tampoco a mí. Si he de ser sincero tampoco la amaba. Sé que le había hecho daño y durante un largo tiempo. Recuerdo cuando me dijo: «… no puedes tratarme de esa manera», me dolió. Le había pegado injustamente, frustrado ante la imposibilidad de encontrar un trabajo estable y de depender solo de los ahorros de mi madre. Debía ofrecerle algo mejor que una vida llena de fracasos. Había aprendido a controlar mis impulsos; aunque con los años, la costumbre hizo evidente que me faltaban varios años de terapia.
Pase página. «Jacked Potato» titulaba en grande y en color negro a la izquierda de una fotografía que, si bien me parecía bastante complejo de elaborar, me había causado un extraño interés. La patata no era muy frecuente en mis platos favoritos, prefería una buena pasta o unos calzones de queso. La comida italiana me deleitaba desde hace unos años. Pudo ser, porque donde nací, pocos restaurantes se dedicaban a ello. Lo que podía encontrarse eran imitaciones baratas de los platos tradicionales que probé en mi viaje a Italia con… Roxanne. De nuevo pensaba en ella. Habíamos compartido tanto en tan poco tiempo.
Alce la mirada. Las desvencijadas sillas de un costado de la pared vecina mostraban una amplia galería; cuadros llenos de polvo y de pintores desconocidos hacían contraste con el piso de madera y las paredes de un tono amarillento. La trastienda al fondo del edificio, no muy útil para el empleado de turno, mostraba una pared sólida junto con una única entrada de acre pulido, tal vez recién puesta. Del lado derecho, muy escondido del público, una escalera que llevaba a la segunda planta, nunca había entrado allí.
Repare en el reloj, marcaba las 7:43 a.m. Muy justo pero, al menos, no llegaría tarde. Salí de la tienda y me dirigí con paso firme hacia la confluencia de St Thomas Rd y Western Rd. Parecía tener un aire un poco más agitado que de costumbre. Al parecer la tienda de la Sra. Patsy tenía nuevos artículos de belleza y la mayoría de sus clientes, mujeres en su totalidad, arrancaban los artículos de los anaqueles como si no hubiera un mañana. Sabía de las grandes ofertas de todo el año; para mi sorpresa, no me esperaba tal revuelo. Nada parecía muy extravagante desde afuera, solo cosméticos y perfumes baratos. Era extraño como algo tan absurdo como el maquillaje pudiera atraer tanta concurrencia a tan temprana hora de la mañana, era irreal. Para ser justo, tenía intereses paralelos que me hacían comportarme de la misma manera.
Solo fue hasta que llegue a la esquina opuesta a la tienda que me percate de Noval. Un bar tipo restaurante muy concurrido en las horas picos. Se experimentaba un aire bastante jovial y moderno. Carecía de grandes críticas, aunque al menos no era desfavorecido por la localidad. Se dedicaba sobre todo a tragos caros y, claro está, a la comida de mar, una combinación milenaria. En los años anteriores hubiera cambiado la cocina casera por una gran cena en aquel sitio. Me acostumbraba a lo fino con gran entusiasmo y era un deleite que reforzaba el duro choque con la realidad.
Recordé cuando un sábado por la noche quedé con Roxanne en aquella taberna. No era el lugar más adecuado para una velada romántica, sobre todo por los clientes del piano-bar que consumían más de la cuenta. No podía quejarme, la limitante del dinero siempre nos dejaba a la expectativa de un mejor lugar.
Esa noche era bastante acalorada, más que por el propio clima era nuestras constantes discusiones. Por suerte, nos habíamos calmado un poco de camino al restaurante. Hablamos poco, siempre era así. Lo divertido de nuestras conversaciones se había extraviado en algún punto cuando dejamos de vernos como pareja. Patético, ¿no?
– ¿Qué pedirás? – dije finalmente, tomando el menú que ella llevaba revisado unos 5 minutos atrás.
– Creo que pediré una ensalada y un vino tinto.
– No debes fingir que haces dieta. Pide lo de siempre: bangers and mash y un custard.
– ¡No! Está bien con eso. Tampoco tengo mucha hambre – algo había comido antes de salir, seguro que sí.
– Yo solo pediré sunday roast.
– Necesito contarte algo – dijo después de unos interminables minutos.
– ¿Qué? ¿Paso algo?
– ¡No! Es solo que… – bajo la cabeza.
– ¿Y bien? No me digas de nuevo que necesitas dinero, sabes… – No me dejo terminar.
– ¡NO!… Ya han pasado 3 años desde que vivimos juntos, y bueno… tal vez…
– Roxanne, termina ya. Es algo irritante tener que descifrarte a medias.
Llame al camarero y pedimos la orden. Mientras hablaba veía lo nerviosa que estaba, era como la primera vez que salimos juntos; esta vez, sin la ilusión de un encuentro sexual al final de la noche. Algo me ocultaba o estaba a la espera de hacer una declaración que la dejaría expuesta. No sabía qué decirle, así que ignore el gesto y me dedique a ver la televisión que se encontraba a mi derecha. Las noticias sobre un escándalo en Corner Cafe, cerca de Church St, captaron mi atención desde que tomé asiento en la mesa. Al parecer, dos mujeres intentaron asaltar la tienda, sin éxito alguno. Recientemente, se tenían varios lugares que presentaban el mismo vandalismo; los delincuentes eran atrapados por la policía sin grandes esfuerzo. Era extraño que fuese tan recurrente y con el mismo método delictivo.
– Bueno, está bien… quería pedirte que nos casáramos. Solo quería saber si estabas de acuerdo. Desde hace años esperaba que me lo preguntaras, pero… – no termino, no tenía fuerzas para hacerlo.
La simple idea era chocante. No me esperaba algo así. Quizás era otra de sus rabietas o sus intentos de manipulación fallidos. Y he de mencionar, ¿qué chica hace eso? Roxanne era una mujer complicada. Quería hacerla sentir cómoda la mayor parte del tiempo; aun así, cosas como estas solo hacían que me riera de la poca valía que ella sentía por su alma. Lo único que más me acerco a una respuesta sólida fue una gran ira contenida. Estábamos en público y algo de vergüenza allanaba un poco en mi cobardía. Aun así, calle un rato, me calme y solo dije: «Toma el bolso. Nos vamos«. Cancele la orden, salimos del restaurante y no se habló más del asunto.
Lloro inagotablemente toda la noche. Escuchaba sus gemidos desde la sala. Deseaba consolarla, ya que a pesar de todo me sentía con algo de culpa. Aunque, he de decir que la rabia pudo más que cualquier cosa. La hubiera marcado con un golpe, si no hubiera sido por que las gotas de alcohol aún no habían hecho efecto suficiente. Humillarla no me hacía sentir feliz, aun cuando la idea de verla sumisa me excitaba de apoco. Lástima que mis pensamientos siempre acababan con el deseo sexual, en conjunto, claro está, con su dura y perpleja figura ya carente de mis deseos.
Hacía tiempo que no hacíamos el amor. No me lo había reclamado por miedo, eso era seguro. Quizás en alguna parte de su mente encontraba una forma de escape día tras día para suavizar la ansiedad. ¿Se tocaba? ¿Porno? ¿Un amante? Desde hace tiempo lo sospechaba; escasamente me importaba el medio, siempre y cuando me dejara tranquilo durante la noche. Lo único que no consentía era un sustituto. Mi crianza siempre fue de la manera más estricta posible en cuanto al engaño y la mentira: no son buenas incluso ante las más pequeñas e inocentes situaciones. La falta de credibilidad me hacía pensar que sus necesidades eran tan importantes como para buscar aquello, incluso, en la cama de otro. ¿Un amigo? Peter, seguro. No habían mostrado gestos formales de una relación, así sea platónica; ni mucho menos citas indecentes que delataran sus fechorías. Constantemente, laceraba en mi mente, como se entregaba, sin ningún percance ni remordimiento, a los brazos de otro hombre, inclusive si este era mi mejor amigo desde la infancia.
No me creo una víctima. También he tenido mis relaciones fuera de… nuestra relación. Muchas veces visite los suburbios con unos cuantos billetes a la espera de un encuentro fortuito. Christine siempre estaba a las 10:00 p.m. con un cliente. No hacía falta ver como concretaba el negocio o declinaba abruptamente si el dinero no se mostraba a la vista. Era bastante buena en su oficio. Mostraba una clara experiencia y discreción inigualable. No era como las principiantes recién egresadas de la universidad. No poseía esa inocencia que caracterizaba a una virgen, pero aparentaba una clara dosis de pasión oculta en cada acercamiento, como si disfrutara el hecho de tener a cada amante noche tras noche.
Christine siempre formó parte de nuestra relación. La conocí aun cuando realizaba las pasantías en el Launceston Glass C.A. Se extendieron las visitas durante un gran periodo hasta que tuve que regresar a la casa de mis padres después de la graduación. El viaje para llegar hasta el centro duraba una hora, así que los encuentros eran bastante escasos. No obstante, jamás me olvide de ella y creo que ella tampoco de mí. Tenía unos pocos años menos que yo y por ende nuestros gustos congeniaban. No me enamore, no lo hubiera permitido ni en aquel entonces ni ahora. Pero con gusto me hubiera ofrecido a la primera oportunidad de saber que le atraía o, que al menos, llamaba su atención.
El día pasó sin grandes novedades. Concrete una reunión con los inversionistas a las 10:15 a.m. Durante la tarde, me encargue de ponerme al día con algunas formas bastante gruesas, acumuladas desde hace días. Al parecer, debían terminarse antes del fin de semana. No creo que hiciera horas extras. Por lo general, era así. Era eso o el despido; casi siempre acaba en lo último. Esta vez sí tenía una excusa real para la falta de eficiencia laboral, como de costumbre encontraba una.
La verdad es que había visitado a la hermana de Roxanne y a Peter la semana pasada. Me había tomado mi tiempo, faltando unas cuantas horas de trabajo. Necesitaba un respiro de la rutina. Me había centrado más que todo en mí mismo de una manera casi egoísta, sin indagar demasiado en lo que había sucedido con los demás, después de… Bueno ya habían pasado varias cosas desde lo sucedido. Todo ahora era diferente, quizás con un poco menos de gracia o ilusión. Fue un duro golpe.
A las 6:00 p.m. decidí ir a Noval con la esperanza de pensar un poco más en lo que me había hablado con Peter. Encontrar un espacio en mi agenda para mí mismo era bastante frecuente. Pedí un espresso, que acompañaba un pedazo del pie que vi en la vitrina al entrar. El café estaba bastante fuerte, me apetecía algo que despertara mis sentidos después de las interminables horas en la oficina. El pastel algo rancio y con mucho sabor a limón; tendría un par de días en aquella repisa, una grave decepción.
– ¿Has ido a verla? – fue lo primero que me pregunto Peter.
– ¡No!, pensé que lo mejor era dejarla tranquila. Sus padres deben estar preocupados, supongo ya habrán ido.
– Ha preguntado por ti. No le he respondido. A lo mejor no te habría gustado. – bajó la mirada y encendió un cigarrillo, se avergonzaba de ello igual que yo con la bebida.
– Fue lo mejor. ¿Está bien? ¿Que han dicho los médicos?
– Debes ir. Todos hemos ido. Desde que lo supe, no tarde ni un segundo en ir. Puedo acompañarte si lo necesitas. La han transferido. No sé las razones, pero creo que puede deberse a su estado actual. No me han querido decir mucho.
– ¿Donde la han llevado? – dije algo nervioso.
– Al Tavistock, Spring Hill.
– ¿Cómo lo has llevado?
– Umm… debería habértelo preguntado yo, ¿no?
– Pues, muy mal. Como todos, supongo.
– Fue extraño al principio. Pero lo más importante es que tratemos de ayudar y… – no supo qué más decir, lo entendía.
– Le han diagnosticado…
– Alzheimer. También han mencionado a Parkinson; han optado por hacer más exámenes al respecto para descartar.
No supe más que decir. Me sentía inútil ante tal situación. Era todo bastante grave y no sabía cómo reaccionar. Había sucedido todo tan rápido que ni me había dado cuenta de lo sorpresiva que puede ser la vida a veces. Era extraño encontrarme en una situación en la que involuntariamente tenías que aceptar. Todos esperaban una reacción de mí. Un poco de compasión o quizás alguna muestra de cariño. No era que no la quisiera, pero como dije: muchas cosas habían sucedido entre nosotros.
Me fui temprano al día siguiente. No quería despedidas, nunca me había gustado hacerlo. Siempre huía cuando las cosas marchaban mal. Esto era sólo otro de muchos, supongo.
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