El aleteo de la mariposa.

El aleteo de la mariposa.

Cristian Suarez

11/03/2018

CAPITULO 1

Solíamos subir a aquella colina, aquella de un lugar imaginario donde solo los dos vivíamos, a gritar hasta quedar sin fuerzas, mirándonos fijamente, uniéndonos como dos trozos de un rompecabezas que se encuentran, siempre había sido ella digna de admiración, y me parecía tan impetuoso su espíritu y tan frágil su cuerpo, digno de una muñeca de trapo, hermosa flor frágil, que puede portar un exquisito aroma, aunque también puede lastimarte con sus espinas. Luego de contemplarla unos segundos hacíamos el amor, escena acorde a dos potros salvajes, o a las olas furibundas rompiendo contra las rocas marinas, solíamos ser y no ser, y vivir aquel momento intensamente hasta dormirnos sobre la hierba. Su boca, éxtasis mío, simplemente hermosa, me impedía razonar de manera clara…ohh clara, hermosa clara, y que sería de mi sin su locura, sin su desmesurado espíritu, que me obligaba a salir de la monotonía. A dejar de ser simple, convertirme en algo más junto a ella, y así, rápidamente llegó la noche, y comenté a ella sobre mis sueños, sobre mi indecisión constante, y sobre mi felicidad, esa efímera que solo conseguía con besar su sonrisa… siendo así, cómo cada uno de nosotros se disipó, como granos de arena soplados por el viento.

Al día siguiente, despertando de aquel sueño recurrente, y que, a la vez fugaz, hacía de mis veladas los más efervescentes minutos de mi vida. Recordé los días que había pasado en Madrid, unos fríos más que otros cuando clara partía, y es que su amor no recibía respuesta de la obligación, ni de rutinas, si no del aleteo de una mariposa, de la aparición de un arcoíris, y eso me gustaba, y eso me mataba…lentamente, lentamente porque me hacía sentir una plena satisfacción que se fundaba en un amor que no era amor, que era el viento corriendo sobre mi rostro, que era una llovizna temporal, algo indefinido, sin un nombre, ella se encargaba de darle un toque de dolor a cada dosis de pasión que incorporaba en mi cada vez que sonreía por mis malos chistes, aquellos que se me ocurrían cuando la conversación llegaba a su final, y solían alumbrar esos cortos silencios que solo se rompían con un beso o con algún comentario de parte de los dos. Los días simplemente transcurrían, y lo hacían de manera inestable, se acababan los cigarrillos y la botella de vino estaba ya a la mitad, eso me hacía detenerme a pensar…

SINOPIS

No pasó mucho tiempo para que Víctor se diera cuenta que se había enamorado de clara, ya había perdido la cuenta de cuantas veces se enamoraba y desenamoraba de ella, y aun así, la sensación en su pecho era como si probara la miel por primera vez en su vida, tersa, inmaculada, algo a lo que el llamaba » El amor en esencia». Era el hecho de quitarse las ataduras y dejarse llevar incontables veces por aquello que motiva a los mortales, la locura… el amor.

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