La nariz se me había quedado congelada y notaba cómo mis manos comenzaban a doler y arder a partes iguales, negándose a subir un escalón más la maleta y las cinco bolsas rellenas con cosas que parecían pesar menos en la tienda.

Decir que monté un escándalo chocando con las paredes de la estrecha escalera era quedarse corto, de hecho, pude notar claramente como una de las antiguas mirillas de las puertas se abría para mirarme indiscretamente. No sé cómo, llegué a la oscura puerta de madera y dejándolo todo en el suelo conseguí meter la llave en la cerradura y abrir, cinco vueltas de llave que se me hicieron eternas.

Una bocanada de aire encerrado me recibió sin pensarlo. Al igual que el edificio, la casa no era ninguna modernidad y los muebles mucho menos así que cuando se unía el estar mucho tiempo cerrada con el olor que adoptan las cosas cuando han visto tiempos mejores… Digamos que la casa cogía un aroma característico.

Dejé todo en el recibidor, buscando a oscuras el panel de fusibles para dar la luz de la casa. Solo la usábamos cuando teníamos vacaciones así que la luz, el agua y el gas estaban cortados por completo.

Como ocurre siempre que tienes que palpar la pared en la más absoluta oscuridad, comencé a experimentar un miedo aterrador. Me tensé suplicando en mi cabeza encontrar rápido los interruptores. Tenía la sensación de que algo horrible se acercaba a mi espalda. Noté cómo la adrenalina se apoderaba de mi cuerpo, haciendo que mi pecho se calentase y mis extremidades se engarrotasen. Juraría incluso que el pelo de mi nuca se revolvía quejicoso. Mi respiración se hizo cada vez más corta hasta casi cortarse, dejándome concentrarme en lo único importante, que hubiese luz.

Estaba en peligro.

Un pequeño gemido de miedo se escapó de mis labios justo cuando mi mano rozó el panel de los interruptores. Más rápido de lo que podía haber conseguido sin miedo, encendí la luz general de la casa y miré a mi espalda jadeando.

No había nada.

Obviamente. ¿Qué iba a haber? Me mordí el labio riendo, aún nerviosa. Eso había sido más bien patético, no sabía cómo podía llegar a ser tan exagerada. Respiré hondo y cogí las bolsas de la compra para llevarlas a la cocina y meter lo necesario en la nevera. Abrí todas las ventanas. Por suerte todas las habitaciones tenían grandes ventanales así que no eran necesarias siquiera encender la luz una vez subidas las persianas.

La temperatura de la casa que ya era baja de por sí, cayó aún más cuando entró el aire frío pero necesitaba que el ambiente se renovase.

El viaje me tenía baldada así que aproveché a sentarme con el abrigo puesto en uno de los sofás que no dudó en medio engullirme entre sus desgastados muelles y cojines.

Desde luego la casa necesitaba un lavado de cara pero era más barato que ir a un hotel y estaba en el centro de la pequeña y apacible ciudad en la que se encontraba. Una de esas que se llenan de ancianitos paseando en las horas de sol.

“Ya he llegado!” – Escribí en el grupo de WhatsApp de las amigas que iban a venir – “La avanzadilla está en posición xD Cuando lleguéis la casa estará calentita y navideña jajaja”

Aún quedaban dos días así que me lo iba a tomar con calma. No parecían estar conectadas así que me puse a comprobar el resto de chats. Nada que no me esperase, chats de temas aleatorios, felicitaciones de Navidad de gente con la que hacía meses o años que no hablaba, perros con gorros de Papá Noel y carteles en la boca que decían “No a la pirotecnia”… Cosas demasiado comunes para mi cansada cabeza.

Terminé quedándome dormida, hecha un ocho en ese sofá rojo desvaído que cada vez me tragaba más.

Me despertó un estruendoso golpe en la cocina, el viento debía de haber tirado algo.

Salí como pude del sillón casi teniendo que rodar por el suelo para ello. Abrí la puerta de la cocina y me quedé de piedra con lo que vi. Una tarrina de helado se había comenzado a derretir en la encimera donde estaba el resto de la comida y el envase se había ablandado, rodando hasta desparramarse en el suelo.

Pero… ¿No había metido ya la compra en el frigorífico? Salté el charco de helado y miré incrédula la nevera, estaba vacía aunque encendida… ¿Cómo? ¿Acaso había soñado haberlo hecho? ¿Quizás era una de esas cosas que piensas haber hecho pero que luego te das cuenta que no? Pero… ¿Algo tan grande? O sea… No era como cuando te dejas unas gafas y no sabes dónde, recordaba haber luchado por meter las botellas de leche en la pequeña puerta de la nevera…

No tenía miedo, solo… Estaba demasiado desconcertada. Sacudí la cabeza y comencé a meter de nuevo la compra en la nevera ¿Qué más podía hacer? Supuse que lo había soñado. Tampoco encontraba otra explicación para ser sinceros.

  • Ahora sí que lo he hecho – dije en voz alta casi intentando convencerme a mí misma de que era la primera vez que lo hacía.
  • ¡S…sal!- mi voz no salió bien de mi garganta, no era como en esas películas americanas donde el protagonista imponía, más bien era una de esas secundarias que con un hilo de voz intentaba no morirse de miedo.
  • ¡Sa..Sal!- ¿A quién se lo estaba diciendo?
  • ¡Ayuda por favor! ¡Que alguien me ayude! ¡Socorro!- comencé a llorar de miedo mientras notaba como los gritos hacían que mi voz se fuese rompiendo- ¡Sacadme de aquí! ¡Por favor!

¿Qué iba a haber pasado? ¿Alguien había entrado en la casa mientras dormía y había sacado la compra de la nevera? Claro, ahora los ladrones se conformaban haciendo inocentadas…

Miré por última vez la nevera a rebosar y la cerré casi ceremoniosamente. “Esta vez sí lo había hecho… 3 botellas de leche en la balda de abajo y dos en la de arriba”- me repetí a mí misma intentando encontrar un dato certero de que esta vez sí había pasado.

Cerré las ventanas de toda la casa puesto que a este paso no iba a hacer falta el congelador. Puse la calefacción y limpié el charco de helado. Cuando terminé aún era de día y aún llevaba el abrigo así que decidí darme una ducha y ponerme el pijama para estar más cómoda. Pasé sin embargo antes por el salón en busca de mi móvil olvidado, últimamente me pasaba bastante. Ponía algo y no respondía. Seguro que habían escrito algo y había pasado de ellas.

“Ay qué ganas de que llegue el 31!” – era lo primero que se podía leer, seguido por otra ristra de comentarios sobre todo lo que íbamos a comer, salir, bailar y en definitiva disfrutar.

“Sí!” – Respondí llenándolo todo de emoticonos – “Aunque ha habido un problema con el helado así que mañana tengo que volver a ir a comprar xD”.

Bloqueé el móvil y lo dejé caer en el sofá, total, seguro que tardaban en responder.

Rebusqué en la maleta el pijama y cogí la Tablet para poner música mientras me duchaba. Miré de reojo hacia la cocina que se veía desde la puerta del baño, todo estaba en su lugar, ¿Dónde iba a estar si no? Me estaba poniendo paranoica.

Entré en el baño, cerré la puerta y puse música alta, quizás para dejar de pensar en lo de la cocina, por mucho que me costase admitirlo. Miré una última vez la puerta antes de meterme en la ducha y echar la cortina “Está cerrada”. Me esforcé en cantar cada canción con emoción, como si fuese la mejor del mundo, aunque lo cierto es que no podía dejar de mirar la traslúcida cortina beige esperando que alguna sombra apareciese. “Esto es ridículo, ¿Quién va a haber entrado?”

No era la primera vez que me quedaba en esa casa. Solía veranear con la familia en ella. Pero sí que era la primera vez que me quedaba sola, quizás por eso me sentía más descolocada.

Conseguí que me escociesen los ojos de tanto mirar a la cortina mientras me lavaba el pelo. “¡Para ya! ¡Estás haciendo el tonto!” – pensé suspirando. Me armé de valor y abrí la cortina, clavando la vista en la puerta, estaba cerrada, claro, como la había dejado. Suspiré nuevamente y me envolví el pelo en la toalla. Poco a poco me fui calmando. Puse la televisión para escuchar algo mientras fregaba y adecentaba la casa. Cuando me quise dar cuenta ya era noche cerrada.

Me lancé al sofá grande cansada y cambiando de canal rebusqué el móvil con una mano entre los cojines. ¿No estaba?

“Dime que no se ha metido entre los muelles o algo”- pensé de inmediato, dejando el mando y girándome para gatear por encima del viejo sofá metiendo la mano hasta el fondo. – “Por Dios que no haya ninguna araña” – supliqué mientras palpaba las profundidades del sofá.

Fue entonces cuando lo sentí, tan claro como notaba el cojín que había bajo mis rodillas: el aliento de algo había chocado contra mi mano, no sabía si era de una persona o de un animal pero ese aire caliente y húmedo era inconfundible. Saqué la mano saltando lejos del sofá mientras gritaba. Retrocedí todo lo que pude tropezando con la mesita del salón y cayendo de espaldas al suelo: ahí había algo.

Seguí alejándome mientras notaba cómo mi corazón palpitaba fuerte en mi pecho y se formaba un nudo de puro miedo en mi garganta. Busqué con la mano algo con lo que poder defenderme. ¿Era una rata? ¿Un gato? ¿El mismo que había hecho lo de la cocina?

Mi primer reflejo fue salir corriendo por una de las dos puertas que flanqueaban el sofá pero eso implicaba acercarme demasiado y que eso que había ahí me atacase. Pensé en lanzar cosas a los cojines pero mi cuerpo se negaba a moverse o seguir cualquier orden de mi mente. Así que no hice más que pegarme todo lo posible a la pared más alejada que encontré aun sentada en el suelo.

Estuve un tiempo que se me hizo eterno mirando el sofá, esperando que algún animal saliese corriendo, apretando con fuerza la lámpara de mesa que había conseguido alcanzar, pero no pasó nada.

Nada ocurrió.

Tragué saliva e intenté aclararme la garganta.

Nuevamente, nada ocurrió. Cogí un cenicero y lo lancé con fuerza contra los cojines, oí como el vidrio se partía al chocar con la estructura del sofá pero no me importó, si había un gato o algo quería que saliese de ahí.

Nada.

Volví a quedarme parada un buen rato esperando y reuniendo fuerzas para levantarme, llegué a la única conclusión viable. Tenía que quitar los cojines o como mínimo empujarlos yo misma.

La imagen de una mano saliendo de ellos inundó mi cabeza justo cuando daba el primer paso, había visto demasiadas películas de miedo en mi vida.

“Es imposible que haya una persona ahí, el sofá es tan bajo que ni se ve el suelo y los cojines están tan hundidos que se notaría el relieve”- me dije a mí misma. Aguantando la respiración y soltando un pequeño grito agudo tiré de uno de los cojines, estrellándolo contra la mesilla que cayó sin dudarlo, rompiendo el penetrante silencio que hasta ese momento reinaba en la casa.

¿Silencio?

Miré la televisión de reojo, estaba puesta, recordaba haberla encendido, pero… ¿Por qué no sonaba? ¿Había llegado a sonar? Era antigua, seguro que ni funcionaba bien. La apagué dándole al gran botón de la pantalla que hizo un “clack” antes de dejarme sin imagen.

Volví a mirar el sofá, no había nada, no que yo viese, ¿Se había ido el animal? Tiré del otro cojín esta vez sin causar tanto estruendo. No es solo que no hubiese nada, es que… No podía haber nada… El sofá era demasiado bajo y tenía demasiadas tiras elásticas y relleno como para que siquiera un gato entrase.

“No… no puede ser… ¡Lo he sentido!”- pensé aún más asustada que si hubiese encontrado algo- “Lo he sentido, lo he sentido, lo he sentido, lo he sentido, lo he… sentido”- me repetí una y otra vez abrazando la lámpara mientras notaba como todo el miedo comenzaba a transformarse en lágrimas que rodaban por mis mejillas.

O no…

La duda volvió a instalarse en mi cabeza como una mala semilla. Quizás había salido aire del relleno del sofá y lo había confundido con aliento… Tenía que admitir que estaba algo paranoica después de lo de la nevera. No había otra explicación lógica, nunca había creído en fantasmas y esta vez ni siquiera le podía echar la culpa a un ladrón, ahí no había nadie ni podría haberlo habido.

Solté la lámpara nerviosa y cerré una de las puertas sin dejar de mirar el sillón, aunque mi mirada también fue hacia el oscuro pasillo, en ese momento le temía a todo. Rodeé el sofá dejando unos pasos de distancia y crucé la otra puerta no sin antes buscar la luz del pasillo para encenderla. En esos momentos no estaba para meterme en ningún sitio a oscuras. Me aseguré de que no había nada ni en el salón ni en el pasillo y apagué la luz del cuarto del que salía cerrando rápidamente, como si la oscuridad fuese a dañarme. Corrí hacia la puerta de entrada y giré la llave hasta asegurarme de que las cinco vueltas estaban dadas y yo a salvo. Todo estaba como lo dejé. “Eres la única en esta casa… Eres tú la que se está metiendo miedo…”- Caminé intentando no mirar a todos lados. Cuanto más miedo me dejase sentir más tendría. Debía aprender a controlarme, no era una cría de 5 años.

Llegué a mi cuarto y lo cerré detrás de mí. No solía hacerlo, pero tampoco estaba para valentías. Tenía hambre pero no me importaba, solo quería meterme a la cama y dormir hasta que el sol volviese a aparecer y pudiese verlo todo con claridad, o como mínimo, salir a tomar el aire.

Sé que no debería haberlo hecho, al fin y al cabo estaba intentando tranquilizarme y no darle fuerza a la estúpida idea de que había monstruos en la casa pero no pude evitar mirar bajo la cama y en el armario empotrado que había justo al lado. Nunca me había hecho mucha gracia, pero por lo menos podía ver que estaba vacío y cerrarlo con llave antes de irme a dormir.

Dormir… Qué fácil es decirlo y qué difícil es hacerlo cuando el silencio en la casa es tal que cada mínimo ruido resuena como algo desconocido y potencialmente peligroso.

Mi móvil estaba en el salón en paradero desconocido, y no pensaba entrar allí hasta que fuera de día, así que tampoco podía distraerme mucho. Se me ocurrió la idea de cantar, dicen que quita el miedo, pero mi boca estaba seca y la idea de hacer cualquier ruido me parecía inconcebible, como una presa que en su escondite se pone a silbar.

Mis ojos se posaban en diversos lugares de manera sistemática, comprobando que no había nada un lado de la cama, otro, puerta, armario y ventana… Un lado de la cama, otro, puerta, armario y ventana… Un lado…

No sé cuánto tiempo estuve así, abraza da a mis rodillas, tensa, con la manta arropándome como si de un escudo se tratase. Creí que no iba a dormir, pero el viaje había sido largo, y el miedo terminó dejando paso al sueño. Recuerdo cerrar los ojos y abrirlos con el pulso acelerado, esperando encontrar cualquier fantasma a unos centímetros de mi cara, pero no había nada… Solo estábamos yo y mis ganas de que esa noche terminase, así que terminé cediéndole el control al sueño.

Por suerte esa vez no hubo pesadillas así que dormí a pierna suelta hasta que llamaron a la puerta. La gente tiene un sentido de la oportunidad curioso.

Abrí los ojos refunfuñando, aún no había salido el sol pero si se notaba la claridad de la madrugada lo cual me alivió. Los golpes volvieron a repetirse impacientes. ¿Quién podría ser? ¿Y por qué narices llamaba tan fuerte? Me levanté de la cama buscando con los pies las zapatillas y bostezando, no había terminado de ponerme la segunda cuando los golpes volvieron a retumbar en la madera. Abrí los ojos mientras un latigazo eléctrico recorrió mi columna.

¡No era que estuviesen llamando fuerte a la puerta! Era que estaban llamando cerca.

Me volví alejándome del armario solo para ver como las puertas temblaban con cada uno de los cinco golpes que venían de dentro. Chillé de puro miedo y sin pensarlo corrí fuera de la habitación agradeciendo haber dejado la puerta abierta.

Cinco vueltas de llave y sería libre. Llave… ¿Dónde estaba la llave? ¿Acaso no la había dejado en la puerta?

Grité aún más asustada nada tenía lógica pero tampoco me apetecía buscarla. Todo mi cuerpo se llenó de energía mientras intentaba abrir la puerta desesperadamente tirando del picaporte. Golpeé la madera, la pateé, busqué con la mirada las llaves sin dejar de fijarme en el pasillo, en la puerta de mi habitación.

La puerta no cedió ni un ápice a pesar de que me había dañado los nudillos y los pies intentando derribarla. Nadie vino. Nada volvió a sonar. Todo volvió a sumirse en ese agobiante silencio.

Me dejé caer contra la puerta, apoyando la espalda sobre el único sitio que creía seguro de la casa: fuera de ella. Miré una y otra vez las puertas de mi alrededor, sobre todo la de mi cuarto, ahí había algo, lo sabía o… ¿Me estaba volviendo loca?

Fue entonces cuando algo llamó a la puerta sobre la que me apoyaba haciendo que esta retumbase.

Cinco veces.


SINOPSIS

¿Tú qué crees? ¿Los monstruos están en la casa o dentro de su cabeza?

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