Y a pesar de todo…

Y a pesar de todo…

Fátima Soto

23/02/2018

Zoraida, Raul y Javier deciden dar un giro sin retorno a la vida pueblerina que conocen. Cada uno guarda sus miedos en el terruño que abandonan, pero sus miedos se ocultan sigilosos en el equipaje de los años venideros.

I

A trote de caballo va rompiendo la espesa niebla.

Por delante del patache de mulas va abriendo brecha sobre la filigrana que tapiza la selva.

Lloran sabia los helechos, las palmeras pierden su penacho y los brazos de la ceiba ceden ante el embate del machete.

Los siete días que lo separan de Mesopotamia hacen estragos en su ánimo afincado de siempre en la tristeza. A pesar de ello, el verdor de la Selva arranca una leve sonrisa al cenizo rostro de Raúl.

El día inicia su declive. Los verdes se van manchando de negro y en medio de la espesura se divisa a lo lejos un conjunto de chozas. Poco a poco van saliendo sus moradores. Se apresuran al encuentro de los forasteros.

-¡Don Raulito! Pensamos que no llegaban. Los aguaceros están desgajando los cerros, dice el hombre de túnica blanca, cabello largo y pies descalzos, a quien siguen una veintena de hombres con la misma vestimenta, pero cuya actitud denota el liderazgo de quien ha dado la bienvenida a Raúl Castellanos.

Raúl se apeó del caballo y estrechó la mano de Chak Tun. Ambos dieron órdenes a sus respectivos muleros de descargar la preciada mercancía que cada seis meses transporta desde la Sierra Raúl Castellanos, tal como lo hizo su padre desde el principio de los tiempos.

Raúl y Chak Tun se internan por la vereda libre de maleza. Entrelazan los brazos sobre sus hombros. Dicen tres palabras en español y otras tantas en lacandón. De espaldas parecen el tronco de un Amate caminando.

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