Capítulo I
Recuerdos de Siria
París, Septiembre de 2013
Era una sensación agradable pasear después de un buen chaparrón, tras una tarde de calor sofocante. A pesar de ser Septiembre, la ciudad estaba padeciendo una ola de temperaturas anormalmente altas. Pierre necesitaba estirar las piernas pero, sobre todo, necesitaba pensar y ordenar sus ideas. Parecía acabar de amanecer de un mal sueño, eso hubiera sido un gran alivio, pero era consciente de la realidad. Aquel dosier no era fruto de los brazos de Morfeo.
Necesitaba, por encima de todo, compartir lo que acababa de descubrir. Demasiada carga para llevar en soledad, incluso sobre alguien curtido en muchas batallas. Sabía perfectamente quien era la persona idónea para digerir aquella información. Pero también sabía lo peligroso que sería recurrir a ella; peligroso, sobre todo, desde el punto de vista emocional.
Con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros de andar por casa, levantó la cabeza al cielo despejado de la noche y respiró hondo. Definitivamente, no había nadie mejor que Daniela y lo sabía. Además, le había visto hacía un par de días en el Canal 2 de la televisión francesa. Había venido a París para participar en un congreso sobre prensa impresa, por lo que si todos los dioses echaban un cable, todavía no habría vuelto a España. Y empezaba a pensar que todos los dioses habían dispuesto aquella situación.
No queda otra – pensó. Tampoco es tan complicado.Volver a casa y coger el teléfono; y cruzar los dedos para que ella no cuelgue a la primera de cambio.
- – ¿Aló Daniela? Aquí Pierre.
- – Pierre…. ¿qué Pierre?
- – No seas tan dura. Pierre Solange.
- – Pierre, mon amour, ¡que sorpresa!…. llevo siglos sin saber de ti.
- – Mea culpa Daniela; ya sabes que soy un desastre en mis relaciones sociales, pero prometo ponerte al día ¿Dónde andan tus huesitos? No tendré esa inmensa suerte y sigues en París. Te vi por la tele hace un par de días.
- – Pero que pedazo de capullo eres ¿Te ha abandonado tu séquito de jovencitas con la boca abierta? No me digas que estás desesperado por echar un polvo – dice Daniela entre risas. Pierre, por Dios, hace tiempo que aprobamos esa asignatura…
- «Con matrícula de honor- piensa Pierre. Eres un pedazo de cabrón y te estaría bien empleado que ella no quisiera ni verte. Pero ahora no tenemos tiempo para bromas.».
- – Escucha Daniela, ha ocurrido algo muy, muy importante. Necesito contarte lo que probablemente sea la cosa más extraordinaria que me ha pasado nunca.
- – Te escucho, no porque te lo merezcas… Acabas de conseguir intrigarme.
- – Prefiero contártelo en persona. ¿Podemos vernos mañana? ¿A las dos en el Montmartre?
- – Deja que piense, mañana tengo algo que hacer, pero creo que es más tarde… Sí, podemos vernos.
- – Entonces hasta mañana a las dos. Y muchas gracias Daniela, ya verás como no te defrauda la historia.
- – Eso espero, Pierre. La verdad es que no me seduce mucho la idea de verte, pero ya que es tan importante para ti, voy a concederte el capricho. Nos vemos mañana entonces. Buenas noches.
- – Buenas noches, Daniela.
Pierre y Daniela se habían conocido hacía un par de años, cubriendo el brote de cólera en Haití. En 2012 habían vuelto a coincidir, en el bombardeo de Homs. Él trabajaba como fotógrafo de guerra para la revista Paris Match; ella era redactora de “Crónica y opinión”, un rotativo español con una modesta tirada, que luchaba para no ser engullido por la prensa digital.
Pierre era periodista de formación, pero desde que su abuelo le regalara una Olympus OM1, comprendió que su lugar estaba capturando la esencia en el centro de acción. De ahí la Primavera árabe, Túnez y… finalmente Siria.
Daniela también había estudiado Ciencias de la Información, en la Complutense de Madrid. El haber terminado la carrera con el mejor expediente de su promoción, le abrió las puertas como becaria en Le Monde y permitió que se curtiera viendo mundo, aunque su gran sueño era dirigir un periódico en España.
En Homs, él tenía 33 años; Daniela 29. Ambos eran entusiastas, curiosos y brillantes. Y la guerra hizo que buscaran consuelo ante el horror entre las sábanas. Después, cada cual siguió su camino. Habían hablado algunas veces por teléfono, pero evitaban verse. Aquella fugaz relación había dejado un poso incierto en ellos.
El Café Montmartre era un sitio perfecto para el encuentro, con un apartado que permitía tener un poco de intimidad, especialmente a esa hora. En pleno barrio de Montmartre, era un lugar acogedor e informal, y a pesar de su situación privilegiada, afortunadamente no se había convertido en un punto turístico. Tenía cuatro o cinco mesas fuera que disfrutaban, siempre que el tiempo lo permitía, lectores enfrascados en mundos reales o imaginarios. Pero su fachada de madera de pino dando la vuelta a la esquina y aquella entrada en cuesta, invitaban a pasar. La decoración era típicamente parisina, con una minúscula barra a la izquierda, un salón principal y al fondo, otro con mesas dispuestas como pequeños reservados.
Allí se habían visto la última vez, tomando un café con ensaimada.
Pierre no había pegado ojo en toda la noche y había consumido todas sus reservas de tabaco dando vueltas por el apartamento. Tenía que seguir sacando trastos de la casa que había heredado de su abuelo, así que se puso muy temprano en marcha. La chica de la agencia le quería ver a las once, pero él estaba allí desde las siete de la mañana. Le dolía deshacerse de la casa, pero la oferta era jugosa y, además, aquel inmueble no era el preferido del abuelo.
Antoine Solange había fallecido el año pasado. Primer secretario del embajador francés en Washington D.C., había vuelto a París tras 37 años de servicio a su país. Viudo, quería con locura a su único nieto, Pierre, al que hizo heredero directo de dos de sus cuatro propiedades. Una de las cuales, estaba ahora en venta.
París volvía a lucir su extraño vestido de bochorno. Pierre llegó al Montmartre con más de media hora de antelación. Jamás se había sentido tan nervioso – ojalá fuera sólo por volver a ver a Daniela – se dijo. Aunque sabía que aquel asunto era lo más inquietante que había tenido nunca entre manos.
Daniela llegó puntual. Había cancelado sus compras en el Barrio Latino con un par de a migas de Le Monde, porque intuía que aquella llamada de Pierre era importante.
No pudieron evitarlo. Habían compartido demasiadas cosas como para andarse con remilgos, y los dos buscaron un abrazo inmenso, eterno, sincero. «Siguen siendo los ojos verdes más bonitos que he visto en mi vida» – pensó Daniela. «Sigues siendo arrebatadora – pensó Pierre.
Daniela no medía más de metro sesenta y le sobraban cinco kilos. No era una mujer guapa al uso, pero resultaba tremendamente atractiva y emanaba fuerza. Pierre le sacaba más de una cabeza; era un rompe corazones, un tipo guapísimo, con toda la elegancia genuina de la ciudad del amor. Hacían una buena pareja, seguramente porque sus mentes eran primas hermanas y ellos encajaban como un puzle. En todos los sentidos.
Tal como había previsto Pierre, el café estaba poco concurrido, pues los deseosos de patear hasta el último rincón de París habrían hecho acopio de dulces y bebidas para la larga jornada a primera hora.
Por suerte, les atendió un camarero insulso y con pocas ganas de conversación.
- – Yo tomaré café sólo sin azúcar, por favor – pidió Pierre.
- – Yo unos macarrones y una cerveza ¿Tú no piensas comer nada? Veo que te sigues manteniendo del aire.
- – Sí, del aire y de los Winston. Estás más guapa aún que en mis sueños. Mil gracias por venir.
- – No seas pelota. He venido porque parece que hayas descubierto petróleo en Almería.
- – Algo parecido, Ela. Sin darse cuenta, utilizaba el diminutivo que había susurrado muchas veces en la nuca de ella.
- – Parecía algo importante. Pierre, ¿qué te ha pasado?
- – Directa, como siempre. Está bien, vamos al grano. Sabes que mi abuelo murió el año pasado y que me dejó un par de casas en herencia.
- – Si, creo recordar que me lo dijiste una de las últimas veces que hablamos.
- – Pues bien, he puesto una de las casas a la venta. Con el apartamento de Saint Denis tengo de sobra; es inmenso y apenas paro en París con mi trabajo.
- – Yo no tengo ni idea del mercado inmobiliario, Pierre.
- – Déjame que te cuente , por favor. No vas a creer lo que he encontrado. Mi abuelo dejó en esta casa todas las cajas que trajo de la embajada ; miles de papeles, un montón de reliquias. En fin, jamás habían llamado mi atención ni despertaban en mí la más mínima curiosidad, pero ahora que tengo que hacer limpieza, he empezado a mirarlas a conciencia.
- – ¿Y? – pregunta con curiosidad Daniela.
- – He encontrado algo, cuanto menos, inquietante.
Pierre saca entonces una carpeta. En tiempos mejores habría sido marrón; ahora tenía un color indefinido como el barquillo, con las solapas arrugadas, degastadas, añejas. Aparentemente, contiene bastante documentación.
- – Echa un vistazo a esto; quizás yo esté equivocado.
No había lugar a dudas. En la carpeta, sobre un fondo azul, un águila blanca mirando hacia su derecha, posada en un escudo con una estrella roja en el centro. Y una orla alrededor con la leyenda “Central Intelligence Agency”.
- – Por favor, abre la solapa – pide Pierre.
- – Pero…aquí están los sellos de la C.I.A, del M16, del KGB, del Mossad…
- – Sigue leyendo – insiste él.
- – Confidential: “POLAR BEAR OPERATION” … ¿Qué cojones es esto, Pierre?
- – Eso mismo me pregunto yo, Daniela.
SINOPSIS:
En plena guerra fría, conscientes del rumbo que marcan el dinero y el consumo en la evolución de las sociedades y del más que probable fracaso de los movimientos revolucionarios que tienen lugar en todo el mundo, las grandes potencias acuerdan llevar a cabo un experimento en el que se ven implicados grandes personajes del momento.
Pierre Solange es un corresponsal de guerra francés, nieto del secretario de la embajada francesa en EE.UU., a cuyas manos llega en 2013 el dosier que contiene toda la documentación que se guarda sobre aquel cuerdo.
Con ayuda de Daniela, redactora de un periódico español, tratará de indagar en lo sucedido y de poner orden en un acontecimiento que puede suponer un cambio radical en sus vidas……….y en las de todos.
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