VIEJO
Seguía lloviendo. Había sido un mes gris, casi negro. Hacía mucho frío y la pertinaz lluvia ensuciaba las calles con un barro que los zapatos de bastas suelas arrastraban al interior de los edificios, prolongando esa sensación de suciedad y desasosiego hasta en tu propia casa.
Esas nubes negras se habían instalado en el cielo y en el ánimo de todos los hombres y mujeres, llenando de malos presagios el ambiente. El mundo había cambiado tanto que ya nadie sabía en que se había convertido. La ciudad era un lugar peligroso, un lugar para morir.
Limpiaba su pistola con descuidado cariño. La mimaba, sacándole el brillo que su única amiga se merecía. Acariciándola, recordó desde cuando tenía esa STAR. Su padre la ganó en una partida de cartas. Su viejo, que ironía, no la necesitaba y se la dio como el primer y único regalo en toda su vida. Fue toda la herencia que recibió.
Por aquellos días él era un “regenerador” al menos tenía la edad de uno de ellos. Los tiempos habían cambiado mucho desde sus felices años.
Acarició el cargador, las balas de 9 mm asomaban apagadas, sólo se escuchó el ruido seco y engrasado del muelle al ajustarse. Estaba en perfecto estado.
Su preciosa STAR nunca le había fallado. Lista para trabajar, preparada para segar vidas como trigo sin madurar. Jóvenes vidas de asesinos, que quieren limpiarse el futuro quitándose a los viejos de encima. Vidas despreciables de “regeneradores” sin compasión que matan ancianos para librarse de su propia carga social. A todos les había tocado trabajar duro para mantener las generaciones anteriores, porqué ellos ya no querían hacerlo.
El crecimiento demográfico negativo continuado, persistente e imparable, había ido desgastando tanto el país que ahora los viejos lo poblaban, lo dominaban, lo manejaban succionando sus recursos sin pausa. Es verdad que el mundo era triste y viejo. Ancianos, que como termitas insaciables, devoraban sin previsión todo lo que había a su alcance. Ya casi nadie producía, pero todos consumían sin control.
No se sentía excesivamente viejo pero ya no estaba en condiciones de trabajar como antes. Su cabeza no le permitía la fluidez de ideas ni la brillantez de antaño. Tenía más recuerdos que futuro y pensar en el mañana se le hacía mucho más difícil que reverdecer el esplendor y la agradable sencillez de su pasado. Pasaba las noches soñando con lo que tuvo y ya no le quedaban fuerzas para construir nuevos sueños.
La mirada turbia y unas lágrimas cada vez más fáciles, su pulso ya no era firme y empezaba a tener dificultades para moverse. Se quedaba en blanco frecuentemente, olvidaba lo indispensable, lo cercano. Pronto no podría valerse por sí solo. Si por lo menos, todavía estuviese ella.
Que estúpida obstinación en añorarla, ella murió… se fue para siempre y ya sólo tenía su recuerdo de cuando era joven, la memoria selectiva de los viejos, le había borrado las imágenes de su enfermedad y de la horrible degradación de su bello cuerpo. Hasta hace poco, cada día revivía a su mujer y repetía las mismas rutinas que tantas veces hicieron juntos. Eso la mantenía muy viva para él. Pero cuando empezó esta guerra ella murió para siempre.
No sabía porque seguía luchando, no entendía porque prolongaba esta vida acabada. Porque no guardaba el arma de una vez y esperaba a que sangre nueva derramara la suya. Una sangre ya vieja y gastada, tan gris como aquellos días.
Los últimos años los había pasado formando parte de un cuerpo casi clandestino de lucha armada. Sólo se defendían de tantas muertes de ancianos a manos de asesinos juveniles. Las órdenes le llegaban a través de sobres lacrados que encontraba en su buzón del casino. Era una especie de cuartel general de viejos. Nunca supo muy bien quién dirigía aquello ni le importaba y estaba seguro que sólo había matado a todos aquellos que se lo merecían. Le pagaban por hacerlo y nunca dio cuentas a nadie. Un viejo sicario.
Con un movimiento seco liberó la varilla del cargador que se acopló mecánicamente en la culata. Muy despacio levantó el percutor. Se apoyó despacio el cañón de su vieja amiga en la sien, como si le diera un beso de fría despedida. Quiso con todas sus fuerzas volver abrazar a su amada. No tenía ganas de vivir más en esta pesadilla de lodo y sangre. Era su hora, ya había tomado la decisión, se iba para siempre, no quería vivir más.
Presionó despacio el gatillo y notó como la bala se colocaba obediente en la recamara. Cerró los ojos y se dispuso a nacer de nuevo.
Un ruido de cristales rotos y un siseo le devolvió a esta vida. Bajó despacio el arma y agudizó el oído. Alguien había entrado por una de sus ventanas. Se asustó y en un acto reflejo se escondió detrás de la mesa. Escuchó pasos, por lo menos dos personas que se movían rápido, avanzando por el pasillo.
La luz seguía apagada y antes que a ellos vio sus sombras entrar por la puerta. Eran sin duda “Regeneradores” dos muchachos con aspecto atlético y con la clásica indumentaria paramilitar de los batallones juveniles.
El pulso se le amontonaba en el cuello y le reventaba en las sienes. Estaba seguro que ellos tenían que estar oyendo sus desbocados latidos del corazón. Temblaba, como siempre que apretaba entre sus manos la culata nacarada de su STAR. Ya estaban dentro de la habitación, apuntó despacio a la cabeza del que entraba detrás. Una táctica que ya tenía muy aprendida. Matando al último, el primero se daría la vuelta para ver perplejo como se desplomaba su compañero y tardaría unas decimas en ponerse en guardia. El tiempo imprescindible para morir también.
Un ruido seco siguió la blanca luz que iluminó su pequeño salón. Una bala de 9mm fue lo último que se cruzó por aquella joven cabeza. Un pensamiento metálico tan fugaz como su corta existencia. Sucedió como siempre, una vida menos y una bala más. Siempre le parecía irracional este brutal intercambio. Un ser humano a cambio de un trozo de plomo. Disparó de nuevo y acertó otra vez. Dos balas, dos muertos. Su querida amiga seguía siendo tan cruel como fiel.
Le costó salir de su escondite. No tenía el poder de ordenar a sus huesos que se irguieran, ya no le obedecían como antes.
Olía a casquillos usados y pólvora quemada. Ni un gemido, ni un grito de dolor. Sin duda, soldados entrenados. Les habían enseñado a morir sin ese quejido inútil que te priva del orgullo, quitándote la dignidad unos segundos antes que la vida.
Nada se movía, todo había acabado. Cada vez más viejos que alimentar y ahora dos jóvenes menos para producir. Siempre que mataba a uno de ellos le asaltaba, obsesivamente, la idea de que cada vez el equilibrio entre jóvenes productivos y viejos parásitos era cada vez más desproporcionado y desigual. Si continuaban así, acabarían comiéndose entre sí. En realidad se escuchaban rumores que ya estaba pasando. No quería vivir tanto como para coexistir con ningún tipo de canibalismo.
Se acercó a sus dos víctimas y empezó a rebuscar en los bolsillos, no tenían identificativos. Todos tenían el mismo aspecto, ropas parecidas, caras de niños inocentes. Pobres esclavos de ejércitos de pensionistas sin fondo, esperando en sus rancios nidos a que sus crías traigan la comida que devoran sin masticar para poder pedir más y más.
A uno la sangre le brotaba copiosamente de un surtidor pequeño y redondo en mitad de la frente, con los ojos grandes y abiertos en blanco. Unos ojos que debieron intentar mirar por dentro como llegaba la bala hasta su cerebro.
El otro no parecía tener el disparo en la cabeza, no era capaz de encontrar la entrada del proyectil ¿por dónde habría muerto ese chico?
Dio un paso atrás asustado, aún tenía pulso, seguía vivo. Armó su pistola de nuevo, apuntó insensible a la cara del niño. Odiaba verles la cara, no podía matarles si le veía las facciones. Podía ser un hijo o el hijo de su hijo. Se apartó rápido de esa cascada de sentimientos confusos y de ideas débiles. Pensó con entereza que también mataría, sin dudarlo, a su nieto.
Primero retiró de una patada el revólver y muy lentamente, con esa calma que llena la vida de los que sólo esperan la nada de ella, se dispuso a apretar de nuevo el gatillo. Quiso despedirse solemne de su segunda víctima del día. Nunca tenía ocasión de ello, pasaba siempre muy rápido. Le dio lástima no haber creído en nada más que en esa nada, porque le hubiera dedicado una oración al chico.
Se estaba evadiendo de momento y el momento había llegado y no debía perderlo. Se acabó todo para él…clic, su querida amiga parecía empeñada en prolongar la vida de aquel muchacho. Era la primera vez que su STAR mostraba algo de compasión..clic, piedad peligrosa en los tiempos que corrían. Pensó triste que ella estaría tan cansada como él de matar. Cansada y tan vieja como él.
Cogió el revólver del suelo, pesaba mucho y estaba frío. Hizo girar el tambor y lo apoyó en su frente.
- – Si vas a matarme hazlo rápido viejo.
Se asustó con esa voz, una voz que entró en su alma y abrió un grifo de recuerdos. Voces de niños y de mujeres. Su madre, su voz de niño, la de sus hermanas jugando en el parque. Tan cercana que le aplastó las fuerzas contra el pecho.
Dolió como un golpe, como un mordisco de perro. Sí que dolía, sobretodo en sus recuerdos.
- – Mejor cállate niño, lo repitió para sí mismo pero pensando y en silencio. Cállate porque ya estás muerto y los muertos no piden favores ni dan órdenes a sus asesinos. Cállate o tendré que pegarte este tiro en la boca – Lo dijo triste pero enérgico. Obedece a tu destino, escúchalo y calla, porque en esta historia tú sabías que había un final y también sabías que ese final no iba a ser muy feliz. El final ha llegado ahora, acéptalo en silencio porque no se va a repetir.
- – Mátame ya. – gritó llorando. El chico se había roto en mil pedazos.
Te mataré rápido o despacio, en realidad cómo te mate dará igual porque ya estarás muerto. En realidad las palabras no salían de su boca.
Viejo, viejo, viejo, piensa rápido o acabarás llorando como él. Mátale o déjale vivir pero ahórrate este trago.
- – Levántate despacio. Casi no reconocía su propia voz, bien timbrada y serena. He dicho que te levantes despacio, no me oyes chico. Levántate y pon las manos sobre tu cabeza. Ni un puto gesto o termino lo que ya tenía que haber acabado. Siéntate en esa silla y no dejes de mirar al suelo.
- – ¿A qué habéis venido a esta casa?
- ¡Estás sordo imbécil! ¿a qué coño habéis venido a mi casa? lo dijo metiendo el cañón del revólver en su boca. Sintió que ahora él también tenía miedo. Estúpido anciano, que te apuestas a que te acabará matando.
- – he venido a matarte viejo, a retirar carne podrida – habló con la boca llena.
- – ¿Ya no lloras? Qué valiente de repente. Mira mierda tierna- hundió el cañón más dentro de la garganta provocando arcadas al joven.
- – Sigo dudando si hacerte otro agujero igual que el de tu compañero, así que contéstame con más respeto o decoro el salón de mi casa con tus sesos ¿por qué yo?- pensó qué porqué preguntaba tanto si él era tan asesino como ellos.
- – ¿No lo sabes? ¿de verdad no lo sabes tú? o es que ya no hueles tu propio aliento de viejo.Vengo a cerrar un círculo. A borrar el círculo de los diez.
- – ¿Qué diez?- dijo casi sin querer
- – El consejo de diez ancianos- respondió el chico con cierto entusiasmo
- – ¿Qué consejo? No me regales palabras chico, dame frases enteras. Dime qué es eso de los diez y que es eso del maldito círculo que queríais cerrar.
- – No disimules, claro que sabes lo que es el consejo de los diez. Tú perteneces a él, tú eres el último de esos diez. Ese es el número de tu sector. Eres, a tu manera, el rey de tu pedazo.
- – Yo no pertenezco a ningún consejo de ancianos y no sé de qué sector me hablas. Os habéis liado, la habéis cagado y has venido a matar al viejo equivocado. ¿Cuál es mi pedazo?
Para que habla ahora, ya no le perdones más la vida. No quería escucharle, no podía seguir dudando. ¿Los diez? ¿De qué diablos hablaba? No tenía que seguir con esto. No sigas este juego o perderás la partida.
Seguía sin entender una palabra. El chaval escupía palabras al aire a ver si alguna le daba en el ojo. Pero no los cerraría, no iba a engañarle.
Viejo mejor mátale, no dejes que te mezcle el veneno con la sangre. No le dejes respirar o hilará tan fino que no podrás liberarte de esta tela de araña.
Sus pensamientos se estaban rebelando, perdonando una vida, indultando a un ejecutor de viejos. Las palabras que no decía rectificaban a su razón, contradecían su pensamiento, mentían a su lógica. Debía matarle, eso es lo correcto, porque el chico también había venido a matar.
No sabía muy bien en que se estaba metiendo. Casi nunca había hablado con uno de ellos. Había matado a muchos pero nunca les miraba a la cara, sólo lo suficiente para apuntar, disparar y cerciorarse de que realmente estaban muertos.
Mientras le vigilaba buscó algo con que atarle a la silla. No quería cometer errores, un descuido y perdería el control de la situación y con toda seguridad la vida. El chaval era a todas luces mucho más fuerte y ágil que él.
El chico sonrió irónico, parecía que ya había perdido el miedo y un gesto de arrogancia le cubría la cara mientras él utilizaba el cable del teléfono y su cinturón para inmovilizarle.
Qué le pasa al mocoso, quiere que le meta un tiro. Hace un minuto lloraba y ahora me provoca. Si lo que quiere es morir estás a punto de conseguirlo.
No era capaz de reconocerse compasivo. No era capaz de entender que hacía.
Qué triste historia, qué tristes tiempos. Apretó despacio el gatillo y se preparó para apuntar otra muesca en la culata de su destino. Otro chico menos, otro más en su cuenta negra ¿cuántos llevaba? ¿Quince, veinte? Serían miles, hacía mucho que ya no los contaba
¿Qué sector? masculló, no podía evitarlo, le había confundido, quería entender. No pertenecía a ningún consejo de ancianos. Un día fue un jubilado, un vendedor de entierros y funerales. Media vida ofreciendo comodidad para el último viaje, preparando un final feliz y arreglado. Familiares satisfechos en su desolación, música y velas. Servicios funerarios de alto “standing”, de mucha clase… claro que la otra media vida la llevaba dando billetes gratis para ese viaje o es que no te acuerdas viejo que has enterrado a muchos pero has matado a más. Sólo era uno de tantos viejos armados que alguien había reclutado para defenderse de asesinos. No sabía bien quién, tampoco preguntó nunca. Junto a los encargos en el mismo sobre, el dinero, con eso vivía. En todo caso era un pistolero pero no era el único ni el más sanguinario.
Otra vez justificándose y dándose explicaciones que sobraban. Está a punto de morir, tienes el revolver en la mano. Se está convirtiendo en una charla de amigos echándose en cara pequeñas rencillas. No le cuentes tu vida, no quieras matarle de aburrimiento. Hazlo con gloria, de un tiro en la frente como a su amigo.
Sonó un gran estruendo de cañón que le dejó a las puertas de un infarto. Un sonido brutal y un retroceso que casi le disloca el brazo. El chico se debió de asustar también sin darle tiempo a saber que la bala le había reventado el cerebro. Cuando quiso darse cuenta ya no tenía suficiente masa encefálica para entenderlo. Definitivamente prefería su vieja STAR.
SINOPSIS
La sociedad se ha partido por su parte más débil. La expectativa de vida de la población se acerca a la centena y los mayores de 70 años son el grupo dominante . La tasa de nacimientos disminuyó escandalosamente. Apenas quedaban jóvenes que sostengan con su productividad los antiguos beneficios sociales para tantos viejos. La guerra era inevitable. Hoy, jóvenes y viejos han llegado a las armas. Ya nadie trabaja, no circula el dinero, la lluvia y el barro es el escenario de una ciudad casi en ruinas, controlada a la fuerza por un siniestro consejo de ancianos. Batallones descoordinados de resistencia, compuestos por jóvenes combatientes, reivindicando oportunidades, cambios y esperanza. Alteran con muertes y atentados la desesperada y nada apacible vida.
Dentro de este caos un anciano, sin ganas de vivir el final de sus días, investiga por alusiones, una trama de la que él es parte sin saberlo y un joven idealista busca a este viejo para eliminarlo a él y después a todos a los representantes de aquellos tiempos oscuros. La muerte del viejo debe ser la primera piedra para construir un nuevo mundo.
VIEJO – Desde una forma de ver la vida sin esperanza, el viejo intenta descubrir porqué le acusan de pertenecer a un consejo de ancianos del que no es ni consciente de su existencia. Ya no quería vivir más, pero decide que sus últimos días tiene que destinarlos a esclarecer este complejo jeroglífico. Un incipiente Alzheimer mezcla sus recuerdos y su presente, haciéndole aún más peligroso.
JOVEN – Cambia el enfoque de la narración y desde que él aparece se empieza a relatar la misma historia pero con un hilo de luz. La esperanza ha de perdurar, el cambio es posible. Todavía queda mucho por lo que luchar y mucho que sufrir. Pero no todo es como parece
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