Como cuando sientes ese vacío en el estómago aun cuando ya has comido, como cuando el saldo de tu móvil se acaba justo en el instante que le dirás “te amo”, así me sentía yo, siempre incompleta desde que decidí vivir esta doble vida.

Cuando era pequeña, recuerdo con nitidez como mi madre sufría al sentirse engañada por mi padre, no había día en que mi madre no demostrara su inseguridad y su escasa autoestima haciéndole escenas de celos a mi padre sin ningún motivo aparente. Mi padre, por su parte, sabía que mi madre estaba en lo cierto cuando le reclamaba por aquella mujer. Mi padre salía de viaje cada determinado tiempo, siempre a donde iba la llevaba con él, mi madre tenía que cuidarnos a mis tres hermanos y a mí, era obvio que no podía acompañarlo, sin embargo a su amante nunca la ató nada.
Para mí, mi padre siempre fue mi héroe, era policía, no importaba lo peligroso que el mundo fuera porque si mi padre estaba en casa, nada podía contra mí. Desgraciadamente hay cariño y atención que un hijo, como tal, no les puede dar a los padres. Supongo que mi padre se cansó de los celos injustificados de mi madre y salió en busca de alguien que, lejos de estarlo chingando, le hiciera compañía y lo hiciera sentirse amado. Sí, mi padre había dejado de amar a mi madre, pero nunca lo dijo, él sólo busco a alguien más y dejó que la vida siguiera. Él era alcohólico, ella sólo una cualquiera.
Aquella noche fue memorable, mi padre estaba con ella, ebrio:
-Ya te dije Miguel, lo nuestro no puede seguir.
-¿Acaso ya tienes a alguien más?
-Eso es algo que no te incumbe, yo soy libre y tú no, ese es tu coraje. Tú vas por la vida cuidándote y escondiéndote de todo el mundo, nunca tomando mi mano, siempre ocultando lo nuestro.
-Luisa, amor, me voy a divorciar, viviremos juntos, los tres.
-¡Miguel! Ya no te amo, no insistas, estoy enamorada de otro hombre.
-Antes muerta, ¿me escuchas? Muerta, hija de la gran puta.
Mi padre portaba una pistola, misma que no dudo en usar aquella noche. Mató a su amante para luego dispararse él mismo. Más tarde nos llegó la trágica noticia, mi padre se había suicidado y había matado a su amante, el nombre de mi padre estaba en todos los periódicos de la ciudad junto con el de ella, se les vinculaba sentimentalmente. ¿Adivinen quién había sido humillada públicamente? Mi madre, la esposa.
Pocas de las cosas que recuperé de mi infancia fueron algunas fotos, una foto en particular era aquella que fue tomada en el funeral de mi padre. Estábamos mi hermana Susana y yo, mi madre atrás de nosotros con sus manos puestas en nuestros hombros, jamás olvidaré la cara sin expresión de mi madre.
A partir de ahí decidí que ningún hombre era de confiar, porque el hombre que se suponía jamás iba a traicionarme fue el primero en hacerlo. ¿Cómo puedes aprender de lealtad cuando todo a tu alrededor huele a traición?
A veces los adultos nos concentramos en nuestros asuntos y olvidamos a los más pequeños, olvidamos que nuestras acciones también los lastiman y los marcan.
Es una mentira muy grande decir que la vida sigue después de una muerte, creo que sólo aprendes a vivir sin las personas, aprendes a vivir con las que se quedan. Mi mamá nunca se recuperó, llenó aquel vacío con múltiples hombres, sin obtener éxito. Paso de ser una madre amorosa a ser una madre golpeadora, abusaba de nosotras, nos golpeaba por todo y por nada. Recuerdo cuanto la odiaba, cuanto deseaba que ella fuera la que estuviera muerta, quería a mi papá de vuelta. Poco después mi madre se suicidó, o al menos eso creo yo, mucho se dijo que le había reventado la vesícula y que eso la había matado, no quise saber. Lo que se ignora pocas veces hiere.
Desde el momento en el que mamá murió quedamos a cargo de mi hermana mayor, la que por cierto, ya tenía dos hijos. Siempre fue una mujer promiscua a la que nunca le importamos, nos utilizaba de criadas mientras ella se gastaba, en hombres y bebida, lo que nos habían heredados nuestros padres. Fue por eso que decidí emprender mi viaje hacia los Estados Unidos y buscar un nuevo y prometedor futuro.
Conseguir pollero era cosa sencilla en mi país, yo no tenía dinero así que hice lo único que sabía hacer, me hice novia de aquel tipo que cruzaba inmigrantes a otros países. Y así emprendí mi viaje, quién iba a pensar que mi viaje terminaría aquí, en México.
El pollero desapareció cuando llegamos a México, fue casi un milagro lo que me pasó después. Una pareja me encontró y decidió ayudarme dándome sus apellidos para que pasara como su hija. Ahora que lo pienso, fui afortunada.
Poco después conseguí trabajo en una pequeña fonda, lavando platos. Yo no sabía hacer nada, ni siquiera había acabado la escuela. Era una extraña en este enorme país, sin dinero, sin familia, sin nada.
Conocí a mi esposo en esa fonda, él trabajaba por la zona e iba a comer de vez en cuando. A mí él nunca me gusto, hasta la fecha sigo sin encontrarle el gusto. Supongo que el hecho de ser extranjera y joven le llamó la atención. Pasó mucho tiempo para que yo aceptara salir con él.
Y ahí estaba yo, con él, en aquel bar, tomando medias de seda. Es difícil para mí concentrarme en una plática que no me interesa. Siempre vi a aquel hombre que estaba frente de mí, como la oportunidad de salir del hoyo profundo en el que estaba. Siempre las mismas preguntas acompañadas de las mismas respuestas.
-¿Qué haces en México?
-De paso, en lo que consigo dinero para cruzar a los Estados Unidos.
-¿Te gusta México?
-No.
La soledad es algo que puedes sentir aun estando acompañada, el vacío interior es algo que fácilmente puedes llenar cuando no sabes lo que quieres. Fue entonces cuando una idea inundó mi cabeza, sí, me embaracé de él para asegurar un futuro, estúpidos pensamientos de niña ahogándose. Más tarde me di cuenta de que la niña en el agua había aprendido a flotar pero nunca aprendió a nadar.
Lo siguiente que pasó fue para mí algo inesperado…
-Te vienes a vivir conmigo, yo me haré cargo de ti y de nuestro bebé.
-No cómo crees, yo en mi casa y tú en la tuya, con una pensión mensual basta.
-No los voy a dejar abandonados, quiero una vida contigo y mi hijo.
-Pero yo no te quiero…
-Aprenderás a quererme.
-No sé cocinar.
-Eso también lo aprenderás y más rápido.
-….
Así fue como llegué a esta casa; pocas veces pensé en ellos como una familia, sinceramente nunca los vi y hasta la fecha no los veo como mi familia. Desde que puse un pie en esa casa todo lo que recibí fueron ofensas y desprecios por ser extranjera. Pero, ¿qué haces cuando es todo lo que tienes?
Aquella casa sigue siendo la misma en la que estoy, sufrió unos cambios pero las personas dentro de ella nunca cambiaron; llegué siendo una adolescente, ya tenía mi cuerpo bien formado y el embarazo aún no se notaba, mi tez nunca ha sido morena aunque mi cabello en ese entonces era castaño oscuro, era tan delgada en ese tiempo que me da envidia de sólo recordar.
-Así que eres salvadoreña.
-Si…
-Puro indio viene de allá ¿qué no?
-……. – ¿acaso hay respuesta para eso?
El silencio fue un don que fui perdiendo con los años, al principio te quedas callada porque, se supone, que no debes ser irrespetuosa. Después, vienen aquellas frases llenas de sarcasmos, que no las forman más de tres palabras, frases que demuestran que estás a la defensiva pero que aún no tienes huevos para decirlas en voz alta. Y por último vienen las frases largas de defensa real, palabras llenas de ira y ofensas, palabras que hieren y que vienen acompañadas de una voz altisonante. Se necesita tiempo para dejar de quedarte callada durante una batalla que seguramente perderás, pero yo aprendí y modifique mis modismos. Básicamente un extranjero siempre aprende lo malo de otro país en seguida, después vienen las cosas útiles. Así que, amplíe mi vocabulario y me convertí en una persona ofensiva y grosera. Tal vez siempre fue mi yo interno que esperaba el momento indicado para salir, no sé.
Yo sabía que dentro de mí existía un vacío, después de mucho tiempo me di cuenta de que se hacía más grande con el paso de los años. Muchos llenamos vacíos con las peores cosas, nos hacemos daño sin querer y a veces, queriendo. Yo llené el inicio de mi vacío con comida, después de tener a mi primer hijo quedé como nueva pero no tardé más de un año en quedar embarazada de nuevo y fue cuando mi peso dejó de ser envidiable, tenía demasiadas preguntas y todas las respuestas acababan en comida. Comer se convirtió para mí en un escape de mi desgraciada realidad. No hay día en el que no me sienta sola, no sólo comía sin parar sino que también construía un muro tan grueso dentro de mí, yo no sentía, estaba en neutro, todo me molestaba, vivía en un cuarto de tres por tres, me volví una histérica. Christopher, mi primer hijo, sufrió más que cualquiera de los cuatro. No tenía una voz guía, cuidar niños ajenos nunca es comparable a uno propio, ojalá mi madre me hubiera hablado de esto en su momento, era inexperta, Chris lloraba y la mayoría de las veces nunca supe por qué, entonces mi respuesta automática era golpearlo para que efectivamente llorara por algo real y visible. Me arrepiento mucho de no haber sabido criarlo, había días en que Chris estaba dormido y yo me recostaba junto a él, se veía tan lindo y pequeño, sin duda me daba fuerzas.
Mi segundo hijo fue niña, Guadalupe, no había nacido y ya la odiaba. Mi cuerpo se había deformado completamente, yo era una enorme masa de grasa, mi embarazo ni siquiera se notaba porque era camuflajeado por mi obesidad. Las ofensas nunca faltaron.
-No te es difícil bajar a la calle, sólo te acuestas y ruedas-
-No eres más que una albóndiga con patas-
-Pinche torota-
Si, el bullying no es exclusivo de los niños. Yo sabía lo que era y en lo que me había convertido y seguramente fue lo que llevó a mi esposo a engañarme con una de nuestras vecinas. Un día tocaron a la puerta, una mujer…
-¿Está Carlos?
-No, ¿para qué lo quieres?
-Si Carlos es muy hombre, que te lo diga él.
El que no amara a mi marido no significaba que la mentira y el engaño no me dolieran, mis piernas perdieron la fuerza y poco faltó para que me desvaneciera, sólo cerré la puerta, maldecía el día en el que me había topado con ese hombre, tenía tanta rabia y odio en mi corazón, generé tanto rencor que hasta le fecha aún tengo de reserva.
-Silvana vino a buscarte.
-….y?
-No te hagas Carlos, ella me lo dijo todo, lo que ocurre entre ustedes.
-Miente.
-El que miente eres tú, eres un cabrón hijo de cien mil putas.
-Tú tienes la culpa, mírate, estás tan marrana que te acuestas en la cama y te desparramas por los dos lados.
-Ya no quiero estar contigo.
-Y a dónde vas a ir, con quién piensas ir a lloriquear, no digas estupideces y dame de comer.
Aunque me doliera él tenía razón. Una vez más me había recordado que estaba sola en este país, en esta vida y en esta casa. Tuve a Pita una tarde noche de mayo, su piel era como la de Carlos, parecía un chango sin pelo, tengo que aceptar que de todos mis hijos, ella fue la única que de bebé fue fea. Carlos la vio y sin dudarlo escupió -…está bien fea- Pendejo, se parece a ti.
En esas fechas Carlos manejaba un transporte público, así que pasaba la mayor parte del día trabajando. Tengo que aceptar que después Carlos cambió mucho conmigo o al menos aparentaba bastante bien, me trataba bien, mi gasto nunca me faltó, poco o mucho pero teníamos, empezamos desde abajo pero yo nunca aprendí a darle el valor a las cosas. Supongo que les das el valor que tienen cuando trabajas por obtenerlas, yo nunca trabajé ni me vi en condiciones de hacerlo.
Tenía un par de amigas vecinas, gracias a ellas supe que la amistad entre mujeres es imposible. Una de ellas era Luisa, madre de, creo, 7 hijos. Todos los hombres de la colonia se la habían comido ya, todo el mundo lo sabía menos su marido en ese tiempo. Y la otra era “la Lupe”, Guadalupe, una mujer regordeta madre en ese entonces de dos hijas. A Carlos nunca le gustó mi amistad con ellas pero eran lo único que tenía en ese entonces, eran ellas o seguir comiendo.
Y fue así, gracias a esas amistades, que conocí a Raúl, esposo de “Lupe”, un tipo nada atractivo, nada culto, sin estudios, sin dinero pero con muchas ganas de subirme la autoestima.
Raúl era el clásico adolescente que había dado el gran salto a la adultez gracias a que había embarazado Lupe, sus padres de ambos los habían casado a la fuerza para no dar de que hablar, su primer hija nació poco después de mi primer hijo. Jamás pensé en Raúl como un amante, ni siquiera como un amigo, era la clase de hombre que gustaba de estar en la calle echando desmadre con los amigos. Todo el mundo sabía que lo habían obligado a crecer y a casarse pero hasta la fecha, creo que es algo que él se negó a hacer. Yo frecuentaba la casa de Lupe casi diario, ella vivía con Raúl a escasas tres casas de la mía. Era mi única amiga.
-Caro, tú mereces algo mejor que ese hombre con el que te viniste a meter.
-Es todo lo que tengo, es eso o vivir en la calle. No es que viva muy bien pero al menos no me preocupo por hacer dinero.
-Pues Raúl es un muy buen hombre, ahora está en la etapa en la que quiere seguir siendo un chavo, pero cuando le caiga el veinte sé que viviremos mejor, además soy lo mejor que se pudo conseguir, nadie le haría caso.

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