Mi bolígrafo se hundía en las yemas de mis dedos y pasaba como un camión de carga sobre la hoja, del cual algunos granos del producto dejaban su rastro en la carretera.
—Hija baja a comer —oí la voz de mi madre a mis espaldas al mismo tiempo que el chirriar de la puerta al abrirse. Sus rizos oscuros se hundieron por el borde de la puerta al apoyarse por ella y sus enormes ojos negros curioseaban lo que hacía.
—Ya bajo mami —respondí deshaciéndome de todos los papeles que reposaban sobre mi muslo que impedían mover mi trasero de la cama.
Mi madre sonrió de la manera más tierna y se retiró con pasos acompasados contra el suelo hasta que ya no la oí.
Bajé a zancadas hasta la planta baja. El estómago ya me torturaba y a la vez sufría con el dulce aroma a tostadas y miel con un toque de café, casi quedé embriagada con tan buen olor.
Me topé con mi padre sentado en la sala con los ojos anclados en la televisión. Sonreí al verlo casi con la baba en la barbilla supongo que exageré al pensar de ese modo, pero si seguía así de seguro que ocurriría.
—Vamos a cenar papá. Recuerda que el televisor no se come —agregué jocosamente.
Me observó de soslayo y sonrió.
—Tú siempre tan chistosa —agregó.
Emprendí dos pasos con la intención de dirigirme a la cocina, pero algo me detuvo. Un ensordecedor estruendo provino de allí, al parecer varios platos dieron violentamente contra el piso llenando el lugar de su escandaloso eco.
Observé extrañada a mi padre mientras él se erguía camino a la cocina. Mis pasos rozaban sus talones hasta que llegamos a la cocina y lo primero que captó mi vista fueron los platos de porcelanato queforraban el suelo en pequeños granitos; como si lo hubieses pasado con un martillo y luego esparcido ordenadamente sobre el brilloso piso de color crema. Además de eso, todo parecía estar intacto, pero no veía por ningún rincón a mi madre, y la cafetera hervía sin parar incluso empezaba a rebosar por los bordes y era lo único que se escuchaba en tan tremendo silencio.
—Marie ¿estás bien?—preguntó mi padre buscando a mi madre con la mirada, pero no hubo respuesta. Algo muy extraño estaba ocurriendo. Para llegar junto a la cafetera y apagarla tuve que atravesar con cuidado bajo los platos hechos añicos.
—Mamá ¿Estás ahí? —regresé a un lado de mi padre y nuevamente nuestras confusas miradas se encontraron mientras él se encogía de hombros diciéndome que no comprendía nada, al igual que yo. < ¿Qué estaba pasando? Un silencio aterrador, sin pistas de mamá ¿Dónde había ido? No había otra salida. Eso hacia poner los pelos de punta>
Incluyo a mi padre porque de seguro los latidos de su corazón fueron más fuertes que la mía, volteamos asustados buscando de dónde provenía esos pasos pesados y los quejidos desesperados de mi madre. Por mi frente se escurría el sudor, mis piernas flaqueaban y un gran nudo en la mata de la garganta me asfixiaba.
Corrimos a la sala y en un momento pensé que era una pesadilla, pero no podía aseverarlo… lo observaba, lo oía y lo sentía a la perfección; o tal vez se trataba de una broma y luego aparecerían mis primos con sus cámaras cagándose de la risa o algo así, pero no aparentaba que algo así pudiese pasar.
Eran hombres, hombres muy grandes ocultos detrás de la negrura de sus vestimentas, lo único que se podía atisbar eran sus ojos que parecían esclavos de una profundidad maligna. La traían a rastras de sus brazos, mi madre se retorcía en medio de ellos, su delgado rostro empapado en lágrimas, pero ella no podía escapar del fuerte agarre en la cual la estaban sometiendo.
—Suelten a mi esposa o llamaré a la policía —amenazó cogiendo su teléfono. Impresionantemente apenas tuvo su teléfono en las manos ésta ya se encontraba hecha pedazos contra la pared del extremo izquierdo. En qué momento no lo sé, sólo sé que el nadie se lo arrebató, simplemente colisionó contra la pared. Mi padre no despegó sus ojos del teléfono ya muerto.
Las lágrimas ya rodaban por mis mejillas y la cabeza me apretaba en un mareo terrible al pensar que tal vez esa fuese nuestra última noche.
—SUÉLTENLA —vociferó mi padre abalanzándose contra ellos, pero de la misma manera lo lanzaron al sofá. Fui raudamente a levantarlo.
Mi madre seguía llorando e intentando escapar, pero al parecer se le tornaba imposible.
Tomé a mi padre de los hombros y él se sostuvo de la misma manera, aprovechó el momento y se acercó a mi oído y susurró: —Corre, ve a la policía.
—Perdóname hija, perdóname… —reiteraba en sollozos mi madre. ¿Pero qué es lo que debía perdonar?
— ¡Mamá que pasa!
—Cierren la boca —aulló uno de ellos extrayendo un arma de la cintura apuntándonos a todos.
Mi padre volvió hacia ellos tratando de arrebatar el arma al que nos apuntaba muy confiadamente, pero en un movimiento muy ágil lo colapsó en el cogote de mi padre, seguido él cayó inconsciente al suelo.
Lancé un grito aterrador. Supe que no estaba muerto, por lo menos no en ese momento. Observé por última vez al hombre que retenía a mi madre de los brazos y al otro que se distrajo tratando de amarrar a mi padre.
Inhalé todo el oxígeno que necesitaría hasta llegar al puesto de la comisaría. Lo haría por ellos, me rompería las piernas por ellos. Di media vuelta y en mi tercer paso…una mano en mi muñeca luego mi rostro contra el suelo, un pequeño ardor en mis mejillas indicaban que el golpe tal vez me haya dejado solo con la mitad de mi cara.
—No la lastimen —gruñó mi madre con la voz hecha trizas.
El hombre levantó ligeramente mi cabeza jalando de mi cabello, sentí su respiración bien coordinada y fría en mi oreja. Sentí tanto asco que se me revolvió como en diez vueltas el estómago.
—No vuelvas a intentar nada estúpido niñita.
Tan pronto como me soltó me acurruqué entre la abertura de un sofá y otro. Lo único que se lograba oír, además del silencio eran los desesperados sollozos de mi madre y la mía. El hombre la seguía deteniendo entre sus… al parecer, poderosos brazos; mamá apenas lograba agitarse un poco.
—No la toquen. Se los ruego —chillaba mi madre muy desgastada, como si la lengua le pesara al hablar—. Eso tuviste que haberlo pensado cuando te lo pedimos de la manera más cordial que podíamos —respondió inmediatamente el hombre que la aprisionaba en sus brazos, mientras el otro apuntaba el arma justo en mi sudada frente.
—Ahora ya es muy tarde, demasiado —murmuró apretándola mucho más, ese acto impulsó a mi fisonomía a responder con fuerza, traté de alejarlo de mi madre golpeando el arma que me observaba con ese agujero negro donde al final del túnel oscuro brillaba la dorada cabecita de la mortal bala. No pude siquiera avanzar un paso ya que solo un brazo bastó para mandarme contra el frio suelo.
Todo aparentaba acabar mal y muy mal.
—Arrodíllate —ordenó nuevamente con el metal apuntando mi cerebro. No lo hice. Y no era por rebeldía, escuetamente, mi cerebro no pudo procesar lo que había dicho y por ende mi cuerpo no respondió. Estaba bloqueada.
—Que te pongas de rodillas —reiteró impaciente agitando el arma frente a mi mirada gacha. Me puse de pie a duras penas y observé detalladamente a mi madre. Ya no procuraba escapar, se rindió, en sus ojos podía leer que su esperanza había caído, sus ojos inyectados en sangre por tanto llorar, su rostro inexpresivo, antes de morir ya parecía muerta.
—Perdóname hija yo…lo siento mucho.
—Qué es esto mamá, que está pasando —lloriqueé buscando respuestas en el momento menos indicado.
—Llegaron al extremo de la cursilería —chilló el que permanecía como estatua apuntándome con el arma. Se acercó mucho más y golpeó mi hombro levemente con la punta del arma y luego señaló mi rodilla y el suelo con lentitud; demasiado irónico para mí gusto.
—Te lo objetaré por última vez. Lleva esas rodillas al piso… ¡has entendido! —elevó la voz.
A ratos mi corazón palpitaba a toda máquina y otras se olvidaba de hacerlo. <Todo estará bien> me engañé. Nada estaba bien. Mi padre maniatado e inconsciente en el suelo, un atrevido hijo del demonio se atrevía a colocar sus sucias manos sobre mi madre y otro tipo amenazándome con un arma. ¡Y yo que! Intentando convencerme de que todo está bien y que de un momento a otro nuestra antigua realidad regresaría. Ni el perro se tragaría semejante fantasía.
La punta de un zapato de guerra acompañado de la fuerza de su inquilino, irremediablemente me dejaron de rodillas sobre el duro suelo, sentí la tapa de la rodilla subir algunos centímetros, subió por la garganta convirtiéndose en un bramido aterrador. El mío por el dolor y el de mimadre también, sólo que el de ella fue un dolor justo en el medio del corazón.
— ¡No la toquen! —gritó desde el fondo de su ser, con el casi último aliento que le restaba.
De fondo una carcajada sarcástica me sacó de quicio.
—Siempre funciona por el lado malo, las cosas con demasiada delicadeza no funciona con nosotros. ¿No es así Mari?
—Vayan al infierno malditos desgraciados.
—Mari no es necesaria tanta amabilidad con nosotros. —se burló el hombre volteándose hacia mí.
— ¿Por qué mejor no vamos a lo que vinimos? —se preguntó el hombre colocando su enguantada mano en mi nuca; cuando apenas sentí su tacto en mi piel una fuerza extraña cayó sobre mi debilucho cuerpo, como si hubiese engordado en gran cantidad solo en un segundo.
—Haré todo lo que me pidan, pero no la condenen de esa forma —clamó mamá retorciéndose desesperadamente bajo el apretón de aquel silencioso hombre.
—Me encantaría, solo que ella nos servirá mejor que tú.
—Por qué hacen esto, que quieren —articulé con la cabeza gacha ya sin fuerzas, apenas lograba que mi voz se haga audible, un poco más que los lloriqueos de mamá.
—Mari, eres tan dulce, pero sé que si te dejo vivir serás un obstáculo en mi camino.
El otro hombre dejó una mano libre y la condujo detrás de su espalda, y luego un arma brillante se posaba en la sien de mamá y un larguirucho dedo se alistaba para jalar del gatillo.
En ese mismo instante supe que todo se había acabado, ellos habían llegado para cortar la inspiración a la vida, ypara dejar roto el corto camino que estábamos recorriendo.
—No, no… —rogaba tratando de zafarme del agarre. Aunque fuese más que evidente mi esfuerzo en vano, lo seguía intentando.
—Despídete ahora irás al infierno.
— ¡No, no la maten, no lo hagan!
Observé perplejaa mamá y ella tampoco despegaba sus ojos de los míos. Movía los labios susurrando con el último hálito que le restaba, logré captarlas “te amo, perdóname” lo repetía sin cesar.
Una flecha ardiente o un carbón encendido daban lo mismo. Destrozaba cada parte de mi cuerpo,una sensación extraña comenzaba a recorrer por mi cuello, seguido el dolor comenzó a expandirse por toda mi fisionomía, al mismo tiempo oí el disparo que marcaba el final…
Ya nada se acercaba a lo real, pretender vivir cuando sabes que ya estás muerta. Cómo dudar que te acercas a la muerte, si rotundamente estas destinada a morir.
Observé como mi madre caía al suelo y un gran charco de sangre se formaba alrededor de ella; mi cuello ardía de sobremanera, dirigí mis manos sobre ella, estaba tibia y dura. Sentí algo más; lo extraje con la poca fuerza que me sobraba y antes de perder la consciencia lo examiné…una jeringa.
Mis ojos se cerraron lentamente hasta que todo se volvió oscuro.
1 mes después…
El tiempo había pasado como si apenas hubieran pasado unas horas.
Nunca nadie supo nada, los disparos, los gritos, el desastre que había pasado esa triste y tétrica noche; simplemente todo quedó como algo inédito, ya que los vecinos y otros lugares aledaños a mi casa jamás vieron ni oyeron nada.
Después de lo que sucedió, recuerdo que desperté en el hospital, en ese lugar realizaron varios estudios sobre mi situación pero nunca lograron saber con certeza lo que contenía la inyección que me aplicaron; los doctores declaraban que nunca en sus años de experiencia trataron con algo así, ya que desperté dos días después, completamente sana sin ninguna molestia o alteraciones.
Tampoco pude asistir al entierro de mi madre; luego de salir del hospital compré los ramos de flores más hermosos que pude apreciar y se las coloqué en su panteón donde aún el cemento seguía húmedo.
Todo esto pareciera ser un mundo fantasmal, las cosas pasaron pero nadie lo vio ni lo escuchó. Los policías no encontraron sospechosos, claramente desaparecieron sin dejar ninguna pista sobre ellos. Tener que vivir todos los días aquí nos hace mal, mi padre mantenía la postura en que ya no aguantaba permanecer por más tiempo en lo que él calificaba como casa maldita.
Casi todas las noches lo dominaba las pesadillas, referente a esa noche.
En cambio yo me sentía distinta, me afectaba la muerte de mi madre, pero no como imaginaba que lo sería.
Llegó el momento en que empacamos todas nuestras pertenencias, para empezar una nueva vida lejos de este umbrío lugar, y que todo esto quede en un oscuro y misterioso recuerdo en el fondo de nosotros.
Cuando cruzaba por la cocina… Como ráfagas de viento en mi mente se reproducía todo, como si estuviera viendo una película de terror, desearía borrarlo totalmente de mi mente y quedar vacía, sentirme caer al abismo pero nunca llegar a la superficie.
—Lilly, ¿ya estás lista? —
La ronca voz de mi padre se difundió en el aire. Al voltearme y ver su rostro varonil, su barba creciente, sus ojeras remarcadas, su tez cada vez más pálida y sus ojos negros tan inexpresivos, sin vida, con un pequeño brillo de luz, exactamente no el de un brillo propio, si no que del resplandor de las luces que colgaban en las paredes de la casa.
—Si papá.
—Está bien salimos en 15 minutos —avisó para luego marcharse.
Caminé desanimada hacia mi habitación para bajar mis cosas y colocarlas en el auto.
Teniendo todo en orden arrastraba mi equipaje bajando las escaleras; flotando en el profundo y atrapante universo de los recuerdos.
Al observar cada rincón de la casa, se me anteponían maravillosos recuerdos de momentos que viví aquí con mis padres…
Ahí estaba, lo podía apreciar claramente. El festejo de mi cumpleaños, la casa con decoraciones coloridas, las paredes tapadas por los globos que aún más lo hacía colorido, los pequeños invitados correteando alegremente, mientras yo de pié sobre una silla para poder nivelar mi altura con la del enorme y goloso pastel…
Un gran estruendo provocó que me exaltara, había soltado mi maleta y cayó rodando por las escaleras. Tan rápido como pude me apresuré en cogerlo, y una vez teniéndola en mis manos la calma y el silencio volvió.
— ¿Qué pasó? —se asomó curiosamente mi padre, también llevando sus maletas.
—Nada, sólo un descuido mío —
Él sólo se encogió de hombros y caminó hasta el auto.
Bajé lo que quedaba de los escalones, muy torpemente portando esos pesados equipajes.
Al poner un pié en el patio lo primero que atrajo mi atención, fue el enorme cartel incrustado al suelo del jardín ofreciendo a la casa para su venta.
Le eché un último vistazo, a lo que fue mi hogar por diecisiete años, afirmo que echaré de menos todo lo que me rodea en este lugar.
—Ya es hora de partir, o perderemos el vuelo —manifestó mi padre dirigiendo sus pasos hacia mí.
Estaba regresando de la casa ya que teníamos que dejarlo en orden y seguro.
En el mínimo instante en que ya todo estaba organizado como se debía, llegó la hora de marcharnos y tratar de retomar nuestra tranquila vida en nuestro nuevo hogar, Milford Track, Nueva Zelanda.
Mi intriga latente en esos momentos fue, ¿podría ser feliz en aquel lugar? ¿Qué es lo que me tendrá preparado el destino para este nuevo rumbo que elegimos experimentar? No lo sé tal vez el lugar no es el problema, adaptarse es la estrategia.
— ¿Papá estas seguro de que esto es lo que quieres? — Lo interrogué, él se agitó un poco y soltó un suspiro notablemente cargado de pavor —.Completamente, esto lo tengo muy bien premeditado —respondió obsecuente.
Asentí aceptando su decisión, realmente si es que eso haría feliz a mi padre lo apoyaría, aunque no lograra convencerme del todo.
—Siendo de ese modo, vámonos —añadí animada, palmoteando levemente su espalda. Él sonrió ante mi actitud, es más desde hace un mes que no lo veía sonreír y en el momento que lo vi hacerlo, me catequicé de que tal vez sí sea lo mejor alejarnos de este lugar; pero aun así, no podremos huir de los tormentosos recuerdos que habitaran hasta el fin de nuestros días en el interior de nuestra mente…
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