Un Cuento en Doce Fases

Un Cuento en Doce Fases

Alejandra Paula

18/02/2018

1.

Los rayos del sol empezaban a asomar timidamente a través de la abertura de las cortinas, como si se avergonzaran al ver esos cuerpos desnudos sobre el piso flotante de ese living minimalista.

El camino desde la puerta principal hasta el ventanal, donde aún se ven las huellas de las manos de ella, e incluso una leve mancha de su lápiz labial color carmesí, está aún marcado prolijamente por los diferentes prendas que él fue desnudando desaforadamente. Aún así, marcaban ese sendero de deseo tan primitivo y visceral de esos cuerpos que ardían con tan solo mirarse.

Su blusa blanca, luego la falda plisada a lunares, el sostén y sus zapatos de taco. similar al camino en el bosque marcado por dos inocentes niños para no perderse de regreso a casa. ¿Pero cómo no perderse en estos cuerpos?

Ese deseo, pulsional, irresistible, que encuentra a ella, esa misma mañana, aún con su tanga puesta. Aquella noche ella solo esperó a que Martín se sacará su pantalón chupín y ese boxer, comprado en una tienda americana, que lo hacia tan varonil, comprado en . Luego tomó su miembro sin tanto preámbulo entre sus delicados dedos y apenas corrió sus bragas para montarlo desenfrenadamente, como si nunca antes hubiesen hecho el amor.

Ambos gozaron ese primer orgasmo esa noche como si fuese el último de sus vidas. Sus cuerpos, sus pieles más en contacto aún, sus fluídos se entremezclaron. Era un amor ciego, sin límites, salvaje, de puro deseo, como dos animales en celos.

Martín se levantó a apagar la alarma que aún seguía sonando desde el momento que habían atravesado la puerta media hora antes. Volvió hacia ella quitándose el resto de ropa que aún lo cubría. Le puso su camisa y le abrochó solo un botón, no podía dejar de mirarla. Ella no disimulaba su pasión. Era como una adolescente descubriendo el sexo, su erotismo. Pero Camila ya tenía 28 años.

Bailaron unos instantes, él completamente desnudo, ella aún con su pequeña bikini y la camisa de él. Pasaron los minutos suficientes para que él pudiera estar con su miembro erecto nuevamente. Ella era puro fuego, inquieta, activa, bellísima. Él la llevó hacia el ventanal, puso sus manos sobre el vidrio y su boca pintada succionaba los dedos de él que rozaban las manos temblorosas de ella. Ella, desesperada, sin control de su accionar, terminó lamiendo el vidrio. No había vecinos a esa hora. Eran las cuatro de la madrugada de un día martes, la gente dormía para lograr un buen descanso y concurrir a sus labores al día siguiente. Ellos no tenían días ni horarios. Todo era presente, no proyectaban futuro, solo el goce del aquí y ahora.

Martín rasgó su propia camisa, su favorita, la utilizó como una bandana que ató alrededor de su melena negra espesa. Ella aún seguía con sus labios en el vidrio. No tenía peros, era como una adolescente descubriendo día a día nuevas pasiones. Martín, con su dedo índice le corrió su ropa interior muy suavemente, esta vez él estaba al mando, La penetró por atrás.La corrió del ventanal y ella en cuatro patas se dejó llevar. El dedo de Martín dentro de su vagina ¡Cómo le gustaba sentir como ella se mojaba por él! Ella lo sabía, no dejaba de gemir. Era un gemido constante y suave. Él se excitaba cada vez más. No tenían noción de lugares, tiempos, movimientos. A veces se lastimaban sin querer, no era un amor sadomasoquista. Simplemente el desenfreno de dos almas jóvenes sin control. Martín y Camila, pasaron por otros cuerpos antes, pero en estas sensaciones ambos eran aún vírgenes.

Nuevamente el orgasmo de él, esta vez sacó su miembro y decidió acabar arriba de sus bragas. Agarró la mano izquierda de ella y se la refregó por este líquido espeso, aún tibio. Ella ya había acabado apenas la penetró, pero quería más, él conocía sus deseos, empezó a refregar sus bragas que aún olían a semen y de a poco la fue introduciendo en su vagina. Luego su lengua remplazó el algodón y no dejó de besarla, no hasta estar seguro que ella había vuelto a gozar.

Sus cuerpos, transpiraban sexo, faltaban solo un par de horas para que ambos debieran regresar cada uno a sus trabajos.

Exhaustos los dos, solo atinaron a tomar las almohadas del sofá y sus cuerpos, aún enredados durmieron apenas un par de horas.

Las primeras luces del alba hicieron que ella entre abriera sus ojos e instintivamente tomara el miembro de él, lo pusiera entre sus labios y quisiera desesperadamente despertar ese pene, independientemente de su dueño.

Martín seguía con sus ojos cerrados, ella nuevamente estaba empapada. Lentamente ese miembro volvía a endurecer. Ella, con sus propios dedos se satisfacía. Fue rápido pero intenso. Hora de ir a trabajar. Ella no se duchó, quería sentir el sexo envolviéndola a lo largo de su jornada laboral. Por suerte encontró algo de ropa en casa de Martín. Se cambió, cepilló sus dientes y su cabello y con un poco de lápiz labial partió a su trabajo con una sonrisa. No sin antes despedirse de Martín con un suave beso.

Martín con treinta y cinco años era jefe de su área lo cual le permitía manejar más sus horarios. Se levantó una hora más tarde, miró el desorden del living, el ventanal manchado y esbozó una sonrisa. Abrió la ducha, agua fría e intentó lavar el cansancio de toda una noche de placer. No pudo. Aún así, vistió su traje gris, peinó su cabellera, compró un café intenso en ese bar de moda de la esquina y eligió una barra de cereal. Se sentó en aquella silla que daba a la cocina, disfrutando del intenso aroma a café recién molido, los scones caseros que solía comprar por las tardes y sonrió. Sonrió y agradeció también ese momento de soledad. En este, su bar. Era una de las pocas cosas que no compartía con Camila. Este era su lugar.

Saludó a la empleada y partió al trabajo. Tuvo una gran jornada como era habitual.

Martín no tenía grandes obligaciones. Una posición consolidada, un sueldo más que suficiente, el departamento en una zona muy chic de Palermo, buen auto, vacaciones en el exterior, algún curso de posgrado y toda la pasión de un hombre sin grandes responsabilidades por elección. Él era libre, no quiso formar una familia a pesar que todos sus amigos para esta altura tenían dos hijos en promedio, esposas inteligentes y vidas de viajes similar a la suya. Martín no se cuestionaba mucho sus decisiones, él actuaba por impulsos y hacía aproximadamente dos años que elegía una y otra vez este vínculo con Camila, si bien sin compromisos de armar un futuro, porque ninguno de los dos nunca había hablado de ello, seguían eligiéndose casi a diario. Sin exigencias, sin cuestionamientos, con la única consigna de ser felices y de hacer lo que deseaban.

No era solo sexo lo que los unía, si bien era una parte más que importante que los conectaba. Así como la noche anterior no podían controlarse, pasaban a veces días en los cuales se disfrutaban de otra manera. A veces jugaban al tenis, otras tantas agarraban su auto y se internaban 200 kms hacia adentro a algún lugar de montaña y hacían bautismos de parapente, paracaídas o lo que ambos quisieran. Ninguno de los dos hacía cosas por obligación. A veces las propuestas venían de parte de Camila, otras tantas de parte de Martín. Si alguno de los dos no deseaba algo permitía que el otro lo hiciera. No habían caras largas, recriminaciones o venganzas. Estaban juntos pero había mucha libertad. Se volvían a elegir día a día. Eran fieles a ellos mismos y al vínculo que los unía. No necesitaban terceros, no había engaños. Pasaban días sin verse, Camila, que era menor, tenía más amigas solteras, lo cual hacía que organizara más salidas con ellas. Le gustaba ir a bailar, iba a los clubes de moda con ellas. Pero iba solamente a disfrutar. No iba a seducir, sin embargo, la seducción era algo que salía de manera innata en ella. Los hombres se le acercaban constantemente, pero ella con su hermosa sonrisa les agradecía y se dirigía a sus amigas. Pamela y Ana muchas veces se iban con algún hombre y ella volvía sola en auto a su casa. No era necesario correr al departamento de Martín, respetaba sus espacios, sus momentos. Aunque cuando ambos, a pesar de la distancia intuían esa conexión que los unía, aparecían en la casa del otro, en el bar de la esquina del trabajo, incluso en el supermercado y nuevamente volvían a elegirse. Cuando él, algún sábado por la mañana la buscaba en el supermercado, agarraba un carrito y jugaba a comprar, generalmente compraba alguna salsa de chocolate, crema o algún helado y la cruzaba a ella en la góndola de la perfumería. Sabía que la encontraría ahí. Era su lugar favorito. Se ponía a su lado,agarraba alguna crema de afeitar y tomaba sus tres o cuatro productos y los pasaba al carrito de ella. No se hablaban a veces. Les encantaba ese juego. Jugaban a que recién se conocían, se seducían nuevamente. Ella con el jogging de los sábados, el cabello recogido y sin pintura. Aún así, a cara lavada y sin arreglarse, era tan hermosa. El entrenaba para sus maratones así que también estaba con un short y una remera de marca, terminaban las compras, a veces él encontraba un hielo y jugaba a ponérselo por adentro de su musculosa. Pagaban la compra iban a la casa de ella. Y para que contar lo que hacían con esa crema, la salsa de chocolate era la preferida de ambos.

Compartían empleada, María los conocía y solo trabajaba ahí. Ha limpiado caminos de crema, de helado y chocolate una y otra vez. Sabía que no había niños, sabía sus juegos. Era muy respetuosa y siempre tocaba el timbre antes de introducir las llaves del departamento de cualquiera de los dos. Una sola vez no lo hizo y los tres comenzaron a reírse, ella se sintió incómoda y nunca más olvidó tocar el timbre. Era buen dinero, pocos muebles y una sola persona en cada casa. ¡No iba a desperdiciar esa oportunidad por un salsa de chocolate o un labial en un ventanal!

Los amigos de ambos, les preguntaban una y otra vez por las formalidades. Qué cuando vivirían juntos, si tenían planes a futuro, si conocerían a la familia del otro. Pamela y Ana tal vez preguntaban por envidia, por ver a Camila tan feliz y relajada. Los amigos de Martín preguntaban por no entender que hacía que Martín no quisiera, teniendo todas las posibilidades pasarse al bando de los casados. Camila y Martín no contestaban, solo reían y seguían con sus vidas. A veces alguno de ellos respondía con un tono agresivo a la insistencia de sus amigos. Les molestaba ser invadidos y la manera de defenderse era con el ataque.

Pasaron tres vacaciones juntos. Dos veranos y un invierno, ambos les encantaba decidir a último momento el destino, a veces ella se iba con sus amigas y él la pasaba a buscar, la última vez se encontraron en Seattle hicieron un crucero de una semana por Alaska. Otra vez eligieron Costa Rica, alquilaron un auto y recorrieron playas hermosos lugares donde mezclaban descanso, deportes y mucho amor.

Habían vuelto hacía unos días de su último viaje a Marruecos, ella se estuvo sintiendo mal, el agua, la comida diferente, las noches en el desierto. Ya de vuelta en su casa sabía que iba a recuperarse. Él nunca la había visto enferma, se preocupó bastante, pero ella le aseguró que nuevamente en su ciudad estaría recuperada.

SINOPSIS

Un Cuento en Doce Fases recorre la historia de Martín y Camila. El lector al comenzar a leer el primer capítulo siente que es una historia más de amor y de sexo explícito.

Sin embargo, a medida que pasen los capítulos el lector se dará cuenta que este cuento en doce fases tiene que ver con un ciclo entero del sol. Un sol que sin ser mencionado, recorrerá los doce signos astrológicos. Desde Aries hasta Piscis.

Los escépticos o descreídos también son bienvenidos a leer esta historia ya que es la vida misma. Nuestro ciclo vital.

El arranque, en este caso, como la propia creación, el big bang, que arremete. Tan impulsivo, animal, sin pensar (Aries). Para el resto de los capítulos habrá que esperar con la lentitud que nos traerá entre otras cosas el próximo signo, Tauro.

No es necesario conocer astrología, sino la vida misma que a todos nos hace realizar este movimiento circular sin pensarlo.

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