Luego de una extraña enfermedad su padre cambió de conducta, la madre culparía al viaje de años que realizo a Irak para vender cortinas, desde aquel retorno unas intensas fiebres le sacudían el cuerpo por las noches, hasta el punto de ver y escuchar a seres de otros mundos, aquellos que conoció en pagodas alucinantes del medio oriente, pese a ello Ashito lo amaba mucho, su padre era su cómplice, siempre le sorprendía con juguetes extraordinarios sacados del mercado de pulgas y nunca olvidaría el castillo Lego, estructura asombrosa, lleno de laberintos y pasajes que escondían a una princesa raptada por gárgolas, cada muñequito era una obra de arte que Ashito atesoraba en el fondo de un baúl de pirata que su padre compró la Navidad de sus tres años.
Cuando su padre viajó a Irak para vender telas, su madre abandonó Lima y se regresó a Ancash, Ashito confundido sufría mucho por esa separación, tenía como amuleto una brújula antigua que su padre se la dio en el aeropuerto de Lima al despedirse, confesándole que le pertenecía a un héroe de guerra; Una mañana jugando entre las piedras enormes y prehistóricas que reposaban en las orillas del río Santa, él niño resbaló mientras su amuleto se le escapó de las manos, cayendo peregrinamente bocarriba con los brazos extendidos, crucificado, iniciando un viaje raudo cuesta abajo, absorto miraba el despejado cielo serrano, corría en oblicuo sobre la superficie del río gélido, caudaloso, hondamente misterioso, la masa de aguas diáfanas lo hundía presuroso al llamado de una posible muerte, Ashito no tenía miedo, solo quería voltear para coger las ramas que le alcanzaban los eventuales rescatistas, amigos desesperados que corrían angustiados saltando de piedra en piedra en una carrera por atraparlo aún vivo.
Ashito hermoso como un cristo sereno, consentía el mal momento, abrumado pero sin estragos, veía una espuma bordeándole el cuerpo y misteriosamente disfrutaba de la inercia, de la incertidumbre del vacío al quedarse solo, de saber que nadie le rescataría y solo existiría un inmenso cielo mudo testigo de lo fortuito, pues ya estaba bajando preciso como una tabla de madera quieta y dura que en realidad era un niño helado volviéndose completamente azul…, ya no se escuchaba las voces de nadie pues el barullo quedó atrás y con el rabillo del ojo localizo lo inesperado, la brújula flotaba cerca de su sien izquierda, ese pedacito de fierro oxidado estaba muy cerca de él, entonces de un brinco lo cogió y quedo de panza, le daría la vuelta al mal rato y como una trucha plateada se sintió parte de esa naturaleza viva y se dejó llevar hacia un recodo calmo, cogiendo una roca sumergida, luego otra y otra, acercándose a la orilla para terminar desmayado con el rostro enterrado en el lodo.
Coincidió, poco tiempo después de ese incidente el regreso de su padre de Irak, estaba flaco y con la barba crecida, vestía unas sedas árabes…, el padre lloró más que el hijo, no terminaba de reconocerlo, lo abrazaba y le besaba la cabeza espigada, era un niño de 9 años muy advertido y bastante aplicado, en cada tregua que le daba las fiebres el padre le enseñaba los misterios de la magia y la clarividencia turca, para Ashito era un juego más, lo importante era estar con ese padre loco y mágico que le llenaba de extrañas ternuras y le dibujaba mapas de tesoros en países que jamás viajaría siquiera a conocerlos, pero entusiasta le seguía con juramentos eternos que los volvían compinches de algo más allá de la vida, Ashito juraría que hallaría los tesoros del resto del fin del mundo y así fue como aprendió a conocer los diferentes países europeos y del oriente medio donde estaban enterradas civilizaciones antiquísimas.
Un día su padre murió luego de una presentación de magia, donde desapareció a un enorme elefante convirtiéndolo en una bandada de palomas blancas, era un truco maravilloso, impresionante, mucho más que cuando hizo levitar a su hijo y el niño sintió que el alma se le salía del cuerpo reviviendo la escena del río, Ashito jamás revelaría el andamiaje de secretos que significaban esas proezas, cuando murió su padre tenía quince años y estaban de gira por Ecuador, fue un golpe muy fuerte, su socio, un asiático, se quedó con todo y solo le dio un boleto terrestre para que retorne a Lima…, Ashito sentado en una banca frente a la catedral lo recordaría siempre solo, sin amigos, obsesionado por un único amor, el de su madre, una nativa altiva, que nunca le quiso e hizo de su vida una plegaria de enfermedades unas más cruentas que la otras.
La trapecista y el hombre forzudo optaron por irse a España y Ashito abatido pidió que lo adoptaran, les mostró trucos de mago bastante buenos, el clásico de aparecer conejos en la gorra de copete y desaparecer chicas en el baúl de las sorpresas, es más, sabía levitar sin ayuda del padre, fue así que llegaron a Europa con un éxito inusitado para sus quince años y fue en la iglesia de Notre Dame, en París, donde hallo las primeras pistas hacia su gran tesoro, el trabajo silencioso y secreto de su difunto padre por fin tendría sentido, con el corazón en la mano lleno de familiares angustias descubría y descifraba uno a uno esas extrañas señales desde la locura, grabados en un cuaderno de escolar con crayolas prendidas negras y rojas.
Pero fue a sus 18 años que lo lograría cerca de una de las más grandes pagodas islámicas en Bagdad, convirtió a un enorme elefante hindú en una bandada impresionante de palomas blancas volar a tropel por las escotillas de la carpa y perderse en el cielo de Irak, todos aplaudían de pie y entre ellos el orgulloso padre fantasmalmente pálido lo felicitaba desde lejos, Ashito termino de comprender que el libro no se refería a un tesoro material externo sino a un tesoro espiritual interno…, el hallazgo final de la felicidad interior.

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