Golfo de Penas. Navegando entre dos mundos.

Golfo de Penas. Navegando entre dos mundos.

GOLFO DE PENAS

Navegando entre dos mundos

PRELUDIO

Nunca estuve de acuerdo. Habían dado muerte a unos cuatro mil pingüinos en la Isla Santa Marta. A palo fueron cayendo uno a uno. No sé cómo rajaron esos cuerpos. Fue brutal el derramamiento de sangre. Abiertos como pescados los dejaron sobre las piedras para que el tibio sol secara la carne que aún tiritaba. Según ellos se harían ricos con este exótico suvenir. La verdad es que la matanza fue la última gran maldición. Tras meses de navegación los pingüinos comenzaron a pudrirse. Gusanos amarillos de una pulgada salieron de su pelaje. Se alojaron en el barco y ahuecaron la madera. Otros se metieron bajo nuestra piel; era como tener cientos de sanguijuelas que sorbían por dentro.

El proceso fue lento. El olor de los pingüinos fue creciendo día a día. Un compañero murió con cientos de gusanos que habían hecho nido entre cuero y carne. Para aquel entonces botarlos ya era tarde. Yo temía dormir. Turnábamos la vigilia para que nada se metiera en nuestra piel. Un día bajamos la guardia y no hubo vuelta atrás. De la expedición salida desde Rotterdam en mil quinientos noventa y ocho, casi todos perecimos. Tengo que haber muerto de amanecida.

CAPITULO 1

Era la madrugada del jueves. Desperté alrededor de las cuatro de la mañana. Andries me llamó. Al parecer el parto de su esposa y mi mejor amiga se adelantaría. Mi calendario marcaba treinta y seis semanas desde que Siza había quedado embarazada por tercera vez. Estaba segura que la criatura sería una niña que embellecería el trajín de Rotterdam. De eso no tenía duda, pero sí de su estado. Si bien sus caderas estaban acostumbradas a este trámite, en la última parición el exceso de sangre llamó mi atención. La tarde que tuvo al pequeño Mart, los paños fueron incapaces de absorber tanta sangre. Quedó pálida y dura como los canales en invierno. Pasé dos días al lado cerciorándome de que respirara, porque parecía no hacerlo.

Sentí las miradas sobre mí. Como fotógrafa veo rostros todo el tiempo. Sin embargo, hay algo que me entretiene tanto o más. Me gusta adivinar quiénes son esos desconocidos que me encuentro en la calle o en el ascensor. Me pregunto qué los moviliza a salir de casa ese día. Ahora, eran ellos quienes interpretaban mis movimientos nerviosos. ¿Habrán adivinado acaso lo que necesitaba? Lo cierto es que quería un botón mágico en el cinturón y teletransportarme. Estaba segura de que esa tecnología existía, pero escondida a los simples mortales. Qué desesperanza. Dos horas de Marken a Rotterdam me parecían una eternidad.

A las seis con quince minutos tomé el bus 315 hacia la estación en Ámsterdam. Solo quería llegar rápido. Siza se había transformado en mi hermana. Crecimos juntas en Rotterdam. Colegio. Vacaciones. Secretos. Complicidades. Fui la primera en saber que estaba embarazada de su primogénito al que llamó Gerrit. A diferencia de este ultimo, sus dos partos anteriores habían sido en casa.

Cuando llegué al hospital Erasmus MC, ya había nacido Roosje. Así la llamaron sus hermanos, que la miraban con ojos saltones desde el otro lado del vidrio. La pequeña dormía, seguramente cansada de este aterrizaje forzoso y anticipado a la Tierra. Andries, apesadumbrado me tomó la mano y pude sentir las callosidades que le deja su trabajo como marino. Me pidió que me hiciera cargo de sus hijos. Siza debía permanecer en el Hospital y él quería estar a su lado. Me llevé a Gerrit y Mart a casa. Esa noche hicimos letras de colores y dibujos con los que daríamos la bienvenida a las dos mujeres.

Al día siguiente estábamos los tres nuevamente a las afuera de la sala de maternidad. Los niños querían ver a su madre. Pero de momento no era posible. Siza estaba en cuidados intensivos. A la espera de poder visitarla, invité a los niños al parque contiguo a que jugáramos a adivinar quienes eran las personas que ese día pasaban por ahí.

Desde mi posición vi una mujer de trenzas canas, largas y gruesas. A pesar de su contextura delgada se veía alguien fuerte. Fuerte de espíritu. Salida de algún misterioso lugar donde de seguro levitaba. Cuando comenzó a acercarse a nosotros, los tres dimos una risa media nerviosa. –nos convertirá en sapos- le dije a los niños. Tan lejos no andaba de mis sospechas. No recuerdo cómo se dio la conversación, pero de pronto nos estaba vendiendo ungüentos, hierbas medicinales y lecturas de cartas. En otros tiempos la hubiesen quemado por bruja. Si bien no le compramos nada, antes de partir me regalo un frasco –son rosas del paraíso, es para el viaje de tu amiga- me dijo.

Me quede sin respirar. Me asusté. Tomé a los niños y nos fuimos con prisa al hospital. La metáfora se había clavado en mi cabeza. Al cruzar la calle vi que Andries nos llamaba. La hemorragia interna de Siza la tenía en sus últimos alientos. Entramos al cuarto. Abrí el frasco y la habitación se convirtió en un jardín de aromas dulces. Pero al interior el pecho ardía de dolor. Nuestras gargantas rígidas contenían la pena encapsulada. Pena que se desató por el llanto de Rossje, que nada sabía de fingir e intuía que crecería sin su madre. Alrededor de un mes me quedé cuidando de los niños. Andries se fue a alta mar a hundir la pena y a cocerla en sal.

Desde aquel entonces no había regresado a casa en Marken. Meterme a la cama fue todo lo que hice. Inicialmente quería quedarme allí un año. Si los osos podían, por qué yo no.

Esa noche soñé que la luna se caía a pedazos. El silencio no daba cuenta de la velocidad con que caían los peñascos de roca sólida y caliente. La ausencia del sonido hacía todo más terrorífico. Estaba en medio del mar. Las montañas subían y bajaban. Era como una lucha entre la tierra y el agua. Luego, las raíces de los árboles comenzaron a entrelazarse unas con otras formando un túnel. Yo estaba al interior. Había personas que iban y venían. Desperté en el caos, tratando de adivinar de quiénes eran los rostros que vi.

No sé si fue la pesadilla, pero a la mañana siguiente algo comenzó a inquietarme. Algo me hacía ruido: no sé si era la disposición de los muebles o los proyectos de fotografía inconclusos. Qué debía interpretar de este sueño. Terminé hurgando en mi “caja del tiempo”. Allí, en las fotografías antiguas volví a encontrar a Siza. Mis compañeros de universidad. También a mis padres que habían fallecido alrededor de cinco años. Además de ello, guardaba un sobre con papeles de herencia y otros documentos que en ese momento no di relevancia, pero que ahora me inquietaban. De qué se trataba esa acta de nacimiento en español. Por qué mi padre giraba al extranjero.

Tenía en la cocina una maquina antigua de moler café. Era de mis abuelos. Había pasado por todas las generaciones hasta llegar a mí. La usaba toda vez que deseaba ordenar mis ideas. Mientras daba vuelta la manilla de fierro y los granos crujían, pensaba en cómo era esa niña. Que por lo demás, de niña, le debe quedar poco.

Castro. Maternidad. Hospital. Servicio de Registro Civil e Identificación de la República de Chile. 1985. ¿Castro? Comencé a buscar en internet. A mis 33 años nunca había estado en América Latina. De seguro era algo más que narcotráfico. En particular, la Patagonia me pareció un buen lugar para recomponer el alma.

Adoraba el olor que salía de la cafetera. Más que el café mismo. Mientras olfateaba mi taza con los granitos ya remojados en agua casi hervida, me seducía más la idea del viaje. Hacía muchos años que no salía a la aventura. Sería divertido encontrar a esa niña. Comencé a buscar opciones de vuelos a Chile.

RESUMEN

El 2016, la fotógrafa Dana Wass, abandona todo lo que hasta entonces conformó su vida en su Holanda natal. La muerte de su mejor amiga, un acta de nacimiento en español y depósitos al extranjero, alimentan una curiosidad que la transporta al otro lado del mapa. Dana va en busca de la joven que sus progenitores apadrinaban en Chile, aparentemente.

El medio de una crisis socioambiental, el Archipiélago de Chiloé es el punto de inicio. Pero aquí sólo obtiene datos dispersos que la llevan por los canales más australes del mundo. En ruta, se desvía seducida por una manifestación y los rostros de mujereskawesqar. Un lunar en el ojo que jamás pensó volver a ver, desmorona a una de sus miembros. La hija que le fue sustraída ilegítimamente en 1985, mágicamente está ante ella. Los días sacan a flote la verdad. Dana comienza a reconstruir sus orígenes, uniéndose a la lucha de su progenitora en defensa del territorio.

Durante una misión mar adentro, una tormenta desmantela la canoa en que se desplaza Dana. Su cuerpo es recogido por la embarcación De Hoop. Expedición que salió desde Rotterdam con la misión de enriquecer la República de las Siete Provincias Unidas, un 27 de junio de 1598. Malas decisiones, una matanza de pingüinos y nativos, los hace caer en una maldición: navegar sin destino por las aguas de la Patagonia con su carga de muertos a cuestas.

En este tránsito mágico, Dana reconoce a los espíritus guardianes del territorio y toma contacto con ellos. Situación que aprovechan las almas en cautiverio del De Hoop, utilizándola como intermediaria para solicitar indulgencia. Consensuado un pacto, esta triada lleva a cabo un plan: restablecer el orden ecológico en el mundo ordinario. Sacudiendo el mar y la tierra de todo aquello que le es ajeno.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS