Nerea se dio cuenta a la edad de diecisiete años que las personas inteligentes no abundaban en su ciudad. Como ella definía el término inteligentes era: personas con habilidades especiales que eran capaces de buscar perfección en gestos cotidianos o mirar más allá de las funciones que exigía su trabajo. También se percató que las pocas que había en su ciudad se reunían en un único bar, el Bookbar. La única librería que servía una Cruzcampo o una San Miguel junto a Alejandro Dumas, Cervantes o Bécquer.
El bookbar se llenaba casi todos los días sin embargo los jueves cerraba por descanso. Esto no era del todo cierto, cerraba las puertas al público en general, pero Nerea y un grupo minoritario de vecinos se reunían para hablar de literatura, arte, ciencia, matemáticas, teorías sobre el espacio, nuevos programas informáticos, qué o quién iba a revolucionar el mercado, subidas y bajadas en la bolsa de aquella semana, que empresa se podía ir a pique, conspiraciones políticas etc…
A veces las tertulias se volvían tan tensas que o llegaban a las manos o acaban haciendo apuestas de 10 céntimos, sólo 10 céntimos, eran las pequeñas normas del Bookbar.
Nerea era la única menor del grupo y Roy el mayor, con más de cuarenta años no confesados, era un tipo gordo con poco pelo que olía a incienso y parecía estar en constante meditación. Roy no sufría ningún retraso, en realidad se pasaba horas contemplando situaciones de la vida cotidiana porque creía febrilmente que iba a encontrar “EL” logaritmo que era el regulador de la vida. Algo así como la fórmula del equilibrio personal que controlaba y regulaba nuestros actos. Pensaba que las situaciones en las que se encontraban las personas podían transformarse en números y de esta manera ser predecibles.
Roy saludó a Nerea con un leve gesto de cabeza y entró hacía la barra como una flecha. Mientras Fran el dueño y camarero limpiaba las últimas copas. Roy le miró fijamente a los ojos sin decir palabra, hasta que Fran se decidió a hablar. No te puedo leer el pensamiento, simplemente siempre pides una cerveza con limón y le añades un toque de naranja y me pides que le eche una hoja de menta y una cucharada de azúcar. Y a veces me pides jengibre que sabes que nunca tengo.
Tío eres un máquina. Roy ya llevaba entre sus manos su ansiada bebida, se disponía a sentarse en su amado sillón junto a la ventana hasta que se percató de un incómodo detalle. Su lugar había sido usurpado por un gato atigrado que dormía sin presagiar el drama que se le venía encima.
Nerea que tenía entre sus manos el periódico y estaba sentada en frente, vio la cara de espanto de Roy. Tenía dos opciones: actuar antes de que se produjera el drama o esperar que Roy madurara.
Un gato!!, ¿Un gato?, ¿por qué hay un asqueroso gato en mi sillón?.
No es tu sillón, pertenece al primero que se sienta en él, se hoyó desde la barra del bar.
A ojos de Nerea esa frase sólo complicaría más la situación. Roy te dejo aquí si quieres, ya estoy cansada de estar medio recostada y mira éste también está cerca de la ventana. Pero en la cabeza de Roy sólo circulaban ideas muy macabras acerca de los gatos. Sin dejar de mirar al pequeño tigre se fue acercando al sillón de Nerea y una vez que estuvo acomodado le dio las gracias con otro leve gesto de cabeza.
Sentada ya en un taburete de la barra, Nerea seguía leyendo su periódico, hasta que Fran sirvió su café con vainilla. Nerea abrió los ojos de par en par, siempre pedía sirope de fresa con el café, hoy había decidido cambiar. Le dio las gracias a Fran, sorbió un poco y siguio leyendo su periódico.
La puerta se abrió de nuevo, el frío gélido molestó a todos los que había en el bar. El otoño había dejado en Villasantaclara temperaturas de menos de veinte grados. Algo insólito en España que cada vez tenía un clima más templado. Una de las dos figuras vestidas de negro salió corriendo hacía el baño y la otra cerró la puerta al tiempo que se quitaba el abrigo y dejaba ver la cara pálida de Roberto. Hemos venido a toda prisa, queremos ser los primeros en contaros un notición.
Nerea enarcó las cejas hacia arriba y torció su boca a un lado. En la opinión de Nerea Roberto y David siempre tenían el último chisme del pueblo. Aún recordaba el día en el que llegaron ambos para contar a los miembros del bookbar cómo la farmacéutica se había liado con el viudo de la ferretería. Lo más curioso fue que se inventaron un poema para contarlo:
Un hombre en la ferretería…..
Un hombre que recuperó su soltería.
Una damisela con canas y aún bella……
Los botes con pastillas rellena.
Ambos de la mano caminan,
Mientras toman té y su silla se arriman.
En esta ocasión debía de ser algo bueno porque David esperó a su hermano para soltar la información relevante del día. Roberto salía con el rostro de un color aceituna, mitad gris y mitad musgo del bosque con niebla. Se sentó sudoroso y miró a Nerea, luego a Roy y luego a su hermano. No vuelvo a venir corriendo, aunque haya un incendió o nos persiga una manada de lobos hambrientos, acabo de echar la comida.
Roy se adelantó, no des detalles. Eres demasiado explicito cuando hablas y yo soy demasiado visual cuando escucho así que ahórrame un momento desagradable. David se sonrió, no había tropezones. Roy se retorció en su silla, pero dejó pasar la frase quitando sentido a las palabras que acababan de pronunciarse y comenzó a convertirlas en números, dividiendo su importancia entre el grado de asco que le daban. Finalmente las cifras desaparecieron dejando a Roy pensativo.
Roberto pidió silencio y comenzó su perorata, tenemos un vecino nuevo. Bueno no sé si es uno o una pareja. Sólo hemos podido ver el camión de la mudanza y un hombre que subía una caja a la casa. Nada más y nada menos que la mansión inglesa abandonada. Como lo oís, no es broma, alguien ha sido capaz de mudarse a la terrorífica casa. Roberto se levanto hacia David y comenzaron a dar saltitos juntos diciendo, tenemos vecinos!!! Tenemos vecinos!!!!
Los hermanos se aburrían tanto en Villasantaclara que cualquier cambio era un gran acontecimiento, igualmente eran tan entusiastas que resultaban contagiosos. Esta vez la noticia si llamo la atención. Hasta el inmutable Fran se giró de sus quehaceres para apoyarse en la barra, ¿ese hombre no sabe que allí no se puede vivir?, no hay luz, no hay agua, el jardín está empantanado, luego esta el tema de los espíritus.
El cuerpo es energía y la energía no se destruye, se transforma. Fran sonreía y el resto dudaron como casi siempre con él si les tomaba el pelo o hablaba en serio.
Todos se sobresaltaron al oír la puerta de atrás del bar, el olor a puro y perfume fue lo primero que percibieron, David puso en blanco los ojos, ya está aquí la bruja. No la llames bruja o al final te echará mal de ojo, Nerea rompió a reír a carcajadas, cuando se percató de que era la única cesó en seco. La bruja o Diana que era lo mismo entraba por la puerta de atrás un Jueves sí y otro también, la escusa perfecta para asustar a los presentes. Afirmaba que los vecinos la miraban siempre que salía, para el resto de los miembros sólo era un afán de diva que terminaría convirtiéndose en un trastorno mental con tratamiento.
Por cierto tenemos vecinos nuevos, alguien se ha dado cuenta o soy la única. Diana poseía una gran elegancia al caminar e incluso al hablar pero sus nervios echaban a perder todo ápice de glamur. Hacía todo deprisa, comer, beber, hablar, andar. En ocasiones no dejaba que la gente terminara las frases para seguir hablando ella dando a entender que le importaba un bledo lo que opinaran los demás.
En su trabajo como periodista de investigación le había causado numerosos problemas, de ahí su despido y su destierro en un pueblo como Villasantaclara. Nadie puede pretender sentarse en la silla del director del periódico donde trabaja, llamarle inútil y seguir realizando su trabajo como si nada hubiera pasado. En la mente de Diana el error no estuvo en sus palabras más bien el malentendido radicó en cómo lo recibió su exjefe. Según ella un hombre resentido con la vida por su fealdad y falta de criterio.
Nos hemos dado cuenta, llegaaaas taaaaarde, la noticia nos la han dado los hermanos. Roy se regodeo mientras pronunciaba estas palabras y David y Roberto chocaron sus manos en señal de victoria. La sonrisa de Diana se fue haciendo más y más grande hasta que ya sus labios no podían hacerse más finos. Entonces no os interesará saber que Julián es médico y va a realizar una remodelación para que la mansión inglesa se convierta en un spa balneario con tratamientos de estética y con descuentos para los vecinos. Pero claro no soy licenciada en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y tampoco sirve para nada mi máster en investigación periodística por la Universidad de Granada y tampoco cuenta que estuviera trabajando en un prestigioso periódico durante quince años, todo porque he acabado en este bar con frikis pueblerinos.
Cuando Roberto y David terminaron sus cálculos, los expusieron, en estas ocasiones les encantaba alternarse las frases. Para empezar, la compra de la mansión, medio millón de euros. Las licencias para montar el negocio muchas veces resultan lo más caro, otro medio millón. Tendrá que arreglar el suelo de todo el terreno casa y jardín, los tejados a dos aguas necesitan reparaciones, unos doscientos cincuenta mil euros. Luego si va a montar ese tipo de negocio tendrá que tirar tabiques para adaptar las habitaciones a los tratamientos, otros cien mil euros. Por ejemplo, yo montaría el spa en medio del salón, planta de abajo para que resultara menos costoso construirlo. Por otro lado, el costo de los productos de estética, la luz, el AGUA, la calefacción, los empleados. Uno sólo no podría llevarlo a cabo. Andará la broma por dos millones aproximadamente sólo montarlo sencillamente, si el hombre lo quiere convertir en algo que merezca la pena tendría que modificar la fachada como si fuera la entrada a un gran hotel con camino de adoquines transitables a pie, adornados con arbustos en flor todo el año, pequeños farolillos en las paredes, con luz tenue, madreselvas en jarrones japoneses por los pasillos, toallas blancas con el nombre bordado del spa balneario…….?
Por cierto, Diana ¿cómo se va a llamar el spa? Roberto explotó la burbuja de sueños que todos estaban imaginando en sus cabezas. Roy que estaba transportado a una camilla donde dos bellas señoritas realizaban un masaje en su espalda, a cuatro manos, salió cuando Diana le echó la ceniza de su puro encima, no me ha dicho el nombre. La conversación sólo me ha dado para darle la bienvenida y saber lo del balneario.
Un timbre sonó en la puerta del bookbar, todos se quedaron inmóviles. Si hubieran congelado la imagen abrían parecido animales deslumbrados por los faros de un camión a punto de ser atropellados. ¿Tenemos timbre?, bajar las luces, no mejor esconderos, nos habrán oído.
Fran salió de la barra y abrió la puerta solo una rendija, el bar está cerrado, es el día de descanso del personal y estoy limpiando el local ¿qué deseaba?
La voz juvenil de un hombre resonó en el marco de la puerta, todos se miraron y señalaron con la mirada a Diana, era Julián el nuevo dueño de la mansión inglesa o lo que era lo mismo “el nuevo empresario de la ciudad”.
Fran le indicó el bar más cercano que no era más que una tasca donde se reunían los abuelos, los mayores de sesenta y cinco, los deprimidos y el único borracho verdadero del pueblo, Timoteo. Nerea siempre pensó que aquel hombre que siempre andaba por las calles tambaleándose debía de tener una vida cuanto menos curiosa, es más, se preguntó si realmente sería alcohólico. La tasca era un pequeño local con cuatro mesas y poca luz. No era como el Bookbar, por el día podías comer y por las noches siempre había música de discoteca, Fran se ponía al día por internet y ponía lo último de Malú, Alejandro Sanz, Shakira, Pablo López y muchos más. En la Tasca cuando hablaban de futbol, discutían, cuando hablaban de política discutían, cuando hablaban de religión discutían y cuando hablaban del tiempo era para terminar el día hablándose e invitándose a carajillos. En el Bookbar la gente procuraba no discutir porque Fran era inflexible y vetaba a todo aquel que empezaba una pelea.
Se cerró la puerta y todos suspiraron menos Diana, por qué demonios no le has invitado a pasar. Fran la miró a los ojos como sólo Fran sabía, porque no es del club. Se giró sobre sus talones y se fue a la barra, Si tanto te preocupa vete detrás de él. Diana se arremolino en su abrigo salió por la puerta de atrás y desapareció como una liebre perseguida por un zorro. Una punzada en el rostro de Fran le hizo pensar a Nerea que entre ellos dos había algo o hubo algo que el resto no sabían. Era cierto que cuando Diana se trasladó a vivir allí uno de los primeros con los que empezó hablar fue Fran, ayudándola en la búsqueda de un piso y señalándola los sitios donde podía comprar comida e invitándola a pasarse por el bookbar si alguna tarde se sentía aburrida.
Nerea se hizo un croquis mental, el perfil de Diana era una persona desesperada, treinta seis años, una vida probablemente de excesos, una vida estresante que termina radicalmente con su despido. Se hunde y decide desaparecer en nuestro pueblo. Aquí encuentra a Fran un hombre reservado tanto como misterioso, parco en palabras y que curiosamente sabe lo quiere la gente, es posible que la ayudara, la consolara y quizás saltaron las chispas.
Mientras los hermanos le pedían a Fran que pusiera a Beethoven de fondo Roy era asaltado por el tigre de bengala al que ahora acaricia amistosamente.
Los hermanos tomaban sendos batidos de café y de turrón en una de las mesas e intentaban por decimoctava vez que el grupo ahorrara para invertir en criptomonedas de Stellar. Después de meses soltando información Nerea hizo sus propias averiguaciones y dedujo que sin mucho capital el riesgo era inasumibles así que contestaba siempre lo mismo, el día que me toque la lotería.
El viernes Nerea acudía como todos los días a su instituto, el único en veinte kilómetros a la redonda. Cogía el autobús para llegar hasta allí ya que su abuela no tenía coche ni conducía. Nerea podía tener un aspecto delicado, siempre se hacía dos trenzas a los lados de la cabeza que aún la hacían parecer más joven. Delgada, de piel suave y blanca. Andaba siempre ligera como si flotara sobre el asfalto. En el instituto nunca pasó desapercibida no por su belleza si no por la manera que tenía de rebatir a los profesores, dejándoles siempre en evidencia por su cultura y su manera de enseñar.
En realidad, Nerea no tenía muchos amigos en el instituto, la mayoría se acercaban a ella para pedirle apuntes y ella pedía dinero a cambio, había veces que si el alumno estaba desesperado la pagaban bastante. Una vez la citaron al despacho del directo por este asunto, ella comentó que coger apuntes era un trabajo, su trabajo y si alguien iba a sacar un beneficio de ese trabajo debía de aportarle algo a ella. No resultó tan convincente como ella esperaba y pasó al plan B, no dejó de llorar y contar que era una niña abandonada por sus padres en brazos de su abuela a la tierna edad de cinco años. Que la pensión de su abuela era una miseria y que pasaba hambre.
El director al borde del llanto le dijo que no se repitiera y animó a la pequeña a pedir una beca de comedor.
En realidad, Nerea vivía con su abuela porque estaba harta de viajar con sus padres de un lugar a otro en busca de empresas e inversores, ellos trabajaban para Plantaformsal, una empresa dedicada a buscar empresas con problemas y comprarlas a bajo costo. A ojos de su hija eran verdaderos pirañas empresariales. Buscó la estabilidad familiar en su abuela mientras sus alocados padres viajaban por el mundo. Su abuela no solo tenía su pensión, sino que su hija, la madre de Nerea se encargaba de que no las faltara de nada.
RESUMEN
Nerea es una joven de diecisiete años que vive en Villasantaclara, un pueblo tranquilo donde nunca pasa nada. Todos los jueves del año se reúne con sus mejores amigos en su adorado Bookbar, una cafetería-librería donde puedes tomarte una San miguel o una Cruzcampo junto a Bécquer, Alejandro Dumas o Cervantes. Pero la tranquilidad comienza a esfumarse cuando Julián un médico que viene desde Madrid compra la mansión inglesa para convertirla en un balneario. Su proyecto es bien recibido por los vecinos hasta que empiezan a ocurrir cosas extrañas en la mansión. Sus amigos del Bookbar y ella tendrán que enfrentarse a situaciones que nunca hubieran esperado. Junto a Roy un cuarentón que pasa su vida buscando logaritmos, Fran el dueño del Bookbar que posee algo más que intuición, Diana una periodista de investigación despedida por su incontinencia verbal y los hermanos David y Roberto tendrán que aunar sus esfuerzos para recuperar la tranquilidad en Villasantaclara.
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