1ª Parte — Tierra sacra —
- “La llave”
Un acompasado palpitar martilleaba mis sienes con tal fuerza que pensé que mi cabeza reventaría como una sandía, esparciendo semillas al aire sin orden alguno, salpicando de jugos las desordenadas piedras que configuraban la vía principal.
El ruido de los remaches de las ruedas de carretas golpeando contra la calzada como pedrisco invernal componía en mi seso una sinfonía de torturas, cada una más intensa que la anterior, sin piedad alguna ni compasión.
Todo llegaba a mis oídos de forma amplificada y se retorcía dentro de mí comprimiendo cada víscera y estrangulando cada bocanada de aire que con infinita dificultad trataba de devolver la vida a mi cuerpo inerte que se negaba a obedecer orden alguna.
Tuve que hacer un esfuerzo desmesurado para abrir apenas un milímetro los párpados para así descubrir fuego en los ojos. Ríos de lava entrando a través de ellos, llenando las cuencas y esparciéndose en mi cabeza.
El miedo se apoderó de mí ¿Qué me ocurría? No tenía ningún control sobre mis extremidades que se me antojaban acolchadas y esponjosas como si de un muñeco fuesen.
Me ahogaba, el aire apenas llegaba a mis pulmones y cuando lo hacía llegaba torturado por mi cerrada garganta regalándome un recalentado y acre sabor sanguinolento.
—Oiga amigo, ¿Se encuentra bien? —se interesó un viandante.
— ¡Déjelo que se pudra! —gritó desde su puesto una mujer ajada con voz estridente —. Un hombre que no sabe beber no es hombre.
Unos niños reían desde el otro lado de la calle. El viandante continuó su marcha.
Tuve la certeza de que mi final había llegado y con pavor y resignación me dispuse a entregarme a él. Noté cómo una lágrima se abría camino por mi rostro mientras quemaba a su paso la piel surcada.
Un único pensamiento se alojó en mí. Ahora lo sé, fui yo quien lo eligió. Si tenía que irme me iría con ella en mi cabeza, con sus ojos posados en los míos, con su dulzura, con el regalo de su sonrisa.
Todo el dolor y el fuego parecían desvanecerse a medida que su imagen cobraba fuerza en mi mente. Ya casi podía oler su perfume de violetas y naranjas. Unas tímidas arrugas se dibujaban en torno a sus enormes ojos cuando reía y esa música que por voz tenía parecía sanar cada mal de mi maltrecho cuerpo.
Aparecieron sus pequeñas manos para acariciar mi rostro y vi titilar sus ojos. Supe entonces que la besaría, sería lo último que hiciera pero sería suficiente como para dejarme ir satisfecho. Prefería ese instante a vivir tres vidas.
Ya nada dolía, no había pálpito ni ruido. El fuego se había tornado en una cálida brisa que me abrazaba y me empujaba hacia sus carnosos labios.
Es el instante en que mi boca rozó la suya el momento álgido de mi vida. El ancla de mi existencia, la llave de mis viajes, y aunque descubrirlo casi me llevó a la muerte aprendí mi don aquel caluroso y accidentado día de Junio. Un don que me daría ventaja en las numerosas batallas que libraría a lo largo de mi vida.
Susurré su nombre prendido aún de su boca como dejándolo caer dentro de ella “Ailén” Y con mi propio aliento me fui yo.
Salí de mí invadido por una paz tan completa que emborrachaba, todo lo cubría como una gigantesca tela de gasa hindú que siseante se enredaba en mi cintura y tirando suavemente de ella hacia arriba me elevaba a una posición desde la que podía ver a gran distancia.
El tiempo en ese estado se ralentizaba y se fundía con el espacio haciéndome aparecer como un fantasma en cualquier lugar tan sólo imaginándolo.
“Ailén” susurré de nuevo, y podía ver cómo las murallas semiderruidas de la ciudad abrazaban las casuchas de barro de los pescadores.
“Ailén” susurré, y los establos del palacete real se revelaban ante mí con sus poderosos podencos y caballos átrios. Podía apreciar cada detalle de sus orladas monturas e incluso acariciar las bestias. Lo hice, elegí un magnífico ejemplar macoraní de pelaje blanco. Una mancha negra simulaba una daga entre sus ojos y se extendía a lo largo de su hocico. Era Romo, el caballo del Rey. Lo había visto en alguna ocasión en que el rey se dejaba agasajar por sus vasallos. Bajaba montado en Romo Luciendo vestiduras de gala acompañado de veinte cortesanos lujosamente ataviados cada 12 de septiembre, fecha de su onomástica, san Guido.
Ese día elegía de entre su pueblo a un mercader al que dotaría con tierras de labranza, dos bueyes y un granero.
Lo cierto es que no se trataba de un acto de generosidad real, más bien era un medio de compensación.
Las guerras que llevaba librando desde hacía más de diez años mantenían a los nobles largos periodos de tiempo lejos de su hogar. Nadie quedaba para labrar sus tierras y año tras año las cosechas se perdían dibujando largas extensiones de tierra yerma. La escasez de grano daba paso a la hambruna en que el pueblo se veía obligado a sacrificar bestias de carga y labranza para poder alimentarse. La mayoría de labradores peinaba ya los campos sin bestias.
Famélicos jovenzuelos desharrapados tiraban de los pesados arados deslomándose a diario y alzando las manos al cielo a modo de plegaria rogaban por una lluvia que aliviase los resquebrajados terruños.
“Ailén” susurré, y podía contemplar cómo las barcazas se apilaban sobre el malecón balanceándose con el vaivén de las olas. El ritmo hipnótico con que se mecían recordaba a una madre que duerme a su bebé, suave, redundante.
El olor a sal y pescado era intenso debido al calor y casi saturaba. Los comerciantes y pescadores pululaban por el puerto en un ordenado caos que movía fardos y carros de pescado de un lado para otro como pretendiendo llegar a ningún sitio y a todos a la vez.
— ¡Quiero a todo el mundo en el muelle ya! —voceaba el capataz.
Una barcaza cargada de piedra arribaba en ese momento. Seguramente vendría de las canteras de Calena y su destino sería la muralla donde decenas de obreros se afanaban en repararla. Todo el mundo allí sabía que era sólo cuestión de tiempo que las hordas del rey Azor asediaran la ciudad.
El Rey Azor consciente de que la ciudad estaba desprotegida, porque los nobles se encontraban librando batalla en el norte, había forjado alianzas con la casa de Luca que poseía la mayor fortuna de los cinco reinos. La casa de Luca no era de estirpe guerrera aunque poseía un numeroso y costoso ejército cuyo objetivo era disuadir a aquellos que se sentían atraídos por la magnitud de su fortuna.
Envuelto en aquella etérea paz la torpeza inicial de mis acciones se iba transformando paulatinamente en opciones concretas y tangibles. Ya no ocurría que de forma azarosa mi mente me llevara allí donde un pensamiento cruzado le indicase. Ahora podía decidir dónde ir, qué ver.
Dejé caer de mis labios su nombre deslizándolo con suavidad, acariciando cada letra como si quisiera saborearlas. “Ailén”, quería verla, quería respirar su olor y fundirme con ella tal y como había recreado minutos atrás. ¿Podría hablar con ella en mi nuevo estado? Y ella ¿Podría tocarme? Mientras me asaltaban las dudas imaginé la entrada a su vivienda. Allí debía ir ya que nunca había traspasado la puerta y no podía recrear su interior.
Crucé la cerca de madera que conducía a la entrada. La fachada de piedra y argamasa de la primera planta contrastaba con la estructura de madera que se alzaba sobre ella para albergar el dormitorio principal junto a una sala prevista para tratar mercadeos y asuntos familiares.
Domi, esposo de Ailén, mandó construir la planta de piedra donde ubicaría su taller siendo aun soltero. Junto al hogar, tendido sobre el suelo, un jergón de paja, y al fondo una alacena completaba la estancia cuadrada.
Cuando negoció su casamiento construyó una segunda planta con madera y arcilla, con la intención de recubrirla de piedra, cosa que nunca ocurrió.
Domi era un buen artesano pero su poca capacidad para negociar su mercadería hacía que los ingresos que obtenía fueran apenas suficientes para alimentar a su esposa y mantener en buen estado sus herramientas, desgastadas ya de tanto uso. Consciente de que no podría terminar en piedra la segunda planta, ocupaba el poco tiempo que tenía libre en labrar los tablones y embellecer la fachada. Sabía que su austeridad mostraba la necesidad de dar pronta salida a sus trabajos y esto pesaba a favor del comprador a la hora de tasarlos.
Allí estaba yo, frente a la fachada de piedra, junto a la puerta que me separaba de Ailén. Noté como la paz daba paso al ansia y empecé a sentirme torpe de nuevo. Me acerqué a la puerta de madera y la empujé hacia dentro con la esperanza de encontrarla allí sentada junto al hogar calentando quizá un guiso de gallina y puerros.
En su lugar hallé la nada. Una negrura tan espesa que parecía devorar la luz. No había nada más allá de la puerta salvo oscuridad, infinita oscuridad. Retrocedí sorprendido y asustado con la espantosa sensación de que yo también sería devorado. Sentí un helor que me paralizó y torpemente traté de salir de allí tropezando con el quicio de la puerta y rodando sobre mí mismo hasta que un taburete de madera frenó mi cabeza.
Fue un golpe seco y contundente aunque he de decir que no sentí dolor alguno, sin embargo me sumí en un estado de semiinconsciencia en el que de nuevo parecía no ser dueño de mi cuerpo. Mis brazos y piernas hormigueantes dejaron de obedecerme y noté como el pálpito, el sabor acre en mi garganta y el fuego volvían para consumirme. Clavé los ojos sobre mi cuerpo como rogando que volviese y el pánico se apoderó de mí al contemplar que se desvanecía como un cadáver hundiéndose en el agua alejándose poco a poco hasta desaparecer.
Como un murmullo el ruido de la vía principal regresaba a mí. Las ruedas de las carretas, los tenderos vociferando y los niños jugando regresaban a mis oídos. La imagen de la quinta de Domi se desdibujaba lentamente delante de mí. En el instante en que iba a desaparecer por completo una voz familiar se fundió con el resto de ruidos de la vía principal, la vía de Aquilano.
— ¿Eres tú Domi? ¿Conseguiste lana?
Sentí como el corazón se me paraba. Contuve el aliento en un esfuerzo por mantener viva la imagen.
¡Ailén! —grité, aunque de mi garganta solo salió un susurro.
— ¿Miguel? ¿Eres tú? —El sonido de su voz arrancaba mi dolor y me tranquilizaba.
Tras la oscuridad apareció Ailén. Sólo pude contemplarla una fracción de segundo pero fue suficiente para grabar su divina imagen en mi mente donde intenté retenerla, grabarla a fuego.
— ¡Miguel!, ¿Estás ahí?, ¿Quién va? —Parecía asustada, intranquila. Tenía que hablarle, decirle que estaba allí ante sus ojos. Algo oscuro se cerraba sobre aquél lugar.
— No te vayas Miguel, avísala, adviértela del peligro —me dije a mí mismo —. ¡Ailén! —acerté a gritar.
— ¡Miguel! —Su voz gritando mi nombre fue lo último que pude oír.
Algo me atravesó desde el estómago hacia arriba. Parecía una fría hoja de acero templado arrebatándome la vida. La imagen despareció del todo y el murmullo sordo de la vía de Aquilano regresó con toda su fuerza. El martilleo, la quemazón, el ahogo, todo había regresado y traía consigo una espada atravesándome como a un cochino al que se va a asar en la lumbre.
Abrí los ojos y vi a un joven acólito plantado frente a mí con los ojos tan abiertos que parecían salírsele de las órbitas, su cara de asombro era tal que pareciese haber visto al diablo montando un dragón.
Cerré los ojos y me dejé llevar. Sabía que había llegado mi hora y lo acepté.
—Adiós Ailén.
SINOPSIS.
En un entorno medieval, los cinco reinos de la tierra sacra se desangran en una guerra eternizada, tratando de hacerse con el control de las tierras más fértiles y las rutas comerciales.
Miguel, maestro artesano, y último caelestis viator de la orden del ánima trip lucha por aprender y controlar un poderoso don heredado de los reyes primigenios, para así poder abrir una puerta que cambiará el curso de la guerra y revelará un nuevo mundo de conocimiento al ser humano. Todo ello ocurre mientras lucha por el amor imposible de Ailén.
Otto, barón al servicio del reino de Díes y lugarteniente de los capas rojas, emprenderá un largo y peligroso viaje para salvar la vida del heredero del reino, pero el avance de las tropas redalas cambiará drásticamente sus planes.
Las alianzas políticas, las traiciones, las intrigas religiosas y la aventura, se suceden a lo largo del relato, enfrentando, por un lado, la orden religiosa del ánima trip contra los capas rojas, y por otro lado, el conocimiento contra la seguridad y estabilidad de los cinco reinos. Reunificación o poder.
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