Un café con las gaviotas

Un café con las gaviotas

Marielys Duluc

07/02/2018

Se llamaba Marina. Su madre había nacido frente al mar, amaba pescar, sentir los pies en la arena húmeda y la brisa fresca en el rostro. Así, que desde que supo a los cinco meses de embarazo que esperaba una niña, tuvo muy claro que se llamaría Marina. Ahora, volando a unos veinte mil pies de altura sobre el océano Atlántico, Marina recordó a su madre y las miles de veces que le contó la historia de su nombre siempre que iban a la playa por las vacaciones de verano.

Sintió miedo, como cada día en los últimos meses. Su vida había cambiado de un minuto al otro, todo el mundo que conocía se le vino abajo. Nada puede prepararte para la tragedia de perder a un ser querido y menos, para aprender a vivir sin papá y mamá a los catorce años. Pero ella tenía que seguir adelante, no le quedó más remedio que abandonar París. Se había quedado sin familiares en Francia y siendo menor de edad, los de Servicios Sociales le explicaron que pasaría a estar bajo la custodia de sus únicos familiares vivos, sus abuelos maternos, a quienes había visto solo una vez a los tres años cuando fueron unas vacaciones a República Dominicana. Mamá ya rara vez hablaba de ellos, una discusión separó la familia y desde entonces todo lo que conocía y todo lo que amaba estaba en Francia.

Intentó desesperadamente quedarse allí, vivir dos años con una amiga de la familia hasta que pudiera irse a los dieciséis a la universidad, pero no fue posible. Tanta fue la desesperación, que alegó tener pánico a los aviones y a volar. En el fondo era cierto, sus padres habían desaparecido en pleno vuelo, nada se sabía aún del avión de Egyptair, un Airbus A320 que había salido del aeropuerto de París Charles de Gaulle hacía el Cairo. Su madre, Elena, había organizado un viaje sorpresa de aniversario, soñaba celebrar su boda de cristal conociendo junto a Gustave las bellezas de Egipto; pero en su lugar habían terminado desaparecidos probablemente en algún lugar el Mediterráneo.

Seguro que mamá pasó todo el vuelo cantando, pensó Marina- eso la tranquilizó y la ayudó a dormir. Aún quedaban 6 horas de viaje y no quería pensar más en que lo que le esperaba al otro lado de su mundo, en esa isla, con esa familia por la que no sentía nada.

“En la arena escribí marina y luego yo lo borré, para que el mar no pisará el nombre de mi bebe”.

-¡Corre mamá que te alcanza la ola!

– ¡Ahhh!! Muy tarde, ya estoy empapada. Ven, ven aquí conmigo Marina que el agua esta sabrosa.

– ¡No, no, no mamá no me toques que estás muy frías! Las risas de Marina se mezclaban con la voz de mamá cantando a todo pulmón. “En la arena escribí marina y luego yo lo borré, para que el mar no pisará el nombre de mi bebe”.

“Señores pasajeros, bienvenidos al aeropuerto de Punta Cana. Por favor, permanezcan sentados y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado completamente los motores y la señal luminosa de cinturones se apague”

Marina despertó con el rostro mojado, le pasaba cada vez que soñaba con sus padres. A su lado las personas empezaban a levantarse de sus asientos y ella parecía perdida, soñolienta aún y agotada. Era la primera vez desde la tragedia que dormía más de cuatro horas corridas; no sabía dónde estaba en ese momento hasta que la voz de la azafata a través del altavoz del avión la regreso a la realidad, a su nueva realidad.

“Los teléfonos móviles deberán permanecer totalmente desconectados hasta la apertura de las puertas. Les rogamos tengan cuidado al abrir los compartimentos superiores ya que el equipaje puede haberse desplazado. Por favor, comprueben que llevan consigo todo su equipaje de mano y objetos personales”

No tenía prisa por bajar del avión, así que le dio igual cuando todos empezaban a salir amontonados y bloqueando su asiento. Esperó. Dio un breve vistazo por la ventanilla y sintió como se le encogía el estómago y su corazón empezaba a salirse de control. ¿Quién la estaría esperando en el aeropuerto? ¿Reconocería ella a sus abuelos? ¿Y si se olvidaron de ella y nadie la buscaba? ¿A quién podría llamar si pasaba una emergencia? Recordó su último abrazo con Nina en el aeropuerto, era la mejor amiga de su mamá y su madrina. Marina se abrasó a su cintura y le rogó que no la dejara ir, que la adoptara. Ambas lloraron abrazadas por varios minutos, hasta que la última llamada para abordar interrumpió el momento.

  • -Tranquila mon cœur. Tout ira bien.
  • Nina logró calmarla diciéndole que en dos años volvería a Francia, que ella se encargaría de buscarle una buena universidad para que regresara a París y vivir juntas. Marina se secó las lágrimas y absorbió los mocos. Era una mala costumbre que tenía desde niña y que ponía a mamá de los nervios. “Sacude la Nariz Marina, no te tragues lo mocos hija”. Nina puso un pequeño sobre en sus manos:
  • -Dale esto a tus abuelos. Aquí están mis datos de contacto y la información mancaría de tus padres. No quiero que te falte dinero ni te sientas sola. Me tienes aquí. Llámame si pasa cualquier cosa, igual nos vemos en Navidad. D’accord?
  • -Oui Nina. Je t´aime. Cuida bien de Marea por favor, que no se muerda el rabo, que se pone muy ansiosa.
  • -Tranquila peque… anda que pierdes el vuelo.

El aire caliente del Caribe le golpeó el rostro al bajar del avión y sus mejillas enrojecieron. Hacía un calor horrible, se le pegaba el vestido a las piernas y apenas podía caminar y arrastrar a la vez sus enormes maletas. Fue muy difícil poner toda su vida dentro de un equipaje. Se aseguró también de empacar algunas cosas de papá y mamá, las fotos de la nevera y las del salón. También la manta que le hizo mamá con fotos de las vacaciones en la playa, era ahora su mayor tesoro. Nina se encargaría de poner en cajas todas las pertenencias de la familia y guardarlas en un trastero.

Había pasado ya migración, solo unos metros la separaban de la salida. Mamá se había empeñado en que tuviera la doble nacionalidad, así que tenía pasaporte dominicano y no tuvo dificultades para pasar. Empezaban a sudarles las manos, cada vez que estaba nerviosa, sus manos se humedecían tanto que le costaba agarrar cosas. Suerte para ella, pasaba frente a un aseo de damas a su derecha.

Casi no se reconoció en el espejo, con la humedad el pelo se le había encrespado y estaba inmenso, parecía un perro de agua. Esa idea le hizo gracia y sonrió ligeramente, lo justo para darse cuenta de que había perdido peso y tenía unas ojeras enormes. Las había heredado de papá. A Gustave se le hacían unas grandes manchas oscuras bajo los ojos cada vez que estaba sometido a mucho estrés, largos viajes o dormía mal. De él, Marina había sacado los inmensos ojos azules y la frente cuadrada. Su nariz era una mezcla, respingona al inicio como la de papá y al final, anchaba un poquito como la de mamá. De ella había sacado también la boca grande y la barbilla pequeña. Marina era una perfecta mezcla entre un francés muy caucásico y una morena dominicana de pelo afro y grandes ojos marrones. Tenía lo mejor de ambos mundos, y a sus catorce años, era una chica exótica, bronceada,de abultada cabellera marrón y ojos claros.

Se refresco el rostro, se recogió el pelo en una alta cola y pensó que ya era tiempo de salir y enfrentarse a lo que sea la esperaba al otro lado de la puerta.

-Venga Marina mueve la cintura, que es

to es merengue.

– Mamá, que yo no sé bailar, no tengo el ritmo que tienes tú.

– !Qué ritmo ni que nada! Hija que eso lo tienes en la sangre, un dominicano baila hasta acostado. A ver, mueve derecha izquierda, derecha izquierda. ¡Muy bien! Ahora, siente la música déjate llevar.

Y mamá la tomó por la cintura y recorrieron todo el salón bailando entre risas, mientras papá se divertía grabando y diciendo que Marina había sacado los dos pies izquierdos y la cintura tiesa como los franceses.Siempre que tocaba limpiar la casa, Elena ponía su colección de canciones dominicanas y justo a la salida de migración, unos músicos vestidos con los colores de la bandera tocaban su canción favorita “Volvió Juanita”. Un par de chicas se movían graciosamente mientras invitaban a los turistas a bailar y probar un coctel de bienvenida a base de ron local. Marina miraba toda la escena embobada, los pies se le movían autónomos y le parecía escuchar a mamá en su cabeza, cantado a todo pulmón con la escoba en la mano.

Ahora olía a café, de ese que mamá colaba en casa y que se empeñaba en traer desde Santo Domingo. Nadie disfrutaba una taza de café como mamá, era como una obra de teatro verla en su ritual matutino, cargar su pequeña cafetera italiana con el café justo, el agua precisa y dejarla al fuego el tiempo perfecto. El sonido avisando que el agua hervía, que el café subía. Y luego, en el fondo de la cocina frente a la ventana, mamá se olvidaba del mundo, rodeaba la taza con ambas manos, olía despacio y bebía aún más lento. Otra vez las lágrimas salían solas, y aunque sentía muchas ganas de bailar, su corazón le dolía. Estaba ahí, en el mundo de su madre y ella no podía verlo ni acompañarla en esta aventura.

Una multitud se amotinaba en la salida, levantaban las manos, gritaban nombre y movían la cabeza en busca de reconocer a sus seres queridos. Algunos corrían a abrazarse y pegarse un beso de esos de novelas, otros en cambio, se abrazaban y lloraban de alegría. Marina, se sentía cada vez más nerviosa “Ojalá no quieran abrazarme” –murmuró. Mamá tenía esa mala costumbre de abrazar a la gente. A Marina la ponía un poco incomoda tanto contacto humano, pero, en ese momento hubiera cambiado todo su reino por un abrazo de sus padres. Uno de esos largos que se daban en cada despedida o en la entrada del año nuevo.

SINOPSIS

¿Qué pasa cuando te quedas solo? ¿Qué haces cuándo toca empezar de cero con solo una maleta? ¿Cómo logras superar la perdida de tus padres a los 14 años?

Mariana es una chica francesa de madre Dominicana. Sus padres desaparecenen el Vuelo 804 de EgyptAir con destino al Cairo y del cual no se sabe nada. Las teorías sobre esta desaparición son muchas pero ninguna pista sobre el paradero y las esperanzas de encontrarlos con vida empiezan a caer.

Se enfrenta ahora a vivir sin ellos, conocer un nuevo país, aceptar una nueva cultura, descubrir una familia desconocida y desenterrar secretos familiares que pueden cambiar todo lo que creía saber.

Pero sobre todo, lo más difícil será aceptar su duelo y la perdida de esos padres que nunca aparecerán ¿O sí?

Marina puede ser tantas historias en una, tiene tanto camino por recorrer,mucho que llorar y reír. Una milenial de ciudad cosmopolita, atrapada en un pequeño pueblo pesquero perdido en una orilla del Caribe, pescando gaviotas,ordeñando vacas.

No tengo claro el rumbo de esta historia, ni cómo hacerla, solo sé que debo contarla.

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