17 de Febrero de 1995. Tokio.
¡Cómo han cambiado los tiempos! ¡Cómo hemos cambiado nosotros; el Japón y sus gentes! Y cómo he cambiado yo mismo, naturalmente. Entonces era joven. Qué curioso darse cuenta de que no hay, para nadie, mejores tiempos que los vividos cuando uno está al comienzo de su existencia, aunque estos hayan sido terribles y llenos de desgracias. Y qué hermosa la cándida certeza de los jóvenes acerca de la inigualable belleza de los tiempos que les ha tocado vivir.
Mi juventud pasó, si no en la época más feliz de mi patria, al menos si en una de las más ricas en acontecimientos. Volamos muy alto, llegamos tan lejos que asombramos al mundo… Y caímos tan duro, tan hondo en la sima, que nuestra caída es recordada con profundo respeto aún por quienes entonces fueron nuestros enemigos.
Yo viví estos hechos desde la tribuna, como podría decirse, no me impliqué ni me vi absorbido por el torbellino de los acontecimientos. Fui espectador privilegiado de lo que se desarrollaba en las tablas. Pero tuve la suerte de conocer (Y amar) a alguien que participó activamente, que tuvo papel de protagonista en la gran comedia y que, en multitud de ocasiones, se vio alumbrado por los focos reservados a los grandes intérpretes. Son sus palabras las que transmito fielmente, es su diario el que transcribo aquí, ni una palabra añado, ni una quito. Él fue tragado por el insaciable sumidero de la guerra, pero rememorar su testimonio, sus opiniones, el relato de su existencia única e irrepetible son el mejor modo de mantenerlo aquí con vida, a mi lado.
Por las noches, después del trabajo en el teatro, llego a mi casa, la misma donde fuimos tan felices, extiendo mi futón y releo por millonésima vez algún fragmento de este diario que he llegado con los años a aprender de memoria, vuelvo a ver frente a mí a todos estos hombres hermosos, estas mujeres exquisitas, estos tiempos terribles y, sobre todo, vuelvo a sentirle a él, y aún después de tantos años un escalofrío recorre mi espalda cada vez que tropiezo con un párrafo que contiene mi nombre. Me recreo con profunda emoción en que en ese lejano instante, al escribir esas líneas, mi imagen surcó su mente.
Le echo tanto de menos como, en el fondo, a los terribles tiempos que se fueron con él.
Takihiro, mi amor, mi único amor, permite a tu querido Yukio sacar a la luz tu vida.
I
Quinientos metros hasta la cubierta del Akagi. Flaps abajo, tren de aterrizaje fuera, gancho de apontaje extendido… doscientos metros, motor al ralentí… El jefe de operaciones aéreas deja caer los brazos que sostienen las banderolas con las que me comunicaba sus instrucciones, señal de que la aproximación ha sido perfecta. Así que, con un pequeño tirón a la palanca, poso mi “reisen” en el buque insignia del almirante Nagumo…
Inmediatamente me veo rodeado de una masa de marinos, mecánicos y personal de vuelo que gritan enfervorizados, alzando los brazos, nuestro grito de guerra: ¡¡Banzai!! ¡¡Banzai!!… Pese a la alegría que me rodea, sé que el rictus que me obligo a mantener en mi cara es más una rígida mueca que una verdadera sonrisa.
Antes incluso de detenerme, llega hasta el lado de mi avión Mitsita, uno de mis pilotos. No ha podido evitar subir de nuevo a cubierta tan pronto ha apontado, se encuentra tan exultante como los demás pero se cuadra al lado de mi ala derecha y me saluda rígidamente. ¿Está llorando? Si, por su tiznada cara de niño corren las lágrimas. Está visiblemente emocionado. Y no es para menos, En su primer vuelo de combate ha derribado un caza enemigo. Le devuelvo el saludo desde la cabina y ésta vez si, una sonrisa sincera ilumina mi rostro.
Pese a la alegría que se desborda por todas partes, todos se afanan en realizar su trabajo espléndidamente: Mi avión es apartado Inmediatamente de cubierta para dejar espacio a los compañeros que vienen detrás, cortos de combustible. La maquinaria funciona con precisión. Una vez en el hangar mi mecánico viene a ayudarme a salir del aparato. Él también llora y se sorbe los mocos con todo el disimulo de que es capaz. Intenta parecer marcial pese a todo, e incluso trata de permanecer en posición de firmes saludando con una mano en la visera mientras termino de salir de la carlinga.
– Gracias, Ashimi.-
Desde lo alto del ala, intento desentumecerme y miro alrededor. Todos gritan e incluso veo un par de mecánicos con su uniforme caki que lloran abrazados en un rincón. -¡¡Banzai!! ¡¡Banzai!! ¡¡Banzai!!- El grito resuena en el hangar procedente de cientos de gargantas enfervorizadas que saludan el apontaje de un nuevo avión. Luego, con mis oídos ya libres de los megáfonos del casco de vuelo, discierno otros sonidos, sirenas, decenas de sirenas: Todos los barcos de la flota se unen al clamor de las voces que dan la bienvenida a los pilotos que acaban de bombardear Pearl Harbor…
Respiro profundamente e intento recordar un instante todos los años pasados, la guerra con china parece un juego de niños al lado de a lo que ahora vamos a enfrentarnos. Siento miedo, la sombra del exterminio planea sobre todo mi pueblo…
Un suboficial de enlace se acerca en ese mismo momento y me saca de mi ensoñación para comunicarme que se me espera en el puente de mando. Su impecable uniforme blanco resalta como un rayo de sol en un día nublado en medio de los monos sucios de grasa de los mecánicos y no puedo evitar pensar en cómo se las apaña para conducirse sin manchar siquiera sus impolutos guantes.
Me dirijo al ascensor para oficiales que me ha de llevar hasta el centro neurálgico de la flota: El puente de mando del Akagi.
Ya dentro, reviso mi uniforme; está empapado en sudor y se ve muy arrugado, intento componerme lo mejor que puedo, arreglo el pañuelo de seda blanco alrededor de mi cuello y entonces me doy cuenta de que al quitarme el arnés de vuelo también me deshice de mi catana. Eso si que no; vuelvo abajo y doy con Ashimi que se dirige a los vestuarios para guardar mi equipo. Ya con la catana al cinto me siento un poco más marcial para presentarme frente a Nagumo; pues estoy seguro que no es otro quien me ha hecho llamar.
El puente de mando es un maremagno de uniformes blancos y azul oscuro, unos otean con sus prismáticos por los amplios ventanales en busca de algún piloto rezagado, otros miran mapas y corren portando papeles con cifras y nombres de barcos norteamericanos. Todos sonríen e incluso hay quien ríe abiertamente, desde el exterior llega el griterío de las tripulaciones y el mugido de las bocinas de los barcos de la flota. Sólo un hombre permanece encorvado sobre un mapa, pensativo. El almirante Nagumo parece preocupado. Espero a que cese el tronar del motor de un nuevo avión que acaba de apontar (A través del gran vidrio veo que es el número siete de mi grupo, Aichi) adopto la posición de firmes y me presento. Nagumo se da la vuelta y me mira a los ojos, una corriente de comprensión fluye entre nuestras dos miradas y me relajo un poco al darme cuenta que no soy el único a bordo que tiene un rictus rígido y preocupado en vez de una sonrisa…
-¿Y bien? ¿Cómo fue el vuelo?-
– Bien mi almirante, ningún contratiempo- Se acerca un par de pasos hacia mí y me sorprendo cuando se arranca el guante derecho y me tiende la mano. Viendo mi indecisión, avanza un nuevo paso y exagera el gesto. Le doy la mano lo más militarmente que puedo, inclinando la cabeza, visiblemente turbado por este gesto de confianza para el que no estaba preparado.
-Por favor, acérquese al mapa y cuénteme-
-Señor, por lo que yo pude ver estos acorazados de aquí fueron alcanzados con bombas y torpedos, también ardían estos destructores, yo personalmente ataqué estos depósitos y ametrallé estos muelles, La oposición aérea fue prácticamente nula y todos los del grupo de caza nos unimos al ataque sobre objetivos terrestres…-
-Bien, bien… ¿Y los portaaviones?-
-Ni rastro señor-
-Ya… Lo sabíamos, sólo ha sido la loca esperanza de que nuestros informes fuesen erróneos. (Si, yo también me lo temía; y su ausencia convierte nuestra supuesta victoria en un fracaso) Comprendo perfectamente y comparto la mirada de preocupación que me lanza el almirante a la vez que me comunica:
– Genda quiere mandar una tercera oleada, pero yo no comparto su optimismo, esos malditos portaaviones deben estar en algún lado, puede que muy cerca, buscándonos… Si nos encontraran con nuestros aviones atacando a muchas millas de aquí, sería desastroso.- Continuó.
-Las primeras dos oleadas de ataque han pillado al enemigo por sorpresa, pero ahora este factor se ha perdido, además tengo la sospecha de que al final hemos sido nosotros quienes hemos caído en una trampa…-
-¿Señor…?-
– Si, teniente, me temo que éste ataque sólo servirá para sacar al pueblo Norteamericano de su apatía, prepararlo para aceptar la guerra. Por otro lado, al destruir sus acorazados les hemos ayudado a deshacerse de su chatarra… El navío que marcará el paso de la guerra que se avecina será el portaaviones y ellos lo saben tan bien como nosotros… Por eso los han sacado del puerto… Sabían que veníamos.-
-Pero las bajas, las cientos, puede que miles de bajas que les hemos inflingido, señor, todos ésos hombres…-
-¿Qué son unos cuantos cientos de hombres para ellos? Son un pueblo de gangsters, no lo olvide, el fin justifica los medios, ése es su lema… Y el nuestro en los últimos tiempos, debo añadir… Me siento deprimido, teniente, y sé que usted comparte mi opinión, Tengo una sensación de inminente catástrofe, y con esos portaaviones rondando… (Hizo un amplio movimiento sobre el mapa con la mano.)
-Se que es usted amigo de Genda, quiero que hable con él, que le ponga los pies en el suelo; vamos a retirarnos.-
Dijo ésta frase rápidamente, sin darse tiempo ni a respirar y con la vista puesta en el mapa.
Yo saludé y me disponía a marcharme cuando el almirante me detuvo.
-Volvemos a casa.- Me dijo mirándome a los ojos.- Quiero que por lo menos una persona en medio de esta locura entienda mis razones…-
-Si señor.- Contesté. Saludé y me dirigí a la salida aún mas deprimido que cuando había entrado.
En la puerta del ascensor me di de bruces con Genda, que salía casi a la carrera, tan exaltado estaba.
-¡Un gran trabajo, amigo mío, no cabe duda!- Dijo, agitándome por los hombros.
– Si, señor.- Le contesté esbozando una sonrisa (Al fin y al cabo él era mi superior, no debía olvidarlo)
-¿Puedes creer que Nagumo se niega a lanzar la tercera oleada? Voy a hablar con él en persona.-
-Señor, si me permite debo decirle que acabo de hablar con él y sus motivos no me parecen descabellados, de hecho me pidió que intentase persuadirle a usted…-
-¿Pero que tono es éste, Takihiro? Háblame con franqueza y sin rodeos, amigo.-
-No quiero abusar de nuestra amistad, Minoru, tu eres el jefe de las operaciones aéreas, yo tu subordinado, pero las razones del almirante son sabias y prudentes.-
-¡Sabias y prudentes! Hablas como un pusilánime, ¡Ahora que tenemos al enemigo de rodillas debemos degollarlo!- Gesticulaba, presa de la emoción. –La tercera oleada los aniquilará. ¡Debemos lanzarla ahora mismo! ¡Aún hay tiempo!-
-No amigo mío, el tiempo se agotó, estamos ya poniendo rumbo a Japón, la decisión está tomada y devolver a casa este grupo de combate intacto para las batallas que se avecinan es la prioridad de Nagumo…-
-Mierda. De todos modos debo persuadirle, nunca tendremos otra oportunidad así. ¡¡Debe comprender!!-
Dijo ésta última frase dirigiéndose ya hacia el puente de mando. Yo me di la vuelta esperando que nuestra breve charla hubiese servido al menos para que Minoru Genda, nuestro querido jefe de operaciones aéreas, llegase frente al almirante Nagumo con una actitud más reflexiva.
Me encaminé a los gimnasios de oficiales, necesitaba una ducha bien caliente, quería dejar de pensar, sonreír y disfrutar de éste momento sin duda histórico con la inconsciente alegría con que la tripulación lo vivía a mi alrededor.
Pero no podía quitar de mi cabeza la idea de que habíamos despertado al dragón que habría de devorarnos…
SINOPSIS:
«A LA SOMBRA DEL SOL NACIENTE» Es un trabajo al que relego y regreso con intervalos muy irregulares durante estos últimos 10 años. Escrito de modo casi lineal, su comienzo me parece ahora infantil, inmaduro, pero prefiero no retocarlo, dejarlo tal cual lo escribí ya que tiene la forma de un diario también extenso en el tiempo: el autor ficticio también evoluciona en su calidad literaria, como buen japonés busca la belleza y se esmera en describir las imágenes con mayor gusto a medida que su narración avanza…
El relato con aspiraciones de libro relata la vida de Takihiro Rengo, un hombre atrapado en una época turbulenta a la vez que gloriosa y terrible que se encuentra atrapado asimismo entre su educación castrense, su sentido del deber y el honor, y una sensibilidad y clarividencia inusuales. Ni siquiera se le otorga el privilegio de disfrutar de su sexualidad de un modo natural, también esta debe ser disimulada, escondida.
Las imágenes se suceden con la guerra como telón de fondo, primero la Chino-Japonesa del 37, más tarde la mundial, con el terrible y desigual duelo entre Japón y los Estados Unidos. Pero este no es un relato guerrero (Aunque también se describen con detalle y rigor histórico muchas batallas importantes) ya que nuestro protagonista utiliza los distintos eventos en los que se ve involucrado para reflexionar sobre los aspectos, las miles de máscaras, de la existencia humana.
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