Caminando sin suela en los zapatos

Caminando sin suela en los zapatos

YANI Ortega Ruiz

20/02/2018

Al abrir la puerta de la librería, el tintineo de la campanilla me hizo girar la cabeza. “Libros para el verano” fue lo primero que vi. Un impulso me hizo tener entre mis manos un ejemplar “Caminando sin suelas en los zapatos”, «curioso título » pensé casi murmurando. Me atrapó al leer sus primeras palabras:

La humedad en sus labios la acompañó hasta la puerta de su casa. Entró ensimismada por los recuerdos de aquel fin de semana, soltó la maleta en el suelo con tanta fuerza que el ruido despertó a su madre.

  • ¿Qué es ese ruido? —rezongó Vitoria
  • Soy yo madre, ya he llegado —se apresuró a contestar Esther.
  • Podrías ser más cuidadosa ¡nunca respetas¡
  • Tienes razón —respondió ella y depositó un tierno beso en las mejillas de su madre que la miraba, como era habitual, con desaprobación y frialdad.

Por alguna extraña razón la historia se me hacía cercana y familiar. Durante el trayecto en bus continué con la lectura:

… Y el sopor la envolvía, no podía abrir los ojos, ni salir de esa dulce sensación que solo tienes tras un sueño reparador. Esther estaba siendo muy feliz con esa fantasía que no le permitía regresar al mundo real. A lo lejos, muy distante a todo ese mundo creado por su reposo había alguien que intentaba sacarla de su situación.

— ¿Esther estás bien? —le gritaba una ronca voz de mujer.

Esther giró sobre sí misma y siguió manteniendo esa postura fetal, sabía que abrir los ojos sería una mala opción sin embargo, sucumbió a la insistencia de su madre y se puso en marcha, abrió la ventana y puso la radio nada más levantarse, estaba feliz, ilusionada con lo bien que iba su vida.

Hoy lunes, 7:00 de la mañana de un precioso mes de septiembre, comenzando una jornada laboral, buenos días desde radio Trébol —.

Se despidió de su madre y salió a trabajar, estaba convencida que iba a ser un gran día. Durante el camino iba recreándose en sus recuerdos, fue con Aquiles con la primera persona que habló de los sueños que tenía y de sus inquietudes. Desde que lo conoció solían salir después del trabajo a tomar unas tapas a los bares más cercanos. Allí hablaban del mundo y de las aventuras que iban a correr. Él parecía comprenderla a la perfección y participar de lo que ella le contaba. Muchas cervezas después y algunas conversaciones más hicieron que Esther y Aquiles iniciaran una relación de pareja aunque de eso hacía ya varios meses.

Para ella este nuevo período de su vida fue muy bonito, de alguna manera se podía considerar su primer amor. Eran una pareja muy apasionada, con él disfrutaba muchísimo, se complementaban, se querían, aunque él nunca se lo había dicho ella así lo creía. Sabía que era pronto para hablar de sentimientos y además no quería forzar una relación que estaba empezando y que para ella, en ese momento, era plena.

De esa manera, enredada en los recuerdos y con una sonrisa en la cara que no quería disimular se incorporó un día más a su lugar de trabajo. Allí estaban sus amigas, le apetecía mucho decirles todo lo que estaba ocurriendo en su vida. Contaba las horas para poder compartir lo que sentía por Aquiles con ellas.

—Mara ¿te vendrás hoy verdad? Quiero contaros a todas lo feliz que estoy, tengo un novio estupendo, jajajja

—Claro que sí, y dime ¿es el nuevo entrenador? las chicas solo hacen cuchichear pero yo quiero saberlo todo de primera mano, te lo has callado mucho tiempo. Nos tienes que contar todo, nos vemos a la salida, voy para arriba.

Caía la tarde cuando Vitoria se salió a la puerta de su casa arrastrando una vieja silla de enea para tomar el fresco, costumbre esa muy arraigada en el Mediterráneo. A los lejos Vitoria vio como Aquiles se acercaba hasta su casa, le notaba algo inquieto, iba sudoroso y con un brillo diferente en los ojos, definitivamente estaba nervioso. Vitoria le ofreció una bebida fresca para que se calmara.

—Gracias Vitoria, me gustaría hablar con Esther ¿está aquí?

—No, después del trabajo salió con sus amigas

Él no pudo callar, la emoción le embriagaba

—Vitoria, ¿me puedo sentar un rato aquí con usted?

—Claro que sí, pero tutéame hijo, que no soy tan mayor

—Me gustaría pedirle, quiero decir, pedirte opinión sobre Esther, ya sé que llevamos poco tiempo juntos, pero me gustaría avanzar un poco con ella, poner metas a nuestra relación, no quiero que se quede solo en salir y entrar, yo.., en fin, Esther me gusta mucho —decía mientras le contaba todo esto a Vitoria, ella le respondía.

— ¿Y qué quieres que yo te diga?, a Esther la veo feliz, pero es cuestión vuestra lo que hagáis con el futuro. Aunque esta noche no creo que la veas, lo normal es que vuelva tarde. Cuando sale con sus amigas se ponen a hablar y a reír y llega pasada la media noche, eso seguro.

—Está bien, necesito que mañana ella me espere preparada temprano tengo una gran sorpresa esperando, creo que le va a encantar, pero no puedo decir nada todavía. Dile que vendré a buscar a eso de las 9:30h.

—Se lo diré, buenas noches Aquiles —Lo despidió Vitoria mientras él se alejaba.

Ese día la muchacha se retrasó más de lo habitual, Vitoria la esperaba levantada, al entrar vio a su madre sentada en el viejo sillón de cuero

—¿Mamá? —al principio le extrañó pero al ver una sonrisa en la cara de su madre comprendió que nada malo ocurría.

–Ha venido Aquiles, —carraspeó para suavizar la garganta— a primera hora te vendrá a buscar, dice que tiene una sorpresa para ti

—¿Te ha dicho de qué se trata?

—No hija, si fuera así dejaría de ser una sorpresa.

Esther no quiso preguntar más. La mañana llegó temprano, Vitoria ya tenía preparado el desayuno cuando su hija apareció por la cocina. Estaba duchada y vestida con una ropa suelta y de colores alegres, el pelo recién lavado todavía mojado y sus labios con un rojo especial. Se había tomado unos días libres aprovechando para descansar un poco. En menos de una hora estaba Aquiles llamando a su puerta, iba también muy guapo, el moreno isleño de su piel le hacía resaltar el color turquesa de la camisa, estaba sonriente al verla, la besó en los labios diciéndole,

Tu es très jolie, ma chérie —y se marcharon.

Por el camino todo eran preguntas de Esther, no podía dejar de sonreír, pero él no abrió la boca. Se alejó de la carretera y se metieron por un camino lateral poblado de árboles. Recorrieron unos kilómetros con el coche cuando se detuvo.

— ¡Cuántas casas hay aquí¡ no me lo hubiera imaginado, debe de ser una urbanización nueva, me gustan, son muy bonitas y tienen el estilo que tanto he deseado.

Esther aún no se explicaba qué hacían allí, entonces Aquiles le preguntó,

—Dime en cuál de ellas te gustaría vivir, venga dime algo, vamos a soñar un poco, como hacemos siempre —dijo él guiñándole un ojo.

— ¡No puede ser¡ —ella no podía creérselo, lo había comprendido, saltó encima de él arrebatándole un efusivo beso de sus labios, se abrazó y sonrió. —¿Te refieres a vivir aquí, tú y yo? es una locura encantadora, ¿pero podemos pagar esto?

Esther tenía un torbellino de ideas dando vueltas, significaba mucho que Aquiles y ella compraran una casa, era casi como pedirle formalizar la relación, era como una si le regalara una sortija de compromiso. Tuvo que salir de sus fantasías al sentir a Aquiles saludando al vendedor, éste se acercó hasta la pareja para enseñarles la vivienda, Esther no cabía de gozo, en sus ojos aparecía un brillo intenso que anunciaba su emoción y de su boca no podía borrar una gran sonrisa. Recorrieron todo habitación por habitación, harían algunos cambios y en unos meses se instalarían allí.

— ¡Qué feliz estoy Aquiles¡ eres el mejor novio del mundo, vamos a ser muy felices

Una llamada de teléfono rompió ese clima de felicidad, Aquiles atendió todavía sosteniendo una sonrisa en sus labios.

— ¿Quién? —cambió su gesto, frunció el ceño– ce n’est pas possible, no puede ser, se equivocan, asegúrate y te vuelvo a llamar, d’accord?

Esther lo miraba sin saber que ocurría, el comercial estaba incómodo y con prisas por cerrar el trato, sin embargo, eso no iba a ocurrir de momento, Aquiles pidió que se fuera y ya le llamaría en caso de interesarles la compra. Durante el recorrido de vuelta, la pareja apenas cruzó palabras, ella lo conocía lo suficiente como para saber que cuando algo le preocupaba había que concederle un tiempo hasta que él volvía de su abstracción. La dejó en casa y se marchó prácticamente sin hablar, solo le dijo algo antes de despedirse:

–No te preocupes por nada Esther, ahora no puedo explicarte mi cabeza va muy rápida, confía en mí —Esther lo miró con cariño y bajando los párpados le dijo:

—Por supuesto que confío en ti —dijo al tiempo que se besaban en los labios.

Al siguiente día, recibía el mensaje de Aquiles,

—Me ausentaré unos días, viajo al extranjero, a mi casa, ya te contaré cuando vuelva, no te preocupes, tendremos una larga conversación, no me olvides, te quiero —era la primera vez que Aquiles le decía que la amaba, había deseado tanto ese momento, sin embargo, no era esa la forma esperada.

Esther intentó localizarlo pero ya no estaba en su piso, ni respondía a las llamadas, se había marchado así, tan de repente. Día a día ella se acostumbró a vivir sin la presencia de Aquiles. Notaba su ausencia en todas partes, muchas personas preguntaban por él pero en realidad nadie sabía de su paradero. Él había pedido una excedencia laboral sin fecha de regreso por lo que tuvieron que sustituirlo, esta vez llegó una chica para encargarse del deporte. Cuando Esther pasaba por delante de la sala de gimnasia y no oía los gritos de ánimos de Aquiles algo dentro de ella se congelaba, porque sentía que esta interrupción no iba a traer buenas consecuencias, intuía que la casa de sus sueños no la compartiría con él.

Durante más de seis meses Esther vivió sin saber apenas nada de su amor, escasamente se intercambiaban algunos correos electrónicos para hablar de trivialidades, pero en realidad nadie afrontaba el tema que estaba abriendo brecha en la pareja. Aquiles prefería contarle todo cuando regresara, aunque Esther dudaba que eso ocurriera, lo notaba huidizo en las conversaciones, con prisas por terminar y a pesar de todo él siempre se despedía con un “te quiero”.

Aquella tarde, bien entrada la primavera, Esther dormitaba en la hamaca de la terraza, apenas notaba un zumbido en la lejanía, el sopor del sueño no la dejaba terminar de estar consciente, se levantó al descubrir que el teléfono sonaba sin parar.

—Esther chérie, soy Aquiles, ¿me recuerdas, tu novio?

Esther no podía reaccionar, la estaba llamando desde el número habitual que tenía en España, se escuchaba una voz feliz y animada como siempre había sido Aquiles.

–Sí, claro, Aquiles ¿dónde estás?

—En el aeropuerto, ¿puedes venir hasta aquí? ¡Tengo tantas ganas de verte que no puedo esperar más¡

—Sí, sí me pongo en camino ya, ¡qué alegría me das Aquiles¡ —antes de marcharse dijo.

— ¿Sabes mamá?, me ha llamado Aquiles, está ya en el aeropuerto, me adelantó que no venía solo y que por favor estuviera tranquila que ya hablaríamos. Me alegré mucho de escuchar su cálida voz y esas “r” arrastradas del francés materno que tanto echaba de menos, bueno me voy.

La autopista se le antojó más transitada que nunca, tenía tantas ganas de abrazarlo, de mirarlo a los ojos y saber si todavía sentía amor por ella que parecía que nunca iba a llegar a su destino. Estaba acomodada en la gran sala de espera de los vuelos internacionales. Sabía que él regresaba de una pequeña isla en el Caribe, conocida como “Guadalupe”. Al cabo de un tiempo apareció sonriente y muy guapo, bronceado, más que nunca, atravesó la puerta corredera cargado con mochilas y de la mano de una linda niña de color.

Sin apenas darse cuenta estaba fundida en un abrazo con Aquiles, él dada su elevada estatura la levantó del suelo sin problemas mientras le sonreía. Ella buscó su boca para besar esos labios tan ansiados, pero él le ofreció la mejilla. Esther se recompuso de esa sensación de rechazo, el abrazo de él se tornó fraternal, nunca había pensado que esa sería la bienvenida después de tantos meses.

Una vez en el suelo, observó cómo además de la pequeña niña, una mujer aproximadamente de la misma que edad que ella les observaba. Se mantenía detrás esperando, entonces Aquiles se volvió y llevado por su entusiasmo las presentó,

—Esther, esta es Sophie, y esta preciosidad se llama Colette, son mi esposa y mi hija.

No pudo soportarlo, le temblaron las piernas, sintió rugir su estómago por el vacío que esas emociones le transmitían, la vista se nubló y tuvo que sentarse.

—Perdonad, llevo varios días comiendo poco y parece que estoy algo débil —se excusó— la espera ha sido larga.

No sabía cuántas justificaciones dar para disimular la realidad que estaba sintiendo. Parecía que Aquiles no le daba importancia a la situación, se encargaba de atender el equipaje, llevaba a Colette en brazos y le señalaba los distintos lugares del aeropuerto explicándole todo en francés.

– Tu te sens bien? —oyó tras sus espaldas que alguien le hablaba también en ese idioma desconocido y de repente odiado. Sophie la miraba porque ella sí había notado el desvanecimiento que había soportado Esther, le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Esther se incorporó sola y le dio las gracias. Estaba realmente desconcertada, la cabeza no paraba de dar vueltas, se sentía como si le hubieran arrebatado el papel de protagonista de su propia historia, la que ella quería vivir. Sentía que algo dentro de sí se había derrumbado, miraba a Aquiles camino del parking y no daba crédito, él parecía tan feliz.

— ¿Dónde tengo que llevaros Aquiles? —Habló contundentemente.

—Pues a casa, a la casa que tenemos junto a la playa, ya sabes…. —y le guiñó un ojo.

Esther le lanzó una mirada de ira a Aquiles que él no supo recoger, se mantuvo callada durante el trayecto, notaba como Aquiles la miraba de soslayo. Mientras la niña preguntaba en francés infinidad de cosas que su padre amablemente le contestaba. Sophie desde el asiento trasero, observaba la escena, parecía una persona prudente y no hacía comentarios, pero su mirada se posaba en Aquiles y en Esther.

De regreso a su casa, junto a su madre, no pudo contener las lágrimas, no entendía nada, entre sollozos se desahogaba con ella:

—Esto debe ser una broma macabra del destino, su verdadera familia está con él y no soy yo, Aquiles me ha reemplazado.

SINOPSIS

La vida de Esther, joven y con ganas de enamorarse, da un giro imprevisto que la hace caer en una espiral de odio y soledad, sumiéndola en un gran deterioro mental.

Ella es una mujer que apenas ha comenzado a saborear las mieles del amor cuando descubre también su componente más amargo. Ese hombre del que apenas conoce nada de su vida pasada y en el que ha volcado todos sus sueños se convierte en la piedra angular de sus desequilibrios. La influencia materna hace que nuestra protagonista deje de ser una persona amable, para comenzar a desarrollar envidias y deseos dañinos frutos de su inseguridad. En su vida conocerá situaciones que la empujarán hasta el lado más oscuro de sus pensamientos llegando a vivir la experiencia de saber lo que es habitar en un psiquiátrico.

Viviendo alejada de su familia, sufriendo la pérdida de sus seres más queridos y trabajando para reencontrarse a ella misma. Un camino que recorrerá la protagonista lleno de altos y bajos que al final la conformaran como la mujer que en el fondo era, despojada de su maldad. La experiencia tan dura vivida la devolverá a la sociedad completamente serena y satisfecha de esta segunda oportunidad que la vida le da.

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