Te propongo el pecado

Te propongo el pecado

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Los jóvenes recorrieron el bosque casi con apatía. Hacía mucho tiempo que ya nada les llamaba la atención.

Las aburridas caminatas sin destino, el habitual canto de los pájaros que perturbaba el amanecer, la lánguida caída de hojas en algún tiempo por venir, las invariables estrellas en el cielo nocturno noche tras noche, el mismo sabor de frutas y semillas que cada día comían cuando se les antojaba. Todo eso se había convertido en una rutina enajenante que parecía haber durado mil años y que posiblemente les atormentaría durante mil años más.

Sin saberlo y sin proponérselo, en el día más importante de sus vidas, se alejaron más de lo habitual hasta llegar a una pequeña meseta donde sobresalía aquel árbol cuyas ramas serpenteaban ansiosas en busca del Sol. Su tronco era tan grueso que parecía ser el padre de todos los que habían visto antes.

Se acercaron seducidos por su majestuosidad, sin pensarlo ni acordarlo, en un reflejo natural de curiosidad, alzaron sus brazos, tomaron su fruto rojo y comieron.

Se miraron… como nunca lo habían hecho… y todo cambió.

Descubrieron el reflejo de los rayos del sol en sus cabellos negros de cielo sin estrellas

y el aroma de flores y rocío matinal en su propia piel.

Y con sus ojos llenos de inocencia, bajo la sombra del árbol eterno, se besaron con deleite, con pausada dedicación, para aprenderse y sentirse. 

Y respirando el viento nocturno , en la calma apacible de amantes tendidos sobre la hierba, se adueñaron del árbol de la vida y su semilla. Y así, cobijados junto a un fuego casual, tomados de la mano contaron estrellas hasta el amanecer.

Y del árbol del conocimiento comieron una y mil veces

solo para decirse el uno al otro…te propongo el pecado.

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