Guadalupe creció jugando en la vereda junto a su hermano Nicolás y sus primos, entre almendros, acequias y castillos de barro. Su infancia tenía el aroma de la tierra mojada, el sabor dulce de los duraznos y el sonido de risas al sol. Soñaba con ser arquitecta y construir ciudades de vidrio en lugares lejanos. Pero, sin aviso, todo empezó a cambiar: los primos dejaron de venir, los juegos quedaron olvidados y las palabras de los adultos adquirieron un peso nuevo. Una tarde, su abuelo la miró y dijo: "Ya pronto serás una señorita". Esa noche soñó con trenes, mares y puentes. Al día siguiente, al salir a la vereda, sintió que el mundo era más grande. Como la oruga que se encierra en su capullo, supo que estaba a punto de transformarse.