Cuando Pontos llegó a la familia apena tenía seis meses. No llegó para quedarse, estaba en acogida hasta que alguien se enamorara de él, pero conquistó el corazón de los que allí vivían y no volvió a salir de su nuevo hogar. Era asustadizo y a pesar de las marcas en sus huesos, nunca mostró hostilidad hacia los humanos.
Era una mezcla de galgo y podenco, lo que le daba un aspecto diferente y especial. En pocos días sus tristes ojos color miel se volvieron alegres e intensos. Era fuerte y desmadejado. Su largo y rebelde pelo color canela, marcaba la diferencia con los demás galgos y lo hacía único, por lo menos para los que le queríamos.
Compartía juegos, carreras y travesuras con otro perro algo más viejo y sabio que él. Juntos formaban una familia de cuatro, jóvenes, alegres y felices.
Pronto llegó un nuevo cachorro, pero esta vez humano. El primer día todos parecían nerviosos, no sabían cómo podía aceptar a esa pequeña cría que iba a acaparar gran parte de las atenciones de los padres. Pero no defraudó, lo aceptó y protegió como a unos más.
El niño fue creciendo y se hicieron inseparables. Aguantaba con paciencia y resignación los juegos del niño, en los que siempre había un tirón de orejas, de cola o de pelo. Le sirvió de apoyo en los titubeantes primeros pasos del niño. En los juegos perrunos, el niño era uno más de la camada. Hacían agujeros en la tierra, corrían unos detrás de otros moviendo alegre su cola, compartían pelotas, lametazos y si los adultos no miraban, hasta la comida.
Pontos era un perro feliz. Alegre, leal, noble y dormilón. Solo necesitaba el cariño que le daba la familia y correr libre por el campo donde daba rienda suelta a su instinto. Corría y corría detrás de una presa imaginaria o real, hasta que le faltaba el aire y volvía exhausto y feliz.
Pero un día un humano sin escrúpulos se cruzó en su camino. Vertía veneno disfrazado de comida y Pontos como buen glotón no se resistió.
Sus redondos ojos se apagaron dejando a una familia rota e incompleta, pero contenta por haber compartido momentos únicos que guardarán en sus corazones.
El niño se sintió triste, pero su corta edad hizo que la ausencia fuese más liviana.
Tardará un tiempo en comprender la maldad que algunos humanos esconden.
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