A los pibes más chicos nos despabilaban los muchachos más grandes. Los jerarcas del barrio. Los que ya la habían hecho todas. Terribles atorrantes todo terreno. Tipos llenos de cicatrices que provocan los entreveros diversos. Porque la hombría se demostraba con osadía y rebeldía para aquellos instantes. Era posible convertirse en un tipo ágil, adelantando momentos. O quedarse manso y tranquilo para que el destino, lo convierta en un verdadero mamerto. Un gil de lechería, era ser un tipo menor. Sin respeto, ni valor. Un soldado sin sombra…
La experiencia se pasaba de unos a otros, como si fuese un peine.
Había que despabilarse temprano. Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.
No había terminado la escuela primaria pero ya pintaba el deseo impostergable del debut sexual. Había que apilarse de manera oportuna. El reloj biológico apuraba…
Iñaki el verdulero amigo, al cual íbamos para ayudarlo un rato, nos proporcionaba unos mangos para caminar contento, y algún dato concreto. Para acercarnos al hecho inminente de la colocación. Colocarla era un desliz mayor importante y oportuno.
Gran conocedor del ambiente, había que mostrarse diligente. Tocarle el timbre a alguna mujer solitaria del barrio que precisara algún mandado, para recibir una propina. Sutilezas que eran afines a esos confines barriales. Mostrarse atento, dispuesto.
El deseo en la mirada perfora y traspasa cualquier muro. La veía pasar a esa vecina mayor, y me ruborizaba feo.
Le decían en el barrio “estampita”, como sobrenombre fino, para no decir es tan puta. La gente es mala y comenta…
Un día le fui a llevar el pedido de la verdulería, dejó el encargo. En un carrito de rule manes con un cajón de madera azul. Me hizo pasar a su casa. Maniobré prolijo el aparato. Descargué las verduras inocentemente. La señora de considerable talla, bien puesta y mejor dispuesta, dijo que iba a buscar la propina. Ya vengo nene…
Me quedé esperando…
Al rato salió casi desnuda, en ropas íntimas transparentes. Calzaba tacos altos. Era monumental.
La clavo como a una chapa pensé al instante.
Ella sonriente dijo, esto es para vos…
Y me regaló un libro verde, Kama Sutra. Cuando lo aprendas de memoria, venís a dar tu exámen. Pedime turno…
Quedé duro como un muñeco de yeso. Mudo, pero entusiasmado con la estafa.
Perdí o me robaron la inocencia. No interesa.
Lo importante fue la acción que tiernamente se recuerda.
Isidoro Guidrobros.
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