Ruedan por la pendiente, se camuflan entre la hierba, saltan, se monta uno encima del otro colgándose del árbol de grosellas.
Son micos, se columpian en las ramas masticando las pepas ácidas, hacen muecas y se burlan de sí mismos. Disparan, tas, tas, con sus pistolas de palo. Corren hasta el río, nadan, emergen de las aguas apuntando al cielo, tas, tas. Agotados se extienden sobre las piedras como ropa mojada que seca el sol. Todo es rojo con los ojos cerrados. Les gusta que todo se pone rojo cálido salpicado de animalitos negros de cola larga, que vienen y van mientras se quedan dormidos. Distinguen una voz a lo lejos, es un grito, el grito de la madre que
los llama. Por Dios esos niños no han comido nada durante el día, no sienten hambre los iguazos estos. ¿Las vacas? ¿Dónde habrán dejado las vacas? Despiertan asustados, la mama los castigará. El ternero perdido, que busquen al ternero perdido. Corren con sus armas de palo bajo el brazo, embriagados de cansancio regresan al rancho. La madre con la correa en la mano los espera. Entran tan rápido que la correa zigzaguea en el aire sin poder alcanzarlos. Ella los persigue, se rinde, y se queda dormida bajo el árbol de arazá.
Junior y Toño disparan, tas, tas, se camuflan tras los arbustos, se cubren la espalda el uno al otro, ruedan por la ladera, de lejos miran el árbol de grosellas. Fijan su atención en el flanco enemigo, una granada acaba de explotar cerca de ellos, algunos combatientes han caído. Cabizbajos cruzan el río. Una que otra esquirla se incrusta en sus músculos. La corriente lava la sangre que mancha sus uniformes, lava sus puntitos rojos. La lluvia y el lodo se los traga, los vuelve de color tierra, son barro. Tas, tas, disparan. Sobre sus hombros los cinco kilos de acero se les ha vuelto liviano como sus pistolas de palo. Tas, tas, disparan. Hay movimiento del otro lado. Escuchan una voz, un lamento, un quejido. En sus mentes se dibuja la imagen de la madre llamándolos a gritos en
la puerta del rancho. Del rancho que se oscurece entristecido. Les llega el olor del guiso de tomates, de la cena que se enfría sobre la mesa.
OPINIONES Y COMENTARIOS