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La niña, recorría de forma cíclica el patio de esa casona con su vestido bordado de diversos colores y diminutos luceros. Jugaba con sus rizos dorados y un moño de felpa adherido a su pecho. En ese vaivén, el encaje quedó prendido en una puntilla tachonada en la pared. La niña se asustó, al ver su vestido roto. La madre que observaba se abalanzó sobre ella, y le espetó tres garrotazos. Al escuchar el llanto de la niña, doña Magda, salió apresurada del cuarto y detuvo la ira de la matrona. Yo lo arreglo, dijo. Extendiendo sus manos sobre dicha prenda.
Escondida a un costado de la alberca, asustada y con los ojos aguados, observó a través de la larga y florida enredadera. ¡Su más preciado regalo se había hecho pedazos!
A la edad de cinco años, la madre, salió de compras a un lugar lejos de allí. Y en la soledad de su aposento, la orla mágica y misteriosa que abría sus ojos espirituales a la imaginación, la cubrió de pronto. Ante su mirada, un piélago de magia bella e imperceptible, adherido a la estrella Vega de su existencia, se hizo visible.
De repente, por la ventana del cuarto que da a la calle, se filtró un rayo de luz cubriéndola de un azul intenso. Dicha arandela, iba dibujando a su paso, un camino que se alzaba perpendicular a su nacimiento. Subió por el hilo misterioso hasta desaparecer de la vivienda. Caminó y caminó siguiendo la señal que conducía a un bosque frondoso. A la distancia, una algarabía parecía provenir de mucho más adentro. No supo si seguir o retroceder. En un santiamén, se miró rodeada de pequeños colibríes y ardillas del bosque. Estas criaturas le hablaron en un lenguaje ininteligible. El manto azul que cubría el firmamento se tornó diáfano, y una suave brisa en forma de pañuelo la abrigó ipso facto. Avanzó, y un racimo de piedras preciosas de diferentes tonalidades se miraban en el piso. Tomó una, y quiso saborearla. En ese momento, un fuerte viento la aventó nuevamente sobre la cama.
Una llave se introdujo por la rendija de la puerta, y su madre la observó con extrañeza. La joven sonreía. Un suspiro en el aire y la esfera luminosa de su inocencia se deshizo entre sus delicados dedos.
Luz Marina Méndez Carrillo
Imagen: Autoría de la suscrita.
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