Te paras en la pizarra mientras el profesor te pone la mirada. Te puso una ecuación, una que supuestamente es fácil. Pero por alguna razón, tienes miedo. Viste como a tus compañeros los castigaban con 100 ranas por no saber como resolver el problema. Es tu mente te dices, “Todo va a esta muy bien”, “Soy alguien inteligente”, “Solo debo concentrarme”. Pero, entonces empiezas a temblar, no sabes porque, solo sabes que debes terminar la ecuación de la pizarra. Sin embargo, ahora no solo es terminar la ecuación de la pizarra, también es terminar con las miradas que te lanzan todos tus compañeros, que te están mirando porque ven que tienes dificultades con el problema. Tu no querías esto, esto no estaba planificado en tu día de hoy. Entonces, de alguna u otra forma, te pones a escribir para resolver el problema de la pizarra, alguien con una voz imponente te dice “¡Esta mal!”. Es el profesor que tiene una cara súper roja y enojada. Tiemblas otra vez, no sabes que sentir. Debes sentir ¿Vergüenza o tristeza? ¿Ira o desconsuelo? ¿Alegría o Asco? . El día se termina, llegas a tu casa, y tu madre te pregunta “¿Cómo te fue hijo? “ . No sabes que decirle, pero con una sonrisa en tu rostro, sin preocuparte por nada, le dices “¡Bien mamá!”. Entonces, ella te mira y te dice “Ah está bien entonces, ahora come y luego ponte a estudiar”. En mi cabeza pienso, que estuvo bien que preguntará como estaba, pero hay veces me pregunto, si hubiera deseado que preguntará más.
Los años pasan, y a raíz de esa experiencia, quieres convertirte en alguien mejor. Estudias incasablemente, te esfuerzas por impresionar a todos a tu alrededor. Y al día siguiente ingresas al centro de estudios más prestigioso que pueda existir en el país. Sin embargo, ahora ya no es tu familia lo que te fastidia, ya no es la escuela lo que te molesta, sino que miras a tus compañeros de tu actual colegio y te dices “Supongo que ahora me toca tratar con ellos”.
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