Domingo por la mañana. Valencia. Al final de la avenida empieza el Cabañal, un barrio cerca de la playa, pero no lo suficientemente cerca. Desde la ventana se ven las casitas ruinosas de los pescadores, fachadas de azulejos descoloridos, olor a cosas podridas. Salitre. Belleza. Abandono.
El interior de la casa, silencio y mucha luz. Sé que tengo muy pocos años porque sujeto entre mis dedos una pegatina de Naranjito. La voy a poner en el cristal de mi habitación. Es insólito que me dejen hacer algo así. Quizá sea porque nos vamos. Seguro que es porque nos vamos. Naranjito me mira brillante y cómplice. La suerte que tengo.
Una madre y un padre haciendo cajas en el salón. Hablando bajito:
– Si no fuera por tu trabajo.
– Si no te hubieras dejado de tomar la pastilla.
– Si no tuviéramos que irnos lejos de mis padres.
Estampo la pegatina y me alejo unos pasos para mirarla, orgullosa. Probablemente sonrío.
Le digo hasta luego a Naranjito y camino de puntillas por el pasillo. Lo sé porque no quería despertarlos. Todo el mundo sabe que no hay que despertar a los bebés. Mis padres siguen metiendo nuestras cosas en cajas:
– Si no te hubieran trasladado a Madrid.
– A mi me han trasladado y por eso a ti te han ascendido.
– Escucha, como a mí me han ascendido, nos compraremos ese chalet.
Voy a verlos, me asomo a la jaula. Son rositas y feúchos, sin pelo, y cada vez que me acerco hay más. Otra madre los genera a ráfagas inciertas. Parecen partes de una misma cosa. Los cuento, un tesoro que respira y se autoproduce a sí mismo. La suerte que tengo. Las ganas de cogerlos. Los cuento: falta uno.
– Mamá, mamá ¡Falta uno, falta uno!
– ¿Cómo que falta uno? Estará debajo.
– Mamá, mamá, ya he mirado ¡Falta uno!
Luego faltaron dos. Luego quedaban sólo dos.
Llorando, mamá, mamá. Llorando en mi ventana mirando la pegatina, Naranjito sonriente, recién estrenada, dejando que mi padre se ocupe de todo.
Esa noche en la cama, rodeada de cajas, no podré dormir. Necesitaré escuchárselo contar a algún adulto para poder darle sentido a lo que he visto y no he visto.
– Ha sido el macho– dirá mi madre.
Pero yo sabía que no había sido solo el macho. Yo sabía que no estábamos a salvo.
OPINIONES Y COMENTARIOS