Hoy Dani se mostró entusiasmado haciendo los deberes del colegio, y estudió la lección con más interés que otros días. Mamá le había estimulado diciéndole que al día siguiente era su cumpleaños.

Se fue a dormir abrazado a la hermosa sensación de ser feliz, porque al día siguiente subiría otro peldaño para ser mayor. Mientras, el ladrillo en la cama le otorgaba la caricia del calor, para garantizar un mejor descanso en aquella noche invernal de 1954. A lo lejos, los trenes nocturnos con sus nubes de vapor, envolvían y depositaban ilusiones en su sueño.

Dani con siete años, sabía que había cosas que no eran para él. Había ido a la fiesta de cumpleaños de un amigo, mas él no tendría a quien invitar en la suya; pero no le importaba, porque no sabía diferenciar lo uno de lo otro.

La carencia de mucho invadía casi todo, pero Dani alimentaba su imaginación, creando su mundo con una cuerda y una caja de cartón, y era capaz de emprender bellos y largos viajes de aventura, mientras achataba su nariz contra el cristal de un escaparate dentro del cual un tren de juguete avanzaba veloz a través de ríos, túneles y montañas. 

La inocencia es el preciado lugar, almacén de la mente, donde el niño va guardando sus sueños, ilusiones y secretos para protegerse de los primeros miedos.

Han pasado los años. Un día Fanny, su amiga, le preguntó:

– Dany, ¿ tú sabes qué es la inocencia?

– No sé, dijo Dani. Supongo que el tiempo en que uno es niño.

Fanny siguió: en alguna parte he leído que es el estado del alma limpia.

-¿ Quiere ello decir que la inocencia puede existir fuera de la niñez?

– Sí, la inocencia puede no tener edad.

Dani, ¿cómo hemos llegado a la adolescencia?

– Creo que a solas con la Naturaleza. En un futuro, las cosas irán de otra manera, los miedos serán otros, pero el niño siempre será el mismo niño. Sólo cambiarán los entornos. Hemos llegado a la adolescencia como a una estación de destino, situada junto a un río tumultuoso de dudas, preguntas e incertidumbres, resolviendo otra vez en soledad.

– Piensa que siempre tendremos el abrazo a  la familia, la conversación del amigo y las páginas del arte.

Los jóvenes ya instalados en la adolescencia, descubrieron que el instante más feliz no se vive nunca, sólo se sueña.

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