Tenía doce años cuando un aleteo de mariposas revoloteaban en mi estómago, no entendía lo que me estaba sucediendo, pues solo ocurría en momentos puntuales, y esto era en presencia de Don Carlos, mi profesor de matemáticas, un hombre elegante y amable, con una paciencia infinita con los más rezagados en la asignatura, y que sonreía mucho al verme, lo que a mis ojos le dió la cualidad de ser dicharachero, aunque no intercambiase conmigo más palabras que las pertinentes a los estudios.
Sentía un amor puro y lo único que deseaba era abrazar a aquel señor que me daba clases tres veces por semana. Él fue la motivación para obligarme a aprobar las dichosas y complicadas matemáticas. El hecho de que sonriera y me felicitase cuando mis notas mejoraban me llenaban de alegría y de esperanza. En el tiempo del recreo, mi deporte favorito era sentarme en un banquito simplemente a contemplarlo, mirándolo embelesada sin que él se percatase.
Procuraba vestir con mis mejores ropas, para que me viese bonita, e iba escondiéndome por los pasillos para hacerme la encontradiza y darle los buenos días, creo que varias veces cada mañana.
Mi sueño era casarme con él, me sentía correspondida, así idealizaba yo mi platónico amor. Un día, cuando el aula se quedó vacía, me armé de valor y puse en el cajón de su mesa una carta de amor, que fabriqué con una cartulina rosa, pegando las palabras recortadas de la revista «superpop» hasta formar un idílico «te amo», pero no dio resultado, nunca supe si la había visto. Así pase todo el año escolar, viviendo en el mundo de mis fantasías, hasta que llegó el día de la fiesta de fin de curso. Lo busqué con la mirada y lo vi allí sentado, en primera fila, esperando, como todos la actuación de mi clase, donde estaba yo. Estaba junto a una mujer mayor, que era mi percepción, porque a él siempre lo veía joven, estaban con las manos entrelazadas sonrientes, felices.
Ese día se desmoronó el castillo de naipes, cayendo sobre mí cual jarra de agua fría, mi inocencia se evaporó de repente, y pasé de ser una niña enamorada, a descubrir el primer desamor de una mujer
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