Sueños de niño

Sueños de niño

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Caminaron y caminaron bajo el abrasador sol del desierto.

Las arenas parecían un mar sin fin.

Las noches eran frías y lo despertaban las últimas estrellas del alba.

Caminaron y caminaron. El paisaje cambiaba. Y él se consolaba haciéndose creer que todo no era más que otro de sus sueños.

Traicionado y vendido. Si, era un mal sueño.

Entonces las vio: parecían enormes montañas fabricadas por el hombre.

Dignos monumentos para aquellos poderosos reyes: dioses en cuerpo de hombre caminando en esta tierra.

Colosales estatuas, templos fastuosos, palacios maravillosos. Su corazón de niño saltaba como un corderito nuevo jugando entre la majada.

Traicionado, vendido y esclavo.

Trabajo duro, trabajo fiel. Recompensas.

Parecía haber encontrado una familia.

Sus afectos de niño se transformaban en recuerdos. En «sueños».

Casi un hombre, despertaba ahora otros afectos. Y despertó en su dueña afectos prohibidos.

Afectos vecinos a la mentira y la traición.

Escogió el camino difícil. Escogió el afecto a su Dios. Pero la mentira ganó.

Traicionado, vendido, esclavo y ahora prisionero.

Prisionero de una celda, prisionero de sus sueños.

Ya no sabía que era real y que no. Sus recuerdos se confundían con sus sueños y sentía su corazón seco de esperanzas.

Gritó, gritó con todas sus fuerzas: ¡Soy inocente!¡Siempre lo he sido!¡Dios, porqué a mí!

Se sintió caer en un pozo profundo y oscuro. Escuchó las voces de sus hermanos burlándose antes de venderlo a la caravana de comerciantes.

Y despertó…

Despertó tendido en una suave cama. Príncipe entre príncipes. Poderoso entre los poderosos.

Sólo uno era más grande que él en esta extraña tierra que adoraba al dios sol.

Desde lejanos pueblos acudían a él para procurarse sustento.

A su lado aquella hermosa mujer, madre de sus hijos. Princesa de sus sueños.

Nuevo nombre, nueva vida.

Se levantó en silencio.

Asomado al balcón podía ver casi toda la enorme ciudad, y la silueta de tres majestuosas pirámides a la distancia. El dirigió su vista más allá, hacia las lejanas montañas que se recortaban contra la débil luz del amanecer.

Ahora sólo esperaba.

Los esperaba a ellos, sus hermanos. Más viejos, más humildes.

¿Que haría en ese momento? No lo sabía.

Sólo sabía que después de ellos vendrían todos los demás, y entre ellos, su padre.

¿También lo había soñado?

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-¡José!, ¡José!, ¡Despierta José! Tus hermanos te esperan en el campo…

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