El último abrazo de Sol

El último abrazo de Sol

Maryah

14/02/2025

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Samuel encontró su oso de peluche en el rincón más olvidado del armario. Su oreja estaba descosida y el pelaje gastado en varias partes, pero aún conservaba ese olor familiar, mezcla de polvo y recuerdos. Lo sostuvo entre sus manos, sintiendo la suavidad que tantas noches lo había acompañado, ya fuera en noches de tormenta o en días de enfermedad.

—Tienes que decidir qué cosas donar —dijo su madre desde la puerta—. Ya eres mayor, Samuel. Hay niños que lo aprovecharán más.

Él asintió, pero no dijo nada. Sabía que su madre tenía razón. Pronto cumpliría doce años, y su cuarto estaba lleno de juguetes que ya no tocaba. Pero Sol, su oso, era diferente. No era solo un juguete; era un pedazo de su infancia, un refugio en medio de los recuerdos.

Lo apretó contra su pecho y lo llevó a la cama, sentándose a su lado. Revivió las noches en las que se refugiaba bajo las sábanas, susurrándole secretos que nadie más conocía. Recordó el día en que su padre se fue de casa y cómo Sol fue el único que lo acompañó en su dolor. No podía dejarlo ir tan fácilmente.

Pasó la tarde observando el oso, en un tira y afloja interno: dejarlo en la caja de donaciones o guardarlo para siempre. Su madre pasó un par de veces por la puerta, pero no dijo nada. Sabía que la decisión era suya.

Al caer la noche, Samuel suspiró y acarició la oreja descosida. Se levantó con cuidado, lo envolvió en su camiseta favorita y lo depositó en la caja de donaciones.

Al día siguiente, cuando vio el espacio vacío en su estantería, sintió un nudo en el pecho. Pero algo dentro de él también se sintió más ligero. Tal vez, al crecer, no se trataba de olvidar, sino de encontrar nuevas formas de llevar los recuerdos con uno.

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