Primavera

Era un 29 de noviembre, un cuerpo pequeño a la espera de un gran encuentro; once años de protagonismo.

Una tarde nublada, el sonido de las hojas enfrentándose entre sí, la brisa cálida y tormentosa de un cielo gris, el aroma sutil a tierra húmeda, los autos desvaneciéndose en la velocidad. La mirada dulce de una abuela al cuidado.

La ilusión, expectante, acompañando la espera de la gran llegada, esperó 9 meses el encuentro. Una panza que crecía, así como las exigencias “Vas a ser la mayor, deberás cuidarla.”

El miedo que recorre el cuerpo ante la pregunta ¿Cuidar? La grandeza que se siente en el pecho, algo que quiere salir y a la vez, se expande; un amor nuevo que se conoce, teñido de contradicciones, las mariposas en la panza, esa gotita de agua que recorre las mejillas entremezcladas de felicidad y tristeza; ya no era la niña, ya no era aquella niña.

A lo lejos algo se acerca y se detiene, su mirada reposa en un vehículo negro y brillante como sus ojos. De él desciende alguien; la chiquita entrecierra los ojos para ver mejor; eran dos.

Caminan hacia ella y se acerca aquella que las une, inclinándose levemente hacia la niña, le muestra unos ojos cerrados, unas manitos diminutas semiflexionadas, la envoltura blanca y suave, el aroma de bebe.

Los brazos de la niña se transforman en sostén, abrigo y el temible cuidado.

Un recién nacido en brazos de una pequeña gigante.

Se convirtió en hermana mayor.