Aún recuerdo cómo se sentía tener el corazón pleno de bondad, sin cabida para ningún sentimiento que no fuera felicidad. Puedo ver a través de esos ojos almendrados de esa niña pequeña con cabello rizado, que solo ansiaba descubrir las mil maravillas que alberga este maravilloso mundo. El tiempo iba muy deprisa, y yo ahora daría todo lo que fuera para que hubiese ido más despacio. Por mucho que la gente hablase de un mundo hostil, yo no podía creer en ello. La vida, vivir cada día, era lo más hermoso que podía experimentar.
Algunos acontecimientos desafortunados trazaron mi destino, algo que muchos niños elegiríamos no vivir. Pero de eso trata la vida, de cosas buenas y también de cosas malas. Y sí, esas cosas malas son la principal razón por la que, de adultos, dejamos de ser niños inocentes, llenos de amor y de bondad. Ese es nuestro principal desafío: recordar quiénes fuimos, quiénes somos. No olvidarlo a pesar de los años, a pesar de los daños.
Esos infortunios llamados «abandono, rechazo y violencia», calaron muy hondo en algún rincón de mi alma. Esperando cobrar fuerza cuando esa niña genuina se preparara para decir adiós. Y así, un ángel más cayó del cielo, y junto con él, la benevolencia que podía quedar en mi corazón. No fue un «hasta siempre», fue un «hasta luego». Porque nuestra esencia no se va muy lejos, pero sí muy al fondo de nuestro ser. Nos encargamos de tapiar cualquier camino que nos lleve hasta ella, creando una muralla casi imposible de derrumbar. Hasta que aprendemos que «imposible» es solo una palabra, y nos atrevemos a hacerlo.
No son muchos, pero sí fui yo una de las que se arriesgaron a iniciar ese camino. El camino de vuelta a reencontrarme con esa niña que algún día fui. Con esa persona que realmente soy. No hay batalla más importante en nuestra vida que enfrentarnos a nosotros mismos, a lo que nunca quisimos ser.
Ojalá esa dulzura, felicidad y ganas de vivir nunca fuera solo un recuerdo. Ojalá que siempre fuera nuestra mejor decisión. Decisión con la cual nuestro motor rigiera nuestra vida. Y con ello, darnos cuenta de que es mucho más fácil volver a nuestra esencia que seguir resistiendo en no ser quienes realmente somos.
Quizás la vida trataba de eso: crecer y vivir una vida adulta como si nunca hubiéramos dejado de ser niños.
OPINIONES Y COMENTARIOS