Esa tarde debíamos ir a casa de uno de mis primos mayores que se cambiaba por trabajo a Santiago junto a su familia.
Al llegar fui a jugar con mi prima ,unos años menor que yo.Mientras el resto ayudaba en el cambio y sacaban duraznos para poder hacer mermelada.
Muriel tenía una linda habitación,con muchas muñecas que yo no tenía ni tendré. Sus grandes y saltones ojos brillaban juntando y clasificando a sus muñecas por colores y tamaños. Tomé una para acariciar su cabello y me quedé en un rincón por un largo rato, esperando que pasara rápido el tiempo y el calor.Se sentía pesado el aire aún a esa hora de la tarde.
De pronto sentí mucha sed,por lo que fui por agua a la cocina. Me topé con mi primo mayor, me tomó levemente del brazo ,con un tono seco y punzante, me dijo muy cerca al oído —ya estás “pasadita” para jugar y andar quitándole las muñecas a mi hija.
Sentí como un brusco entumecimiento cubrió de manera sorda mi débil cuerpo de niña.
Volví a la habitación, dejé la muñeca, esperé un rato para volver a salir.
Me acerqué a mi madre en el patio mientras se reía y recogía duraznos con la Sandra, yo trataba de ahogar mi llanto mirando la tierra con hojas y fruta tirada a la luz ya tenue de esa tarde de verano, que ya comenzaba a desvanecerse entre las ramas del árbol ,por lo que apenas se veían en mi rostro las lentas y pesadas lágrimas cayendo hasta golpear silenciosamente los restos aplastados de los duraznos entre la tierra húmeda , junto a la suave brisa que comenzaba a sentirse aquella tarde ya lejana de enero.
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