Martina acostumbra a envolverse por completo, de pies a cabeza, en una manta de algodón que la aísla de los sonidos no deseados. Se trata de una manta mullida, salpicada de unicornios arcoíris, que amortigua parte del ruido que proviene del exterior de su habitación, distorsionando sus ondas y desorientándolas para que no encuentren el camino a sus oídos.
Hoy, la tormenta (así lo llama ella) ha vuelto a desatarse y, a Martina, ese infame fenómeno no atmosférico la asusta y confunde hasta tal punto que llega a dudar de su condición humana, creyendo ser algo así como una especie de oruga y como tal, cada vez que eso ocurre, se refugia en su particular capullo de algodón multicolor.
Ella no recuerda exactamente cuándo comenzó todo; cuándo empezaron a romperse las cosas, cuándo los gritos, los insultos, pero percibe con tristeza que ese ruido que daña sus tímpanos surge de las cuerdas vocales de sus padres.
Con cada arrebato de ira, con cada muestra de odio entre sus progenitores enfrentados como fieras, Martina se vuelve más pequeña.
«Eres un imbécil que no sirves para nada, calzonazos, cobarde…»
Y más pequeña.
«Zorra asquerosa, borracha, interesada de mierda…»
Todavía más pequeña.
«Que te largues de una puta vez a amargar a otra, desgraciado…»
Así hasta convertirse en oruga.
La pequeña se siente culpable y piensa «Quizás fue algo que hice o quizás algo que no hice»; no sabe… demasiados quizás para un cerebro sin acabar.
A sus once años y muerta de miedo, la niña oruga se envuelve en su manta y una vez allí, llora hasta caer vencida por el sueño. Dentro de ese particular capullo, sus células se destruyen y sus tejidos antiguos se reorganizan para concebir una niña crisálida.
Al despertar, Martina aparta la manta dejando su cuerpo al descubierto. Se incorpora algo aturdida y permanece unos minutos sentada al borde de la cama, observando con extrañeza su cuerpo… Ni rastro de la niña oruga.
Al levantar la vista se sorprende con la inesperada imagen que le devuelve el espejo de la habitación: una mujer, en cuya espalda se despliegan dos enormes alas de mariposa, usurpa su reflejo.
Fuera, la tormenta arrecia.
Sale de su habitación y camina, invisible, a través del temporal. Herida por las embestidas de las voces trueno, deja atrás su hogar.
Antes de llegar al final de la calle, da unos pasos rápidos para tomar impulso y entonces la mujer mariposa… echa a volar.
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