Era una pequeña ciudad del pueblo BLUES. Todos los días se escuchaban risas y el canto de los niños resonaban como melodías en el aire. Bertnatb, una niña de ojos brillantes y sonrisa radiante, pasaba sus días explorando los rincones del parque, donde los álamos se mecían suavemente al compás del viento y los pájaros cantaban sus canciones.
La infancia era pura. Bertnatb corría por la pradera, mientras su alegría danza. Las tardes eran una aventura imaginaria, el sol que no quería ocultarse. Y un rayo de luz alumbraba el gran roble; para Bertnatb este lugar era mágico.
Pero el tiempo no perdona y la adolescencia estaba cerca, la primera esperando el momento justo para irrumpir en su mundo de ensueño. Y así fue. Un día, mientras Bertnatb recogía flores, iba al río a lanza piedras, y la curiosidad, mezclada con un sutil temor.
Los días se convertían en semanas, Bertnatb comenzó a notar cambios en sí misma. Su risa ya no era tan alegre; se dio cuenta de que el mundo de los adultos la observaba con ojos críticos, como si su infancia estuviera en un frágil equilibrio, a punto de desmoronarse. La pérdida de la infantil y recordaba que el tiempo avanzaba implacable.
Crear ilusiones, soñar con amor, desamor y expectativas. La inocencia que una vez había florecido, Y dejando un vacío que le despertaba una inquietud desconocida. Las risas, antes cristalinas, adquirieron un eco melancólico y se mezclaron de inseguridad y LAZOS que la atormentaban.
Aquella tarde sentada observando al río, una suave brisa acarició su rostro. En ese instante, recordó la pureza de sus sueños, la alegría de ser simplemente Lucía, la niña libre y despreocupada. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, sabía que ese capítulo se estaba cerrando. Miró a su alrededor, como si buscara la respuesta a un enigma que no podía resolver. El mundo de los adultos se acercaba, y con él, una nueva realidad que la invitaba a crecer.
Berthanet si no una transformación. Con cada paso que daba hacia la adolescencia, Berthanet aprendió a llevar consigo la esencia de aquella niña que había sido. Sus ojos, aunque un poco más sabios y tristes, retuvieron el brillo de la curiosidad. Comprendió que la inocencia no desaparecía, sino que se transformaba, y que su infancia siempre viviría en su corazón.
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