En la televisión en blanco y negro de la época, se debía prender cerca de 10 minutos antes, debido a que era a tubos, y antes debían calentarse un poco antes, para obtener una imagen aceptable, la programación comenzaba juvenil llamado «Música Libre», donde salían unos participantes muy pelucones, vestidos estrafalariamente con esos jeans pata de elefante y otras prendas, bailando frenéticamente los hits del momento, mientras en las graderías, las estudiantes, gritaban como locas declarando amores a los participantes. Esos momentos los aprovechaba mi prima Cristina, para encerrarse con el novio, a estudiar según Ella, y luego comenzaba unos sonidos extraños en la habitación, al cabo de un tiempo estaba en cinta, y eso que Ella nunca salió del país, y hasta donde Yo sé, los bebes vienen de París. Los mal hablados decían que eso tarea para la casa.
Pero tan solo una hora más tarde todo cambiaba comenzaban las series infantiles que alimentaban cada día más mis ansias de viajar por el espacio, “Ultraman y Ultraseven” series niponas, que más tarde serían las pioneras del anime japonés, luego se agregaron otras tantas más, pero eran estos dos programas sin dudas los que captaban mi atención y la de mis compañeros de juegos, observábamos sin perdernos detalles de las misiones o el monstruo de turno con el que generalmente rivalizaba nuestro ídolo, y que siempre salía victorioso, pese a que era muy golpeado, sacaba energías del sol, para sobreponerse casi a último instante y con un rayo milagroso hacía explotar a su contrincante, tras lo cual miraba hacia el cielo levantaba los brazos y emigraba hacia lo alto y con ello se llevaba por supuesto toda nuestra admiración y anhelos
Mi padre debía convencerme cuando llegaba a casa me decía que era una serie animada, y que su objetivo era entretenernos, pero Yo no aceptaba esa explicación, el señor de la televisión era un superhéroe y no había caso que mi progenitor u otros me pudiesen sacar de esa postura, mi madre me decía que si yo quería ser como él, primero me debía comer todos los días toda la comida, sin protestar, fuera buena o no tanto, y luego para ser un muchacho alto debía tomar toda mi leche.
También recuerdo que mamá me decía que no me alejara mucho de casa, porque me saldría el Cuco, pero no creía que el señor que cantaba la radio me refiero a Cuco Sánchez, estuviera preocupado por encontrarme.
Y así un día cualquiera prendí la Luz, y me convertí en adulto…
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