Me encontraba recorriendo los pasillos del supermercado cuando de reojo lo vi. El escalofrió que recorrió mi espalda me petrificó, bajé la mirada al piso e incrédula miré de nuevo. No había nada.
Me obligué a mover los pies y continué tomando cosas de los estantes mientras recordaba su nauseabundo olor, tabaco y talco, inolvidable para mí. ¿Cómo es posible que después de 25 años me haya congelado completamente? Inmediatamente me sentí avergonzada por haberme convertido en una niña de nuevo.
Seguí empujando mi carrito por los pasillos atestados de gente, me encontraba tratando de alcanzar una lata de sopa cuando lo vi frente a mí, con una amplia sonrisa cínica y en ese momento el miedo inicial se convirtió en asco, tristeza y vergüenza. ¿Cómo es posible que la mujer fuerte y valiente se haya esfumado en un instante? Me petrifiqué y pude sentir las lágrimas en mis mejillas repletas de furia y frustración. Así que juré que la próxima vez que estuviera cerca me acercaría a él.
Anduve sin mucho ahínco, abrumada por las emociones, finalmente tomé mis cosas y se las entregué a la cajera, pagué y salí, arrastrando conmigo el odio y la vergüenza que había estado reprimiendo por 25 años.
Pero, al salir, justo en la puerta, lo vi. Respiré profundamente y obligué a mis pies a acercarse, pude sentir de nuevo el terror recorriendo mi columna, me forcé a no llorar y tomando una fuerte bocanada de aire me puse frente a él.
—Hola, ¿se acuerda de mí?
Levantó la mirada y sonrió alegremente.
—Claro que me acuerdo de ti Juanita, ¿cómo me voy a olvidar de una de mis mejores alumnas?, ¡Que alegría verte!, ¿cómo has estado?
Sus palabras encendieron el fuego en mi interior, pude sentir como la furia consumía los años de terror y la vergüenza que había sentido, aclaré mi voz, traté de mejorar mi postura, me sentí fuerte, poderosa y al fin pude decir.
—He esperado 25 años para decirle que lo odio, espero que en lo que le queda de vida sufra, muera cruelmente y se pudra en el infierno, porque ahí es donde merece estar.
Mis palabras hicieron mella en su interior, pude ver la incredulidad en su mirada, puesto que no esperaba escuchar esas palabras.
Me di la vuelta, me alejé y aunque parezca increíble sentí como la niña de 7 años, al fin sonrió.
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