Panza de Buda

Panza de Buda

Dhin

23/01/2025

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No aguantaba más quedarme escuchando. El frío abrillantaba la calle y las veredas. Las observaba desde mi habitación, clavada la vista en la ventana. A esas horas la llegada de Panza de Buda producía más bullicio que de costumbre, porque todo permanecía aletargado. Hibernaban los árboles y todas sus criaturas y solo se oía zumbar el tubo fluorescente del pasillo.

El alarido de mamá hizo que el resorte de mi existencia me eyectara del edredón con violencia. No era la primera vez que él tomaba, pero una cosa variaba en esta ocasión. La intensidad. Y esa, la intensidad, podía acabar con todo.

Me sentí miserable. ¿Qué hijo se mete en su cuarto en vez de pelear por su mamá? ¿No había visto suficientes comics para saber lo que hace un hombre cuando el villano ataca a su mamá? Papá se revolcaría en su tumba.

Supe lo que debía hacer. Iba a servirme la raqueta. Estaba intacta, de adorno, jamás se había empleado. La empuñé convencido, con el pánico aflojándome las pantorrillas.

La puerta se abrió sumisa. El pasillo me recibió con su resplandor blanquecino y su zumbido de meditación. Ruidos que venían del comedor me reclamaban. Sillas que estallaban contra el suelo. Vajilla que se quebraba en el fregadero. Piñas que destartalaban la mesa de nerolite. Mamá que se desplomaba sobre la tabla de planchar.

Endurecí mi rostro, enderecé mi espalda e irrumpí exhibiendo la raqueta. Panza de Buda no traía remera y escurría sangre por los nudillos. Me miró con curiosidad. Mamá desde el suelo clamó que me fuera. Pero yo había decidido dar una lección.

Levanté la raqueta arriba de mi cabeza y me lancé sobre él con todas mis energías. El hombre trastabilló. Su ebriedad lo volvía torpe e impreciso. Pegó el culo al mesón y aproveché para aventarle un raquetazo en la barriga.

Panza de Buda se rio. Se limpió la boca con el antebrazo y se abalanzó sobre mí.

—Voy a darte una lección, mocoso de mierda —bramó.

Me golpeó. Me golpeó. Me golpeó. Me golpeó. Y me dio su lección.

Desperté en el hospital y, antes de que pudiera moverme, oí el sollozo de mi madre alrededor.

Afuera el sol disolvía el hielo de la noche. Y él le pedía perdón una vez más.

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