Uno de mis más terribles miedos era enfrentarme al mismo. Recuerdo cuando íbamos en el coche,en la parte de atrás , a mi lado mis hermanas y yo en el centro. Mi madre se tapaba la boca y haciendo que miraba para otro lado, pero miraba fijamente lo sucedido. Mi padre, unos minutos antes al volante, redujo la velocidad y dijo: «¡No miréis, niños!». Yo intentaba mirar por la ventana opuesta del coche, pero una fuerza interior me gritaba curiosa que mirara.Cerrando los ojos, notaba las luces, parpadeantes detrás de mis párpados, rojas, azules y naranjas. Temblaban mis rodillas por si veía algo que no debería ver,hasta que mi padre, con voz entrecortada, nos decía: «¡Ya podéis mirar!».
Ahora, soy yo quien conduce; mi mujer a mi lado comenta: «¡Parece que hay un accidente!». Los dos giramos la cabeza para saber qué es lo que ha pasado. Nos vamos acercando lentamente; hay luces de ambulancias, de bomberos e incluso humo. Me sigue gritando esa fuerza interior para que busque el horror,pero ahora no lucho con ella; miro, busco entre los hierros, acelero lentamente y me quedo pensativo.
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