Carta a Alberta

Carta a Alberta

A. M. García

26/01/2025

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Valle de San Nicolás, 26 de enero.

Mi querida hermana, disculpa una vez más por no haber escrito.

Hoy sufro y me alegro al mismo tiempo. ¿Cómo explicas la muerte a un niño? Yo tuve que hacerlo con tres. Antes de continuar, quiero evitarte un susto y decirte que el que se murió fue nuestro gato Cheese. Hace apenas algunas horas lo atropellaron. Estaba haciendo el almuerzo cuando un vecino amable se ofreció a llevarlo a la veterinaria para que lo durmieran, mientras yo ideaba cómo contarles a mis hijos sobre otra “partida”, como con la anterior mascota. Pero antes ellos podían escuchar ese tipo de historias adecuadas, y ahora, al llegar a la preadolescencia, ya no es tan fácil.

Bienaventurados los animales que prevalecen sobre la muerte sin dogma. Verónica se declaró atea recientemente, aunque sé que yo la empujé a ello. Por mi parte, aún no voy muy de acuerdo, tal vez porque no me gustan las etiquetas. Tú sabes que siempre me he mantenido abierto a todo.

La otra vez vi una película sobre unos animales que recorrían lo que parecía ser una catástrofe causada por un diluvio. Aunque los niños se centraban en las andanzas de los protagonistas, me dio la impresión de que ya comenzaban a darse cuenta de los panoramas desoladores, como el hecho de que ya no quedaba humanidad. Así como estos animales iban con la pureza que su naturaleza les dicta, Veronica y yo les habíamos transmitido, de alguna manera, esta misma visión sobre la muerte a nuestros hijos.

Recordaba que Damián sufría de terrores nocturnos cuando era más pequeño, y de hecho, pensé que él sería quien tomaría peor la noticia. Sin embargo, fue quien resistió el llanto desbordado, limitándose solo a lagrimear a un paso de mí.

En esos momentos me arrepentía de mi genial idea de hacerles frente a la muerte. No quise tocar el tema de la reencarnación diciéndoles que regresaba como abeja. Esta vez les dije que solo era un cambio más, que mientras siga en nuestros recuerdos, continuará viviendo.

Quisiera despedirme diciendo que mi filosofía bastó para mantenerlos tranquilos, pienso que sí. Sin embargo, sucumbí al mito. Vieron una foto que le tomó el vecino del gato recostado, sin pena, antes de llevárselo. Les dije que el veterinario podría habérselo quedado en el hospital de animales, bajo cuidados que solo ellos tienen con sus herramientas.

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