Dar vueltas con la cabeza colgando en ese desvencijado juego de parque infantil; lo más parecido a la meditación. Después podía oler en mis manos el óxido. Me encontraba en un periodo de gracia, por mi edad debía despedirme pronto, y muy a mi pesar, del mugre y del suelo. Aquel puente de tierra y mocos entre la nariz y la boca empezaba a resultar inaceptable.
Desde mi carrusel la ví, jugando básquet con su sobrinito, descoordinada y a punto de partirse. Preocupante. Se le ajustaban los apodos dados a ella con saña por las guapas del barrio. Una figura tan cómica. Extremidades delgadas, huesudas, con mucha nariz y muy poca quijada. Larga y encorvada; la flaca, la garza. Había heredado una versión cansada de los bellos ojos de su madre.
Yo visitaba la miscelánea de sus padres esperando la garza me atendiera. Ese almacén de chucherías. La flaca era fluida e imprecisable, incómoda. Y no estaba solo en mi devoción. Otros entraban, sin excusa, a la miscelánea y salían con algún cacharro innecesario. Pero yo por lo menos podía ser su bello, su bebé, tenerla cerca. Me cuidaba en las tardes, me ayudaba con las tareas.
Se abrió así para mí un día la cueva empalagosa y cursi de su habitación. Se me presentaba ella en acostumbrador y bicicleteros.
La flaca me daba ternura loca, esquizofrénica. Jugábamos a la lactancia y al alumbramiento. Caricias no de madre. Usaba ella mis hombros, mis codos, mis rodillas. Olvidábamos el nombre del juego y yo sentía después vergüenza o algo parecido. Sentía raro. La garza me volteaba el corazón. Ya no podía disfrutar de los ciempiés bajo las piedras.
Le di un beso a mi madre y saqué un poco la lengua. Ella me pidió sobresaltada no lo hiciera.
-«¿Quién te dio a ti un beso así?», me preguntó preocupada. Supe que no debía responder.
Tan escasa de carnes y tan carnal. La flaca, la garza. Entró a la universidad y ya no tuvo tiempo para su bebé. Para molerlo con huesos, con cosquillas malignas.
Las guapas escribieron insultos con aerosol sobre la fachada de la miscelánea. La garza se había comido al padre de una y al novio de otra.
– «¡Dios mío! ¿Qué le ven? Pobre muchacha es fea.» Dijo mi madre.
– «¿Por qué pobre?», pensé yo.
Yo quiero ser Garza.
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