¡Debe ser muy aburrido el cielo!

¡Debe ser muy aburrido el cielo!

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Soy Freddy y mis amigos me llaman Rerre. Les quiero contar que tengo un amigo muy querido que llena de color mi vida, su nombre es Chinto.Vivíamos aventuras inolvidables, explorando los secretos que se escondían en un rincón majestuoso de la Comarca El Corozo. Ese instante de felicidad que compartimos en la infancia es un tesoro invaluable. Recuerdo cómo Jacinto y yo, con solo tres carruzos en las manos, éramos capaces de transformar cualquier espacio en un mundo lleno de posibilidades. La idea de crear una escopeta de juguete para jugar a policías y malandros nos llenaba de emoción. Las risas resonaban en el taller de mi papá, donde la creatividad no conocía límites. 

La tarde comenzaba a caer, y el sol se escondía tras las montañas, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. Sabíamos que debíamos regresar a casa, pero cada paso se sentía pesado, como si quisiéramos estirar esos momentos de juego eternamente. La posibilidad de un regaño de mamá por llegar tarde apenas nos hacía mella; estábamos atrapados en nuestros propios pensamientos de aventuras. Al cruzar la puerta, el aroma de arepas recién hechas de harina norte  acariciaba nuestras narices. La calidez de la mesa servida, con la mazamorra de maíz humeando en el centro, prometía una cena reconfortante.  
Al día siguiente un domingo después de misa un repentino accidente en bicicleta de Chinto transforma los momentos alegres en recuerdos solitarios. Los trompos, las metras, las bicicletas y las aventuras se congelan en un silencio profundo. La tristeza se instala, el adiós se hace presente, y la despedida llega sin comprensión.

Barbarita

La soledad implacable deja una huella profunda de vacío. No deseo derramar lágrimas por mi amigo Chinto, pero emergen entre risas y memorias entrelazadas. Pienso en lo que me dijeron sobre la eternidad, ese lugar donde Chinto parece haber volado. Un lugar que debería estar lleno de luz y paz, pero para mí, es un misterio. “¿Acaso allí también se ríen? ¿Juegan como lo hacíamos nosotros?” me pregunto en mi inocencia. El concepto de que los niños no jueguen en el cielo me resulta confuso y triste. Me imagino a Chinto, con su risa contagiosa y su espíritu aventurero, enfrentándose al tedio de un eterno descanso. «Pobrecito», pienso, «debe ser aburrido el cielo». Aunque sé que debo seguir adelante, que la vida tiene que continuar, hay un rincón de mi ser que siempre llevará su recuerdo. 

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