Diagnóstico

Diagnóstico

Martín Ríos

17/01/2025

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La secretaria los llamó al consultorio, era su turno. La madre tomó con fuerza la mano de Felipe y juntos cruzaron la puerta de ese cuarto enorme, de paredes blancas y piso parqué. Un sitio repleto de cuadros y envuelto en silencio.

Las manos temblorosas de la mujer entregaron el sobre con los estudios médicos de su pequeño hijo. El doctor sonreía y comentaba sus planes de fin de semana, mientras sacaba uno por uno los papeles. Calzó sus lentes de lectura y se enfocó en los resultados hasta que su semblante mutó y su rostro se desfiguró. Ahí mismo el pequeño notó algo extraño y luego los adultos le pidieron que se retirara a la sala de espera y distrajera con los juguetes.

Los minutos pasaron rápido para Felipe hasta que la figura de su madre apareció, deshecha en lágrimas. Salieron en silencio y fueron a una cafetería, un refugio transitorio, una antesala de chocolatada y galletas dulces.

La urgencia de la situación llevó a la mujer a confesar la gravedad de la enfermedad, y la necesidad de internación. Felipe, con la ingenuidad intacta dijo, «Tranquila, mamá. No sé qué es el cáncer, pero no debe ser malo. No soy tan viejo como para que te preocupes así»

Ella, con la voz quebrada, le respondió: «Felipe, no hace falta ser viejo para morir.» 

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