El peso de las aves

El peso de las aves

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Por la noche el niño soñó con la clase de la tarde; la mañana siguiente se empeñó en replicar las dos figuras de origami aprendidas. El gorrión fue su favorito; desechó al cocodrilo después de algunos intentos deficientes. Llevó el gorrión a la mesa durante la cena, todos lo elogiaron.

En el siguiente sueño, el gorrión, que había anidado algunas semanas sobre la repisa de la habitación, se elevó frente al niño, quien observó maravillado su aleteo. Tan pronto como pudo, el niño fabricó más gorriones que, tiempo después, alzaron vuelo, pero quedó desencantado porque estos casi siempre se movían en línea recta y en distancias cortas, en algo que parecía más un salto entre ramas. En una enciclopedia leyó sobre la grulla y sus vuelos grupales; desechó los gorriones y bajo la tutoría feliz de su maestra elaboró su pequeña milicia de grullas.

En los sueños de los siguientes meses imaginó las grullas sobre arrozales, grullas pescando y deslizándose largamente sobre el agua; el primer sueño de octubre fue feliz: las aves en conjunto alzaron vuelo hasta perderse en el horizonte amparadas por un agradable sol anaranjado. Sin embargo, en febrero aún soñaba con arrozales vacíos, se impacientó, de nuevo se sintió desencantado y desechó las grullas dobladas sobre la repisa.

En la enciclopedia leyó sobre el colibrí y su asombroso vuelo en todas las direcciones. Esta vez la maestra no supo cómo orientar su construcción, lo cual no la dejó sin oír un iracundo reproche. El niño halló la fórmula del colibrí angular en un libro de la biblioteca, que titulaba en extraña caligrafía Tradiciones del Japón, arrancó la página deseada y la guardó en su pequeño bolsillo antes de salir. Presurosamente elaboró en papeles carmesí, esmeralda y azul sus primeros colibríes, que esa noche se desplomaron tras el intento de sacudir sus alas poco simétricas. Los siguientes ensayos no fueron más felices, y los colibríes del niño nunca superaron el vuelo de espaldas, limitados por su anatomía de papel.

En las noches de años posteriores los colibríes aparecían inanimados, sobre la tierra y dotados de un peso anómalo que el soñador no lograba explicar. Un día, tras despertar, el hombre los tiró a la basura y determinó nunca más perseguir esa magia.

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