La maestra dijo en clase que el tabaco mataba y Pedrito se asustó. Mamá fumaba y él no quería que se muriese, así que no le quedó otra que emprender una agresiva campaña antitabaco. Dibujó carteles de “Prohibido fumar” y los colgó por las paredes de la casa, e inició una huelga de besos hasta que estos dejaran de oler a nicotina y alquitrán. Finalmente, lo consiguió, y mamá apagó su último cigarrillo delante de él, prometiendo no volver a fumar nunca más.
La casa dejó de oler a humo y Pedrito se paseaba orgulloso por ella, esperando que hermana o papá le dieran las gracias. Pero hermana tenía esa edad en la que nada se agradece y papá nunca estaba, pues trabajaba de sol a sol. Sin embargo, a Pedrito no le disgustaba esta situación, al contrario, le agradaba, pues así mamá era más suya que de nadie.
Un día, la clase de Judo terminó antes de lo esperado. Afuera llovía y Pedrito caminó deprisa, protegiéndose con el paraguas de Naruto que tito Kiko le había regalado por su comunión. Al girar la esquina de su calle, vio a mamá despedir a un hombre en el porche. No era su padre. Le dio un beso. No sabía quién era. El hombre corrió y se perdió en la lluvia, mientras que mamá entró en casa sin percatarse de que él estaba allí. Entonces, Pedrito decidió regresar sobre sus pasos y rodear la manzana hasta que el reloj marcara la hora que debía.
— ¿Qué tal la clase? — le preguntó mamá al llegar a casa.
— Bien…
— Te he hecho bizcocho para merendar — dijo ella con ilusión.
— No tengo hambre. Mejor voy a ducharme.
Aquellas respuestas, frías y grises como la tarde, no eran normales en su niño, pero sabía que, tarde o temprano, tendría que alcanzar a su hermana, por lo que no se preocupó ni sospechó lo más mínimo.
Por la noche, Pedrito no podía dormir pensando en lo que había visto, hasta que, harto de dar vueltas en la cama, se levantó y bajó a la cocina. Allí, abrió el cajón de los cubiertos y metió su mano hasta el fondo, donde sabía que mamá escondía un paquete de tabaco. Cogió un cigarrillo, salió al patio y se lo encendió. Ni siquiera tosió con la primera calada y fumó como si llevara toda la vida haciéndolo.
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