Mi mejor amigo, Jota

Mi mejor amigo, Jota

M. Parker

14/01/2025

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Tenía cinco años y vivía en un pueblo alejado de las grandes ciudades. Eran tiempos hermosos, libres de preocupaciones, a lo «hakuna matata». Mi madre tenía una vecina allí, se llamaba Creta, y ella tenía un hijo, de nombre Jota. Él me ganaba solo por un año, pero su personalidad era la mejor del mundo: muy sociable y amiguero, lo opuesto a mí. Supongo que fue por eso que me cayó bien. Casi lo consideré el hermano que no tengo. Él me enseñó muchas cosas, todo lo que debía saber, creo. Me enseñó a hacer piruetas en los columpios y a tirarme al agua desde un muro de altura considerable. Aprendí a jugar al trompo, a trepar las palmeras de cocos y a reír y ser feliz por toneladas.

Pasó el tiempo, y hacíamos todo juntos, desde ir al colegio, pues debíamos trasladarnos en un vehículo hasta “la ciudad” más cercana, porque ahí había un colegio.

En los exámenes, yo estudiaba para que él probara, ya que, como mi amigo, sentía mi deber pasarle las respuestas. Un día, él me confesó que le gustaba una amiga de nuestro hometown (ciudad donde crecimos). Apenas me lo dijo, sentí que un escalofrío me recorrió desde la parte baja de la columna y se desvaneció en la parte trasera del cuello. Fue raro. Recuerdo que pensé: «¿Acaso sentí celos?… Si tú eres feliz, entonces yo también lo seré». Le contesté: «Te ayudaré, dime qué debo hacer y lo haré». Entonces él me contó su plan, y yo lo apoyé.

No me enteré por boca de él, pero pude leerlo en sus expresiones: “ella lo rechazó”, se notaba. Me tocó a mí tratar de distraerlo, de hacerlo reír, pero fue inútil. Cuando el corazón está triste, sabe lo que necesita, y no era yo.

Pero no podía hacer nada. No podía decirle a ella: “oye, ¿qué te pasa?, solo acéptalo…” ni a él: “oye, reacciona, fíjate en otra…” ni mucho menos darle una cachetada (que era la opción Z), en fin. Parece verdad que el tiempo lo cura todo, porque su semblante empezó a mejorar. Volvió a reír. Yo me fascinaba de ver que regresaba en sí, pero algo en su mirada se había endurecido. Yo se lo atribuí a: “nuestro chico ha madurado”. Ahora que lo pienso, madurado suena como a “más duro”, en el buen sentido, espero.

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