Tubo Amarillo

Tubo Amarillo

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Hay un gran tubo cerca de mi casa, mucho más alto que yo. Está plantado en el suelo, siempre en el mismo sitio y tiene una ranura arriba como si fuera una boca plana que no ríe nunca. Es duro, como la chapa del coche de mi padre, pero en amarillo. El coche de mi padre no me gusta tanto porque  no hace nada especial, aunque mi padre dice que es importante. Luis y Andreu quieren ser mecánicos de fórmula uno cuando sean mayores, pero a mí lo que verdaderamente me gusta era ser ingeniero de tubos amarillos como el que he dicho que hay en mi casa para entender lo que tienen por dentro. La primera vez que había llegado con mi madre al tubo, fue a echarle una postal a mi abuela pues yo estaba aprendiendo a escribir mi nombre. Mi madre le pegó una especie de billete en el ángulo superior para que pudiera llegarle. A los pocos días, mi abuela me llamó por teléfono para decirme que tenía una firma muy bonita. Imaginé los caminos y los misteriosos recovecos que unirían mi casa con la de mi abuela de forma subterránea. Al principio creí que sería como un largo tobogán, pero luego me pareció más serio que un grupo de duendecillos, pequeñitos, se encargara de hacer llegar los mensajes, pues los toboganes se enredarían unos con otros ya que cualquiera, desde cualquier sitio, puede enviar una postal a cualquier lugar. Lo tenía decidido, yo de mayor quería ser jefe de duendecillos, o cualquier otra cosa que tuviera relación con ese universo paralelo, mágico y subterráneo que mi madre había descubierto para mí.

Tiempo después, ella compró nuevamente otra postal y un billete de esos que se pegan arriba y que así pudiera yo escribir nuevamente a mi abuela y los dos nos fuimos de la mano, muy contentos hasta el tubo amarillo. Ese día había un señor que, con una llave, estaba abriendo la parte trasera del tubo de donde simplemente sacaba un gran saco marrón lleno de cartas como la mía. Bajé la cabeza muy triste, mientras unas lágrimas lentas y gordas me iban rodando por la cara. Mi madre se agachó con su pañuelo y muy extrañada, me preguntó qué me pasaba. Yo, entre los hipos, no pude contestarle que nunca sabría ya lo que quería ser de mayor.

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