Después de algunos años reflexioné en esos dos huecos negros en la pared. Chuecos. Malditos. Uno de ellos conservaba el chazo, aunque estaba demasiado negro ya.

Hay muy poco qué decir, lo lamento. Me dormía y amanecía pensando en ellos. Eran parte de mí.

No recuerdo cosas claras de mi niñez más que esa sucia pared. Nunca hice estupideces. Nunca canté. Nunca me herí. Nunca quise decir nada. Y así he permanecido.

Alguna vez me subí a una silla para tocarlos. Quería sentir su textura. Así que metí un dedito en el vacío. Creo que algo me dio la impresión de moverse. No pienso que haya sido precisamente miedo lo que sentí. Esa es toda mi valentía. Yo seguí moviendo el dedito pero ya se había calmado todo ahí dentro. Sí… y continúa así. 

Arrastré el dedito por las paredes del hueco. Entonces descubrí el polvo; la tierra que cae nada más. Ya… No hay detalles, información, novedad de mis primeros años.

Había un tipo por aquella época. Creo que se ocupó de ciertos trabajos en la edificación donde me encontraba. Escuchaba sus ruidos diariamente. Todos ellos invasivos. Pero era el rotomartillo lo que me ponía mal. Cuando sonaba así, tan ruidoso que eclipsaba cualquier otra cosa, en mi interior corría una sensación extraña de silencio.

Pues uno de aquellos días, habiendo avanzado tibia la tarde, simplemente ya no sonó nada. Todavía me preocupa ello. El único día de mi vida en que no percibí absolutamente nada.

Entró. Y caminó por toda la habitación. Y me miró. Estaba tan serena su apariencia. Con una violenta mirada posesiva. Esos oscuros ojos tan alejados de la realidad. Como un grito sobre un rotomartillo.

Aunque se haya ido desdibujando por el tiempo, me he soñado tantas veces con esos ojos. Sé cuándo ha sido eso lo que se revela y reaparece. Ah… Cuánto miedo contiene la serenidad.

Se acercó a la pared. Selló todo. Desapareció.

Aquellos huecos ahí puestos, tan horribles y profundos, que me calman, de repente ya no están. Tanto fueron, que años después, al mantener relaciones se asomaba a mi cabeza su extraña imagen. Tan negros y difusos. Su textura polvorienta. Soledad. Frío. La criatura escondida más allá de mi dedito y que siempre ha yacido ahí dentro, sepultada en un terror perpetuo. 

Bueno, creo que ya había vivido con dolor antes de aquello. Sin embargo, como siempre, nunca quise decir nada.

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